Opinión
Ver día anteriorJueves 19 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La ilusión
L

a tentación de revivir a un clásico y jugar con él está presente en todas las épocas y La ilusión cómica de Pierre Corneille se presta mucho a ello por su disposición completamente extraña al siglo XVII, con su teatro dentro el teatro y su caso omiso de las tres unidades (de acción, de lugar y de tiempo) que los preceptistas habían querido ver erróneamente en la Poética de Aristóteles. Durante mucho tiempo los autores de tragedias se habían visto encorsetados por el imperio de las unidades, aunque poco a poco las fueron haciendo más flexibles y abarcadoras antes de que el rigor de Nicolás Boileau las volviera a imponer en Francia. Corneille fue uno de los dramaturgos que estiró las posibilidades de las unidades y, aunque La ilusión cómica es, como su nombre indica, una comedia, las libertades que el damaturgo se tomó mezclando los géneros no dejan de ser extrañas para su época y su rígido entorno francés.

Tony Kushner hizo una versión libre en 1998 de la obra de Corneille. Al exitoso dramaturgo estadunidense lo conocemos en México por las dos partes (El milenio se aproxima y Perestroika) de su estupenda y barroquísima obra Ángeles en América publicada por Ediciones El Milagro en su antología de Teatro Norteamericano II y por la adaptación para TV que pudimos ver hace algunos años. Kushner añade algunas escenas, como la tomada de La Celestina, convierte a Matamoros en un delicioso lunático, suprime al carcelero amante de Lisa y cambia a la doncella de noble arrepentida en calculadora que goza de la riqueza. Asimismo, Pridamante de Aviñon ya no es al final el padre tierno y cariñoso, sino un egoísta vejete que verá a su hijo si acaso en París no nieva demasiado, entre otras variaciones y añadidos como el personaje del amanuense, que no se pueden calibrar del todo por los recortes indudables (aunque muy bien realizados) que tuvo para ser presentada con egresados de Casazul de Argos como primer paso para su profesionalización, aunque queda la esperanza de ver la versión completa en el futuro con todo el malicioso y barroco cinismo del dramaturgo estadunidense.

De cualquier manera, gozamos este adelanto con las jóvenes actrices y los jóvenes actores dirigidos en un taller especial por su maestro Mauricio García Lozano que, unos más que otros, dieron credibilidad –a pesar de la disparidad de edades con algunos de ellos– a los personajes que encarnaron sin excesos y sin trucajes. Tuvieron la buena suerte de contar con el laureado Jorge Ballina como escenógrafo e iluminador. Ballina armó una gran carpa en uno de los salones de la propia escuela de actuación como la gruta del mago Alcandro, con un escenario de madera, con trampilla detrás y su prolongación en un corredor de madera con trampilla también y cortinas falsas y verdaderas que separan ambos espacios. Con el público a los lados del pasadizo, el director utiliza todas las áreas, la de las supuestas representaciones, la del corredor y la de la entrada a la carpa-cueva en donde se sentarán el mago y Primadante a presenciar lo que el ilusionista presenta, sin olvidar la trampilla del corredor por donde salen y entran algunos personajes representados por actores de gran flexibilidad corporal y con momentos de gran arrebato, como el del padre que se arroja al piso del corredor ante la idea del hijo muerto.

Con un vestuario no del todo logrado que trata de unir los tiempos del siglo XVII y los actuales debido a Mario Marín del Río, actrices y actores debutantes doblan papeles en las diversas presentaciones. Y aunque algunas y algunos me parecieron sobresalientes, sigo mi costumbre de no destacar a ninguno, porque me parece injusto, cuando se trata de muchachas y muchachos que se inician y doy los nombres de quienes vi: Alonso Íñiguez como Priamonte, Piedad Montero como el amanuense, Andrés Tena como Alcandro, Horacio Borsani como Clindor, Angélica Bauter como Isabel, Paola Arrioja como Lisa, Arturo Galicia Lira como Adrastro y Nicolás Mendoza como Matamoros. Todos ellos deberán recordar la bella elegía acerca del teatro que pone Corneille en boca de Alcandro y que aquí se conserva.