Opinión
Ver día anteriorMiércoles 18 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La cultura del Dios verdadero
T

ener tratos con dios tiene sus ventajas. Como la de eludir las llamas del infierno y alcanzar la gloria o contar, por ejemplo, con información privilegiada. Sólo así entiendo las duras palabras del cardenal Juan Sandoval Íñiguez cuando dijo que no dudaba que los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación “estén muy maiceados por Ebrard” y por organismos internacionales.

Con un valor civil poco común en nuestra sociedad el prelado acusó de corrupción al jefe de Gobierno capitalino por supuestamente ofrecer dádivas a los ministros para comprar su voto en favor de la adopción de niños por matrimonios gays. Según el representante del Vaticano los jueces más que deliberar basados en el análisis de la Constitución lo hicieron en función de sus bolsillos.

Qué bueno que el cardenal tomó al toro por los cuernos y decidió hacer pública la información dura con la que cuenta pues resulta claro que la corrupción y la impunidad son dos de los jinetes negros que azotan a nuestra democracia.

¿Tendría sentido dudar de sus palabras? Un alto prelado de la Iglesia sabe que sería un acto de corrupción mentir y una severa violación al decálogo mosaico: del segundo mandamiento que prohíbe tomar el nombre de la divinidad en vano y del octavo que señala a sus seguidores no levantar falso testimonio ni decir mentiras.

Cuando se acusa en la forma en que lo hace el cardenal especialista en teología dogmática del Vaticano, es obvio que tiene las pruebas de sus palabras en la mano. ¿Pondría en entredicho su reputación y la de la Iglesia que representa en estos días en los que los nubarrones la ensombrecen?

Si no aportara las pruebas sobre la supuesta corrupción entre el jefe de Gobierno y los ministros de la Superna Corte, el cardenal tendría que aceptar que mintió y pedir perdón por sus palabras o enfrentar un largo y tortuoso proceso penal que flaco favor le haría a la grey que conduce –actualmente tan golpeada por personajes como Marcial Maciel y por otros sacerdotes que lo mismo ofician misas que venden pornografía.

Por lo demás, ¿las acusaciones del representante del Vaticano las sostendrá la Santa Sede? ¿El Episcopado Mexicano? Si el Vaticano es un Estado –y así parece por la visita oficial que le hizo el presidente Felipe Calderón poco después de asumir la presidencia– ¿es válido que se meta en asuntos que sólo a nosotros conciernen?

Hablar en nombre de la Iglesia del dios verdadero para oponerse a la adopción por matrimonios gays sólo puede ser un acto de intolerancia digna de los talibanes.

Phillip Dick imaginó en sus novelas que en el futuro cristianos extremistas y musulmanes cruzados formarían una misma iglesia. Al parecer el mañana imaginado por el autor de Minority report ya llegó: en Afganistán y en El Bajío se queman libros, se condenan a las mujeres y se enarbola el negro estandarte de la intolerancia por igual. Unos y otros se proclaman hijos del dios verdadero y siempre están dispuestos a emprender la yijad, la guerra santa. ¿No serían más útiles los altos jerarcas del clero a su paso por la tierra denunciando sicarios y narcolimosnas como se los pidió hace unos días el presidente Calderón?