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Queremos un Grito... como siempre, la queja

Zócalo sin antojitos
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Un saludo a los dioses del ayer... por si acasoFoto José Carlo González
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En el bicentenario de la IndependenciaFoto Marco Peláez
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En el bicentenario de la IndependenciaFoto Yazmín Ortega Cortés
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En el bicentenario de la IndependenciaFoto Roberto García Ortiz
 
Periódico La Jornada
Viernes 17 de septiembre de 2010, p. 12

El entusiasmo y las ganas de vivir una tradición familiar se impusieron al control policiaco que desterró la verbena popular del Zócalo el 15 de septiembre. Quienes ingresaron a la plaza por la mañana, luego de pasar varios retenes, debían ir preparados con víveres para la larga espera, pues no se permitió el acceso a vendedores de comida como en tiempos pasados, cuando se armaba una buena fiesta, recordó una vecina de Tepito, sentada en el piso con sus hijas, degustando tortas caseras.

A las 15 horas, el flujo de personas era constante y tranquilo. Rostros sonrientes, mejillas tricolores, casi todos con atuendos mexicanos: faldones, rebozos, huipiles, camisetas de la selección nacional de futbol, pelucas calvas estilo Hidalgo, bigotes de Zapata, más que dispuestos al relajo.

La algarabía de quienes luego de largas filas entraban a la plancha del Zócalo, contrastaba con el nerviosismo con el que hacían sus rondines en ese espacio miembros del Estado Mayor Presidencial, así como policías federales y capitalinos. Esto parece un gueto, dijo un hombre que empujaba la silla de ruedas de su madre, molesto porque no le permitieron pasar sus botellas de agua.

Varios niños jugaban con globos metálicos mientras en los altavoces se escuchaba: En caso de emergencia, no entre en pánico... siga las instrucciones... respete y guarde el orden... mantenga la calma... demuestre civilidad.

¿Valientes? ¿Arriesgados? ¿Irresponsables? Sólo queremos estar en el Grito como siempre; es pura faramalla esto de la seguridad, respondían padres de familia con bebés en brazos, ante las preguntas de los reporteros sobre si no les daba miedo asistir a un acto al que las autoridades habían pedido observar desde la comodidad de su hogar.

Cerca de las 18:30 horas creció la tensión en los puntos de acceso: aparecieron los granaderos. Aun así hubo portazo, o más bien vallazo en las entradas de 16 de Septiembre y en Monte de Piedad. La policía optó por dejar entrar a esas personas que corrieron alegremente al centro de la plaza, antes de bloquear de manera definitiva esas calles. Nadie podía ya salir ni entrar. Los “corralitos“ se cerraron. Algunas familias quedaron divididas: unos junto al atrio de la Catedral, otros por el astabandera, otros por los portales o frente a los edificios del Gobierno del Distrito Federal. Se gritaban de una banqueta a otra o se llamaban por celular.

Cerca de las 20 horas entró el llamado Coloso, por la calle 5 se Mayo. Los niños preguntaban qué era esa gran pierna, esa manota con machete mocho, ese torso. Es un descuartizado, ilustró alguien por ahí.

Cuarenta minutos después, llegó a la entrada del Zócalo la vanguardia del desfile, pero tuvo que esperar más de una hora, ante la desesperación de un público que, en su mayoría, se negó a ponerse el poncho de plástico y a hacer la coreografía masiva al ritmo del shalalá, del tema El futuro es milenario.

¿Quieren cantar conmigo?, gritaba el joven tenor Ángel Ruiz. ¡Nooo!, respondían las personas, miles, que no estaban cerca del escenario y que no alcanzaban a ver a las porristas comandadas por la coreógrafa brasileña Renata Vieitas, que se esforzaban por contagiar de su entusiasmo a quienes ocupaban los corralitos centrales.

¡Desfile, desfile, desfile!, gritaron entre rechiflas todos los que tenían al menos seis horas esperando los momentos cumbre de la celebración patria. La protesta sirvió: a las 21:30 entraron los carros alegóricos.

Luego, otra pausa. Cero transmisión en las pantallas. Creo que ya les falló la organización, comentó una barrendera. Más rechiflas. Se comienza a armar al Coloso. ¿Quién es?, insisten los presentes. Llueven respuestas: Zapata, Allende, Porfirio Díaz de joven, Fox. Alguien suelta: “Malverde, el santo de los narcos”.

El momento del Grito liberó tensiones. Hasta los policías sacaron sus celulares para tomar fotos. Luego de los vivas y el Himno Nacional, la felicidad inundó el Zócalo y dio paso al espectáculo pirotécnico que incendió, primero, el techo de Palacio Nacional y luego hizo estallar en juguetones colores a la Catedral Metropolitana.

La verbena acotada estaba por terminar.