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 Portada 
Presentación 
Bazar de asombros 
      HUGO GUTIÉRREZ VEGA 
La pasión del reverendo Dimmesdale (la carta escarlata) 
  ROGER VILAR 
Monólogos compartidos 
  FRANCISCO TORRES CÓRDOVA 
Escritura y melancolía 
  JUAN DOMINGO ARGÜELLES 
La política económica 
  HERNÁN GÓMEZ BRUERA 
Leonard Brooks y un mural de Siqueiros 
  INGRID SUCKAER 
Heinrich Böll y la justicia 
  RICARDO BADA 
      
Relectura de un clown 
  RICARDO YÁÑEZ 
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Columnas: 
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   Directorio 
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    Hugo Gutiérrez Vega   
  
    LAS  DIVAS Y LUIS TRELLES (II Y ÚLTIMA) 
    
    4. El corazón del enigma 
    Todos los  ángulos de su rostro fotografiaban maravillosamente. Fue la preferida de la cámara, la más bella y misteriosa de las diosas del cine.  Basta con decir su nombre, Garbo (así, nada más y nada menos, Garbo) para  convocar a la reina Cristina, a Mata-Hari, María Waleska, Marguerite Gautier, Ninotchka... y, también, a la mujer solitaria y un poco  desdeñosa que cultivó, en todos los aspectos de su vida, un aura secreta y  remota, la propia de los habitantes del Olimpo que, por curiosidad o por juego,  descienden a la Tierra y toman, para cumplir algunas empresas o satisfacer  deseos y caprichos, la forma humana. 
    El maestro  Trelles no oculta su admiración por la gran señora que, al perder su lozanía, decidió  acogerse al sagrado de su  apartamento neoyorquino, pues las diosas no envejecen y, como los viejos soldados, nunca mueren. 
    5. Falling in love  again 
    La mujer de las piernas perfectas, la  Lola-Lola de El ángel azul, enloqueciendo de deseo al gran Emil Jannings (el genial actor de The Last Command), el desdichado profesor Unrat de la novela de Heinrich Mann y de  la película de Von Sternberg; la madura y enigmática tabernera escuchando las  notas nostálgicas de una pianola y consolando al agonizante comisario  fronterizo recreado por Orson Welles; la cantante personalísima en el centro  del Palladium, musitando falling in love again, mujer y leyenda, actriz y diva... todo eso fue, es y será  Marlene Dietrich. 
    6. Orquídeas y lunas 
    “Para  Dolores... el río”, cantaba Carlos Pellicer en su homenaje a María Dolores  Asúnsolo, nacida en Durango y recreada en Hollywood. Evangelina, Ramona, la Du  Barry, el ave del paraíso, la belleza latina volando hacia Río en la más delirante  de las coreografías aeronáuticas... María Candelaria, india de Xochimilco, defensora de su Lorenzo Rafael, el rostro  fotografiado con entusiasmo por Gabriel Figueroa, la mexicana hermosa y  elegante, amada por Gibbons, Carewe, Orson Welles... Todo eso y más es Dolores  del Río quien, afirma Luis Trelles, fue “la gran diva que el mundo  hispanoamericano le brindó a Hollywood.” 
    7. Maestras de actuación 
    Dos grandes divas y, además, insignes  actrices: la flexible Hepburn y la poderosa Davis. Hepburn dio elegancia física y prestancia espiritual a todos sus  personajes y Davis imprimió un sello  personalísimo a todas sus elaboradas composiciones. Luis Trelles se  detiene en un momento esencial de la carrera de la Hepburn: su Leonor de  Aquitania en The Lion in Winter, y en la perfecta maldad de la Regina compuesta por Davis en The  Little Foxes, la versión fílmica de la pieza  teatral de Lillian Hellman. 
    8. Como una espiral de Brancussi 
    Rita Hayworth oscila en Gilda y todo se vuelve sinuoso y carnal. Glenn Ford castiga  con su bofetón machista tanta belleza agresiva, tanta sensualidad retadora. 
    9. La perfecta revista del corazón 
    La  estilizada “niña bien” de Boston observa con angustia el desesperado cumplimiento del deber de su esposo, Gary Cooper,  en el más perfecto de los western, High  Noon, de  Zinnemann. Más tarde, reinaría en Hollywood hasta decidirse a reinar de  verdad en un pequeño país de hadas donde cruzó el espejo para entrar a la otra  dimensión de Alicia. Así, Grace Kelly fue varias veces reina. 
    10. Sin límites 
    Luis  Trelles llama a Taylor “la diva del exceso” y tiene razón. Sus personajes rompen las barreras marcadas por la sociedad y “las buenas costumbres”,  vociferan las  maledicencias de la obra de Albee, cumplen un delirio kitsch en la Cleopatra demasiado dorada, o exacerban el sentimentalismo en el bestseller de Edna Ferber. Todo esto y divorcios y maridos, y novios y nada me  importa, y caridades y generosidades. Tiene razón  Luis: la Taylor es la diva del exceso, pero también una actriz  experta y poderosa. 
    11. La diosa derrotada 
    Norma Jean no resistió la fuerza de la  naturaleza femenina que fue Marilyn Monroe y optó por salir por la puerta  falsa. Marilyn era la catarata de Niágara, la onda tropical, la rubia  aparentemente boba, pero llena de astucia y de malicia, la sutil humorista de  la seducción y, por último, una irremediable misfit. Tomó todos los riesgos con alegría y angustia. Intentó ser feliz  y la derrotó la ansiedad. Los machos, de los que se burló, acabaron con la  diva, la castigaron por “darse a desear”, por poner a prueba su machismo. Norma  Jean, nos dice Trelles, nos deja “el recuerdo, el mito y la leyenda”. 
    12. Ya no hay divas ni divos en el cine 
    El olimpismo se ha trasladado a los ámbitos de la música rock o del  deporte. Está bien que así sea. Los tiempos son veloces y la formación de una  diva requiere morosidad, cuidado exquisito, mucho tiempo y mucho misterio. Las  extrañamos y nos acercamos a su leyenda viva cuando se apagan las luces y se enciende el proyector, cuando leemos  libros inteligentes y admirativos como Divas, de  Luis Trelles.
      
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