Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de agosto de 2010 Num: 808

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Juan Bruce-Novoa: Only the Good Times
ALBERTO BLANCO

El síndrome de Procusto y la política científica
JUAN JOSÉ BARRIENTOS

Monet, impresionista
Presentación

Los deudores de Monet
FRANCISCO CALVO SERRALLER

Los ojos de Monet
JOHN BERGER

Ella casi bella
GUILLERMO SAMPERIO

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Ilustración de Juan Gabriel Puga

Ella casi bella

Guillermo Samperio

Tu cabello pelirrojo, tus ojos aceituna, tu nariz recta, afilada, tus senos ojos sepias, medio caídos, una cadera de incertidumbre, un pubis de bruma de hilachos negros esparcidos, muslos anchurosos, pantorrillas de pirulí, pies grandes para sostener tu estatura; por detrás, la caída lacia del pelo, la espalda que cierra en uvé hacia la cintura y nalgas generosas, lo mismo que tu ano; olvidaba tu garganta profunda, mujer con tres o cuatro sexos. Quizá por ello me salté tu boca al principio, pero tus labios son de nardo.

Esta descripción no suena mal; aunque tu cuerpo no despedía olor alguno, intuí que despertabas hacia el otro lado del mundo, donde las cabras, al berrear, emiten fuego de azufre; no, no me refiero al demonio: sería hacerte un honor inmerecido. Diría que apestabas hacia la nada, hacia la gran cañería de la ciudad y muchas veces intuí que, en silencio, parlabas con los cocodrilos del drenaje profundo, pútridos, ya sin su verdosidad y que, a mis espaldas, vivías además con una fauna mayor. Aparte de los cocodrilos grisáceos y blanquecinos, estaban las ratas gordas, las hienas burlonas y fétidas, quiero decir del tamaño de un perro bóxer, las tarántulas, como mano de gigante entreabierta, de rojo intenso y colmillos obvios, aves como águilas de desfiladero y buitres sin alas, con pico de tijeras, con el fin de podar las mañanas vegetales que rodean los pantanos hechos con ditritus de chilangos en la ciudad más grande del mundo, perros de pelea con trozos del cuerpo arrancados, gallos de pelea sin plumas de navajas múltiples, insectos y víboras con venenos de súbito mortales; te ponías tu Chanel 5 pero tu cuerpo se lo tragaba, ya que nunca lo llegué a percibir.

Por las noches, mientras yo dormía, atravesabas ese gran canal oscuro, horror de pestilencias (quizá por ello te llevabas tus botas vaqueras) y allá, donde terminaba la curva enorme del atascadero, abrías una puerta de metal plagada de óxidos donde pululaban piojos, chinches, gigantes hormigas rojas y no te importaba que se te subieran al cuerpo y se extraviaran en tu cabello; entrabas, sacudiéndotelos donde te esperaban las de tu especie, las que aparentaban ser humanas, mujeres pero que, tras su epidermis, llevaban un tiranosaurio como el tuyo y que se tragaba el Chanel, o los perfumes que te traía de Francia o Italia, y fluía la pestilencia de estos saurios con botas y pantalones negros; allí planeaban salvar al mundo pero en el lenguaje que usaban todo era a la inversa: mejorar era destruir, construir era crear terremotos; amar era envenenamiento y así por el estilo. Debido a ello, dejaste que la bestia ininteligible y lóbrega te in-amara (perdón: ad-mirara) las tetas, ésa, tu angelical preferida (perdón: la monstruo de tres cabezas que perdiera dos de ellas, mientras la otra te lamía vagina y ano).

Y de pronto, plop, su mundo en plástico. Los rayos divinos eran de hulespuma; el amor era un corazón enorme comprado en la gran juguetería de Insurgentes Sur; el cariño era hulespuma en el que se revolcaban; las caricias eran el spray que lanzaba hilos de melancocha de distintos colores que se desvanecían a los 5 minutos.

Al final de tantas cabriolas de indómitos caballos de furia pertenecientes a ruedas de la fortuna no les quedaba nada en absoluto; por ello, vuelven a repetir el acto desprovisto de presdigitación hasta que el cáncer o la sífilis o una mordida verdadera de los cocodrilos, o un navajazo de gallo desnudo, o mordida de sierpe, o picotazos de buitres y águilas, o las mordisqueadas de las tarántulas rojizas como tu cabello, o los colmillos en cuello de las hienas rabiosas, bestias de las profundidades, finalicen con ustedes sin hallar sitio en el cielo, ni en el infierno, ni en el purgatorio, ni en el éter; vaya, ni siquiera en la zona donde transitan Kal-El y su esposa, padres de Superman. Simplemente, se destruirán como cuando dos iguales o idénticos se topan frente a frente en algún sitio inexplorado del universo como dice la física moderna.