Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de agosto de 2010 Num: 808

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Juan Bruce-Novoa: Only the Good Times
ALBERTO BLANCO

El síndrome de Procusto y la política científica
JUAN JOSÉ BARRIENTOS

Monet, impresionista
Presentación

Los deudores de Monet
FRANCISCO CALVO SERRALLER

Los ojos de Monet
JOHN BERGER

Ella casi bella
GUILLERMO SAMPERIO

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Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

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La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Enrique López Aguilar
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Notas acerca del grupo de poetas mexicanos nacidos en los años cincuenta del siglo XX (I DE III)

Muchas anécdotas me hacen recordar el abarrotamiento generacional de los poetas nacidos en los años cincuenta del siglo pasado y que comenzaron a publicar en los setenta: algunos tuvieron prisa por publicar primeras plaquettes; otros avanzaron hacia un proyecto de mucha calidad artística e intelectual: lo que no siempre resultó fácil fue saber cuáles de ellos sobrevivirían a la urgencia de publicar o al deseo juvenil de expresarse. Las incertidumbres de esos comienzos parecen reproducirse con los escritores que nacieron entre 1961 y 1970 (que comenzaron a publicar en la década de los ochenta), con los que nacieron entre 1971 y1980 (que comenzaron a publicar en la década de los noventa) y, seguramente, con los nacidos entre 1981 y 1990 (que comenzaron a publicar en la primera década del presente siglo).

La historia repite sus modalidades: hubo poetas nacidos en los años sesenta que propusieron algunas revistas (El Faro, Diluvio de Pájaros); algunos se autofinanciaron la publicación de libros prematuros (Eloy Urroz, Poesía de principio, 1984); otros, como Jorge Valencia, se quedaron en su primera plaquette (El umbral del fruto, 1989); pocos, como Luis Mayer (Los lugares de la noche, 1995), propusieron una primera obra tardía que hace esperar perseverancia en la calidad que ya ofrece en ella. En varios se adivinaban las buenas intenciones y la vejez concomitante (“juegos experimentales”, impostación temática, ignorancia formal), el mero deseo de darse a conocer; en algunos, el indicio de una obra personal e interesante. Esto no es grave, sino un nuevo signo de los tiempos: la aldea literaria tiende a hacer globales los síntomas locales de antaño.

Hay novísimas voces potables, pero el diagnóstico aún es incierto, menos el tono general de progresiva maduración, salvo en los grupos de los nacidos en los sesenta y setenta, donde se afianzan apuestas más estructuradas. Todavía no hay demasiados nombres ni poemas para los lectores, aunque eso no es anómalo: para el salto cualitativo siempre habrá espacios y oportunidades, además de que la apuesta está colocada (eso es obvio) hacia adelante. Ahora bien, ¿esto no es lo mismo que se dijo de los poetas nacidos en los cincuenta durante los años ochenta?

Los poetas de los cincuenta, en 2010, dan mayores muestras de juventud conforme pasa el tiempo, la nómina de los mismos comienza a reducirse y es un placer creciente leerlos. Estudiar la trayectoria de los autores de las dos siguientes décadas puede ayudar a entender el abigarramiento de la precedente y algunas de sus características epocales (como hábitos de inicio, aciertos y derrotas de los primerísimos textos, el súbito crecimiento de las vocaciones literarias, la aparición de nuevos medios de divulgación y el culto a la juventud que es característico del neoliberalismo y hace de la multitud impetuosa de jóvenes poetas, en el medio literario, un fenómeno simétrico al de los yuppie boys, en el mundo de los negocios), sin embargo, explorar dichos afanes excedería los límites de estas meditaciones.

Se puede conjeturar que la precocidad y el tumulto de los autores parece obedecer, en las tres décadas iniciales de la segunda mitad del siglo pasado, a los síntomas de un período de crisis en México, semejante al de otras edades en las que la cantidad de escritores hizo fácil encontrarlos bajo cada piedra, al tiempo que la sociedad cambiaba o moría: pueden ser ejemplos de lo que digo los Siglos de Oro españoles y la cúspide y decadencia del Imperio español; el siglo de Pericles y el derrumbe de Atenas; el siglo de Augusto y el inicio de la disolución del Imperio romano.

Social y políticamente, los indicios se multiplican. El tiempo, que selecciona y olvida, nos dirá hasta dónde, en qué porcentaje, había verdadero talento en muchos de los que fueron jóvenes y, hasta dónde, espejismos. Por lo pronto, es posible que un criterio de selección y de tamiz pueda determinarse, empíricamente, a través de las verdades que se asoman en la siguiente declaración: “Poeta es quien sigue escribiendo después de los veinticinco años.”

El adjetivo “joven” es extraño, aplicado a la poesía, porque parece una petición de principio: la necesidad de diferenciarse de los mayores; “juvenil” tampoco parece conveniente por los prejuicios que supone el adjetivo. Concuerdo con Gabriel Zaid y el sentido común, quienes ven la mejor literatura joven en la obra de los autores viejos, experimentados, y la literatura vieja en la obra de los noveles e inexpertos.

(Continuará)