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Un sublime bailecito kantiano
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Periódico La Jornada
Sábado 18 de septiembre de 2010, p. a16

Una experiencia espacial, temporal y luminosa. Las noches de verano con un sol radiante o la oscuridad invernal iluminada por la luna y su reflejo en la nieve. Lo que los filósofos de la Ilustración europea, como Immanuel Kant, denominaron lo sublime.

Así describe el compositor danés Per Norgard la música de Sibelius y por extensión la música nórdica entera.

Michal Tucker opta por la siguiente definición: manto septentrional de tonos boreales.

Jan Garbarek, emblema de la música nórdica y a su vez del sello discográfico alemán ECM, cúmulo de la hermandad de las culturas sonoras, sintetiza así su autobiografía: vivo en un barrio espiritual que abraza todos los rincones del planeta.

El alientista noruego Jan Garbarek es uno de esos músicos que ya trascendieron simplemente porque crearon un sonido propio.

Es de esos autores que uno identifica de inmediato, suene en la radio (por cierto, Radio UNAM ha volcado en los meses recientes su programación de manera notable hacia el arsenal de tesoros discográficos de ECM), en el Ipod puesto en modo aleatorio, o bien durante uno de esos raptos del gusto que consiste en cerrar los ojos y tomar al azar un disco del disquero y ponerlo a sonar.

Siempre sabe uno que lo que suena es magia, misterio, hondura, altura, idiosincrasia. Un concepto arraigado en el hielo, el bosque, la semipenumbra del invierno nórdico.

El sax tenor de Jan Garbarek es uno de los emblemas del fin de siglo XX e inicios del XXI. Su disco Officium, con el Hilliard Ensemble, no solamente es el mayor éxito de ventas de ECM, sino un poema sonoro de dimensiones inconmensurables, un referente, una impronta. Una epifanía.

Todo este epílogo resulta esencial para encuadrar la valía del nuevo disco de Jan Garbarek, titulado a la manera de su camarada Keith Jarrett de manera categórica y sencilla así: Dresden.

Se titula así porque fue grabado en esa ciudad alemana y es el primer disco en vivo de Garbarek.

Lo acompañan sus amigos Rainer Brüninghaus en los teclados, Manu Katché en percusiones y Yuri Daniel en el contrabajo, en sustitución del genial Eberhard Weber, quien en el momento del concierto estaba enfermo.

Eberhard Weber, por cierto, es otro emblema de ECM y a su vez del contrabajo moderno. También es reconocible su estilo a leguas, también es creador de un sonido propio, puro y también es uno de esos músicos que con la mera aparición de su nombre en la carátula de un disco, lo convierte en garantía.

Tan es así que Yuri Daniel ejecuta un solo en este disco en claro homenaje al estilo y la idea de su maestro Eberhard Weber.

Rainer Brüninghaus también es conocido entre el público de México porque protagonizó tres conciertos históricos en la Sala Nezahualcóyotl: en 1979 como parte del Quinteto del trompetista alemán Manfred Schof, en 1982 con su trío (Markus Stockhausen, hijo de Karlheinz, en la trompeta) y un año después.

Para los conocedores de la obra de Jan Garbarek este álbum doble está preñado de sorpresas, así como para el resto significa una puerta de entrada que jamás se traspasará de regreso.

El rasgo más notable es el cúmulo de atmósferas guapachosas, pasajes de rumba y son (vaya, en un momento se escuchan claramente tres acordes de La Bamba, sin que se trate de una versión, sino una mera cita ad libitum), tránsitos soleados, francamente caribeños, que dichos en una de las máximas autoridades de la música nórdica, resultan en una simbiosis que el señor Immanuel Kant volvería a tachar de sublime.

El track 8 del segundo disco de este álbum doble, Nu Bein’ es asimismo una franca alucinación a partir de una melodía nacida en Nubia y alcanza velocidades de danza tribal en frenesí. El track final de plano tiene título en español: Voy cantando, es de la autoría de Jan Garbarek y es una disquisición enternecida y un bailecito solemne e íntimo, un abrazo sensual en la casa de Jan Garbarek:

un barrio espiritual que abraza todos los rincones del planeta.