Opinión
Ver día anteriorMartes 12 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Como siempre
N

o tienen remedio ni lo tendrán. Nacieron extremadamente heterogéneos, y estuvieron siempre en busca del proyecto ideológico que los mantuviera unidos como la nueva tierra prometida. Así se constituyó ese Estado-nación y no hay nada ni dentro ni fuera que pueda cambiar sus raíces. Estados Unidos emerge como un conjunto de 13 colonias en la costa del este, extremadamente diverso por su composición poblacional.

A los iniciales inmigrantes ingleses se unieron después escoceses, irlandeses, alemanes, flamencos, hugonotes franceses, más tarde Suecia y los Países Bajos fundaron colonias en la costa atlántica, pero todos fueron, no siempre de manera incruenta, dominados por los iniciales colonizadores ingleses. Las culturas, las lenguas, las religiones, eran tan diversos como los pueblos que arribaron al nuevo mundo.

Su primer mito fundacional, surge de la guerra de independencia, iniciada en 1775, que parecía que sería rápidamente sofocada por el imperio inglés. El apoyo de España y el de Francia contribuyeron a la independencia estadunidense, proclamada el 4 de julio de 1776, y su Constitución Política fue adoptada en 1787, bajo el lema In God we trust. Sintomáticamente, por años fue más popular el lema en latín: E pluribus unum (De muchos, uno).

Acaso su segundo mito fundacional, por el que asumen el alto valor de la libertad y aumenta el número y la importancia de los padres de la patria, es la Guerra de Secesión. En la década de 1860, las luchas entre el sur agrario y el norte industrial sobre los derechos de los estados y la abolición de la esclavitud provocaron esa guerra. La victoria del norte evitó una división permanente del país y condujo al final de la esclavitud legal. Para la década de 1870, Estados Unidos era la economía la más grande del mundo, gracias fundamentalmente a los efectos sociales de la manumisión de los esclavos.

En efecto, la razón de fondo del interés del norte industrial por la liberación de los esclavos del sur, era liberarlos del látigo y el ergástulo esclavo, para incorporarlos al moderno corral del mercado asalariado. La abundancia de mano de obra fue la base de la gran expansión de la economía.

La libertad como valor supremo, en el espacio del liberalismo económico, es una libertad extremadamente diferenciada. No hay comparación posible entre un poderosísimo millonario gringo, y sus asalariados, hoy ubicados en todas partes del mundo y pertenecientes a toda clase de nacionalidades.

Esta clase de libertad económica es, de fondo, una lucha encarnizada continua de todos contra todos en el mercado. Causa de mil conflictos y factor que, acumulativamente, contribuye a configurar las crisis recurrentes del capitalismo.

Muy emparentada con la economía está la política. El liberalismo político tiene muchos ángulos; no es lo mismo la libertad política de que hablan los estadunidenses en su territorio, que cuando lo hacen hablando o actuando fuera de sus fronteras.

La defensa del mundo libre es la fórmula con que el imperio ha inventado sucesivos enemigos acérrimos externos que combatir, la mayor parte de las veces ligando esa dignísima defensa de la libertad, a los más negros intereses económicos de los empresarios estadunidenses.

¿Cuántas guerras, cuántas invasiones, en diversas y numerosas partes del mundo, a las que llegó la maquinaria de guerra del imperio, tuvo como fondo intereses económicos. A veces muy específicos, otras para defender espacios en el que los mercados puedan actuar libremente.

Está puntualmente estudiado cómo, durante más de un siglo, durante las fases ascendentes y descendentes del ciclo económico de los mercados gringos, los empresarios y el gobierno dejaron entrar mexicanos como a su casa, y alternativamente echados como apestosos advenedizos, según; mano de obra barata, ganancias más altas, cuando las vacas andan gordas. Ahora el gobierno estadunidense requiere impedir el progresivo aumento del desempleo. Una cifra que va aumentar aún más velozmente en el próximo futuro.

De nada tenemos que alegrarnos los mexicanos, pues ese hecho tendrá efectos catastróficos sobre la profundamente dependiente economía mexicana. Además de echar de su casa a todos los mexicanos que puedan.

El último de sus enemigos externos ahora está naciendo: China. Dice The New York Times, el pasado 9 de octubre: China emerge como chivo expiatorio en la publicidad de la campaña. Con muchos estadunidenses capturados por la ansiedad sobre el declive económico del país, los candidatos de ambos partidos políticos han encontrado de repente un nuevo villano: los horribles chinos.

Desde el ring de la batalla entre las senadoras Barbara Boxer y Caryl Fiorina, en California, a la casa de concursos en las zonas rurales de Nueva York, los demócratas y los republicanos se echan la culpa unos a otros por permitir la exportación de puestos de trabajo a su más acérrimo rival económico actual.

En la última semana al menos 29 candidatos de ambos partidos han dado a conocer sus posiciones, que sugieren que sus oponentes han sido excesivamente condescendientes con China, dando como resultado el sufrimiento de los estadunidenses.

Pero mientras la fase del ciclo ascendía, los salarios aplastados de los chinos era, para esos mismos candidatos, la mayor fortuna de este mundo.

Por siempre, así será este todavía imperio, por hoy en desgracia.