Opinión
Ver día anteriorMartes 7 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Técnica y falsificaciones
¿H

ay manera de detectar si una obra es original de quien se dice? Si el pintor o pintora están en vida, hay que remitir a ellos o a sus representantes la pieza. Cabe aclarar que también ha existido equivocación en esto.

De Chirico autentificó algunos falsos hechos por Óscar Domínguez, si bien lo hizo para ayudarlo y sobre todo porque las obras le complacieron sobremanera como si fueran de su mano. De otro modo no hubiera permitido que su firma o su nombre apareciera en ellas.

Al parecer Remedios Varo también falsificó a De Chirico antes de llegar a México. Desafortunadamente no ha sido posible recabar documentos o fotografías sobre tales piezas.

Rufino Tamayo, cuya larga trayectoria fue sumamente productiva, auxiliado por Olga, en cierta ocasión desechó (por equivocación) una obra suya y tuvo que revocar su afirmación de inautenticidad. Han aparecido aquí y allá falsificaciones de Francisco Toledo y si uno cree toparse con alguna, lo que no se debe hacer es decir: esta obra no es de Toledo, sino remitirla a la instancia con capacidad para examinarla, como la Galería Juan Martín.

Suele creerse que los parientes o descendientes directos de los autores pueden saber si las obras son, o no, de aquellos a quienes se atribuyen, pero eso también ofrece múltiples fallas, como ha ocurrido con certificaciones emitidas acerca de Diego Rivera o de Siqueiros y, sobre todo, de Frida Kahlo, que es la más buscada en todo el panorama nacional e internacional.

Casi no pasa un mes sin que aparezcan falsos Frida o bien atribuciones certificadas mediante largos documentos firmados por personas, quizá de buena fe en algunos casos, que se equivocaron probablemente por ignorancia. Respecto de Kahlo lo que se hace es acudir al catálogo razonado que auspició Helga Prignitz en Alemania y a la amplia bibliografía ilustrada que existe, como la publicada por el Museo del Palacio de Bellas Artes con motivo de la exposición de 2007 o como el libro de Martha Zamora que incluye ilustraciones y un apartado de atribuciones. Aun así, certezas absolutas no existen.

Otro pintor mexicano ampliamente falsificado es el Dr. Atl, sobre todo debido a que su serie sobre el Paricutín (que se publicó en el libro Cómo nace y crece un volcán); fue continuada por él mismo, circunstancia que propició un sinnúmero de trabajos que no son de su mano.

Existen archivos de falsos, acompañados de fotografías y de certificaciones algunas de las cuales también están falsificadas. Se encuentran en poder generalmente de galerías de larga trayectoria, como la de Arte Mexicano y la López Quiroga.

La palabra falsificación es obviamente un término negativo, pero no referido a la estética, sino a la moral. Lo digo porque se asume en principio que el concepto implica ausencia o negación de valor. No obstante creo que es erróneo considerar que una pieza es mejor que otra sólo por ser auténtica y eso no siempre es cierto.

En mi texto pasado aludí a una buena pintura atribuida a Remedios Varo, que no era de su mano. No obstante, era buena, tanto así que complació a una de las personas que la conoció (misma que como dije, resultó objeto de un certificado de inautenticidad avalado por Walter Gruen) y dicha persona decidió de todas formas adquirirla. Naturalmente aquí concurre el problema del precio, que en todos los casos es el que priva. El o la propietaria puede lucir su pintura y disfrutarla, aclarando que no se trata de un original de Remedios. Estas circunstancias suelen ser excepcionales.

Es raro en México que uno se tope con atribuciones que destacan por su calidad y que las admire, aun a sabiendas de que hay serias dudas de su pertenencia a la mano a la que se atribuyen. Desde mi punto de vista es correcto expresar el criterio personal de inautenticidad verbalmente y en determinados casos sugerir la revisión de la pieza por personas conocedoras capaces de emitir criterios, sea que coincidan o no con el propio.

Es un error, como escuché hace poco, creer que al primer golpe de ojo negativo respecto a la autenticidad, emitido por alguien consabidamente experto, implica una situación aberrante o poco cuidadosa. La inautenticidad, la malhechora, el nulo entendimiento por parte del copista o falsificador saltan a la vista con harta frecuencia de primer embite y eso es demostrable.

De otra parte resulta común observar en los museos, principalmente extranjeros, a los copistas de obras consagradas. Copian como método de entrenamiento, no porque pretendan como se dice hacer pasar gato por liebre. Pero suele suceder que esas modalidades de estudio caen a veces en otras manos y el propietario en turno hace adjudicar la pieza, sobre todo si tiene variantes, al artista copiado. En tales casos quien engaña es ese nuevo propietario, no el copista.

Pudiera ser, como escuchamos frecuentemente, que no estén a la vista de la generalidad de los coleccionistas, dealers, etcétera, los posibles valores estéticos logrados por artistas de las generaciones actuales. Sin embargo, siempre los habrá, en todas las ramas de las artes plásticas. Así lo enseña la historia del arte en general y la del arte mexicano en lo particular.

Sorprende saber que alguien pagó un precio cuantioso por un bocetito supuestamente del Dr. Atl, al que probablemente no vaya a prestarle en lo futuro mayor atención y que en cambio exista resistencia en la adquisición de obras contemporáneas que no necesitan más certificados de autenticidad que la firma del propio artista.

Las hay, provocan placer estético, se disfrutan, son originales y suelen convertirse en inversiones.