Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 5 de diciembre de 2010 Num: 822

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

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en Alemania

JUAN MANUEL CONTRERAS
entrevista con RICHARD NEBEL

Toledo el humorista
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Toledo y Kafka: informe para una academia
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Francisco Toledo:
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GERMAINE GÓMEZ HARO

El paisaje abismal de Toledo
FRANCISCO CALVO SERRALLER

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El paisaje abismal de Toledo

Francisco Calvo Serraller

Nacido en la localidad de Juchitán, Oaxaca en el año de 1940, Francisco Toledo es el artista mexicano vivo más importante de su país. Recuerdo su exposición que presentó en la Whitechapel Art Gallery de Londres, que luego viajó al Reina Sofía de Madrid, bajo el comisariado de Catherine Lampert. En ella se reunieron un centenar de obras, seleccionadas entre las producidas a lo largo de casi toda la trayectoria de Toledo, pero también de entre el variadísimo elenco de materiales con que ha trabajado, con lo que se puede afirmar que nos ofrecía un panorama completo de su arte.

Francisco Toledo es fundamentalmente un artista vertical, cuya imaginación se nutre en los estratos más profundos de su historia personal y legendaria. De hecho, su obra interpone esa memoria vertical mítica a la horizontalidad de la actualidad. Este cruzarse o interponerse al curso de lo moderno es el que hace de él un artista solitario y desaforado, muy intempestivo y muy radical. En cierta manera, justo lo contrario de lo que hoy se entiende por multiculturalismo, aunque en la identidad de Toledo se entremezclen muchas voces históricamente ahogadas.

Algo de esto ya lo intuyó Luis Cardoza y Aragón hace más de un cuarto de siglo, cuando, al tratar de Francisco Toledo, dijo de él que “está aparte y está solo. Su obra es algo más que contemporánea. Se intuye lo intemporal de lo auténtico. En él no existe preocupación alguna de actualidad”. Es cierto: la obra de Toledo es un contratiempo, una invocación para devolver el alma a lo que la historia literalmente ha convertido en polvo. La materia de Toledo es la tierra, las arcillas y su color, los colores de la tierra, rojos, pardos y ocres, las sustancias de lo orgánico. Con esas materias, Toledo puede amasar y cocer formas, pero su pintura nos da también la impresión de una masa pigmentada que ha sido prensada y en cuya superficie aplanada hubiera incrustaciones fósiles. A los espectros, a las puras almas dolientes, a él mismo, Toledo los tizna, los carboniza, cual negras huellas del tiempo.

Desde lo inmediato a lo más arcaico, claro que se puede trazar una genealogía artística de la obra de Francisco Toledo. Se encuentran ecos de Rufino Tamayo o de José Guadalupe Posada. La atmósfera de su arte es afín al surrealismo, pero en sentido mucho más amplio de lo que éste supuso históricamente para la pintura mexicana y estadunidense de después de la segunda guerra mundial. Quiero decir que las afinidades de Toledo con lo surreal se conjugan más y mejor con el místico y ensoñado universo de Paul Klee o con la violenta instintividad de Picasso de fines de los años veinte y treinta, o con el de ancestros, aún más antiguos, de esta misma pesquisa artística que pugna por revelar lo oculto u ocultado, enterrado.

Pero al margen de estas referencias, vamos a llamarlas así, “ocultas”, para Toledo está el paisaje, su paisaje, su tierra natal, su tierra natural, el mapa de su propio ser. Ahí ciertas resonancias nos llevan a las abigarradas imágenes del arte colonial; a las láminas de botánica y zoología indígenas, de apariencias necesariamente fantásticas; a los alfabetos criptografiados, a las cartografías legendarias… Es entonces cuando descubrimos que el paisaje de Toledo es como el sumidero de la historia, que se hunde en profundidades abismales, en el gran estómago de la tierra. Toledo busca la raíz de las cosas: ahonda, excava.

Lo orgánico y lo espectral, la arcilla y el carbón, la vida y las sombras signan la obra de Francisco Toledo, un artista ensimismado, pero cuyo yo, como tal pronombre personal, es una mera contingencia, un peldaño en el interminable descenso a los infiernos que es lo que está debajo, lo subterráneo. Antes he hecho alusión al amasamiento material de lo plástico y lo pictórico en Toledo, pero también quiero decir algo acerca de su forma de trazar líneas o de inducir, de surcar las planchas. Su dibujo es conciso y cortante, de una presión escalofriante. Insecto, planta, figura humana, todo parece un autorretrato porque todo es un autorretrato, pero en el que la imagen aflorada está siempre conectada con la raíz. La inquietante extrañeza que nos produce contemplar la obra de Francisco Toledo no procede sino de esta radicalidad. ¿Cómo entonces no iba a ser Toledo un artista intempestivo, transcultural, verticial, vertical?