Opinión
Ver día anteriorMartes 14 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Brazil
N

o no tengo nada en contra del Banco Santander, excepto por la forma irrespetuosa en la que en ocasiones trata a sus clientes, en especial por molestarlos cotidianamente y no dejarlos dormir en paz los fines de semana, exigiendo pagos por deudas inexistentes. Vale la pena contar esta historia, pues estoy seguro de que es compartida por algunos lectores, quienes, como yo, sufren el acoso injustificado de éste u otros bancos. Decidí referirme a este tema, pues coincidentemente acabo de ver nuevamente una película excepcional, que es una de mis favoritas: se trata de la cinta Brazil, del director inglés Terry Gilliam (1985).

La película es de un género difícil de definir, pero yo la ubicaría en la tecnología-ficción. Retrata una sociedad del futuro, dominada por las máquinas, la burocracia, los cuerpos policiacos y sometida a continuos ataques terroristas (que en este caso son una especie de héroes que luchan contra las prácticas burocráticas). Un día, un empleado que trabaja al lado de otros miles en una entidad completamente inútil, pero dedicada a la vigilancia y control de los ciudadanos, decide matar una molesta mosca que vuela a su alrededor; junto a él hay una máquina que imprime cantidades enormes de páginas. El insecto cae despanzurrado sobre el papel y desvía la tecla que cambia una letra del apellido de una persona. Así, Harry Buttle es convertido en Harry Tuttle (Robert De Niro), uno de los terroristas más buscados.

La casa del señor Buttle es invadida de pronto por un comando que destruye su modesto departamento. Decenas de policías con cascos, máscaras negras y armas de alto poder cubren completamente al hombre con una gruesa tela y lo encadenan ante la desesperación y el llanto de sus hijos y su esposa. Con el incisivo humor negro con el que Gilliam hace una continua crítica a la tecnología y la burocracia a lo largo de la película, a la señora Buttle la hacen firmar un recibo por su esposo y a cambio de ese papel le entregan otro (un recibo del recibo). El señor Buttle muere en el interrogatorio, dejando además una gran deuda, pues los procedimientos policiacos se les cobran a las víctimas.

El protagonista principal de la cinta es Sam Lowry, un burócrata que inicialmente tiene pocas ambiciones, interpretado magistralmente por el actor inglés Jonathan Pryce. El personaje vive cotidianamente la pesadilla del mundo tecnológico que lo rodea, pero tiene una vida paralela, pues cuando duerme tiene un sueño muy hermoso: lleva puesta una armadura de plata y unas alas enormes con las que surca los cielos. Entre las nubes se encuentra con una bella mujer con ropa vaporosa y larga cabellera rubia (Kim Greist), de la que está enamorado, y por la que lucha contra el mal que busca separarlos. Cuando ocurre este sueño, la música de fondo en la película es Brasil (Aquarela do Brasil), la célebre canción de Ary Barroso, de ahí el nombre de la cinta. Un sueño y una melodía carnavalesca que le permiten evadir una sociedad burocrática y represiva. Pero al despertar se vuelve a la terrible realidad.

Hay una escena en la que el protagonista sufre la descompostura del aire acondicionado, pero recibe ayuda forzada del terrorista (De Niro), que le ahorra el interminable papeleo, por lo que tiene que despachar a los empleados de mantenimiento que llegan tarde, los cuales le toman un odio personal y consiguen los oficios y el número de copias necesarias para expulsarlo de su casa y destruirla con el pretexto de arreglarla.

Hace casi exactamente un año tuve una experiencia muy desagradable con el banco Santander: querían obligarme a firmar un nuevo contrato por una cuenta que yo ya había firmado antes y con cuyas nuevas cláusulas no podía estar de acuerdo sin antes cotejarlas con el documento previo. El gerente de la sucursal, cuyo nombre prefiero no mencionar, se desquició, lo tomó como algo personal y llamó a mi casa para decirme que si no firmaba me cancelarían la cuenta, pero la llamada la hizo ¡el día de Navidad! Y canceló unilateralmente mi contrato previo con el banco.

Ahora es otra cosa. Desde hace tiempo he recibido intermitentemente ráfagas de llamadas telefónicas de empleados de banco Santander reclamando un supuesto incumplimiento en los pagos de una tarjeta de crédito con terminación 7342. He tenido la paciencia de explicarles y demostrarles, una y otra vez, su error, y los he convencido. Me he reunido con el gerente de la sucursal en la que tengo esa cuenta, que es por cierto una persona inteligente y amable, y se ha comunicado en mi presencia con sus colegas en las áreas correspondientes. Me han dicho todos que tengo razón, que mis pagos están correctos y que dejaré de recibir las molestas llamadas. Pero esto no sucede. El laberinto burocrático en ese banco, activado desde quién sabe dónde, impide que los propios funcionarios con los que me he entrevistado puedan detenerlo.

El infierno existe. El sábado pasado yo estaba soñando que volaba, pero a las siete de la mañana me despertó el teléfono con una grabación que me conminaba a pagar algo que está demostrado que no debo… y ni siquiera tenían en la grabadora la música de Brazil.