Cultura
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La revolución de Sandro Bondi, ministro de esa cartera, acabaría con la ópera en la Scala

Italia está a un paso de privatizar la cultura, advierten críticos del gobierno

Los recortes presupuestales amenazan el legado artístico de la patria de Verdi y Puccini

La tierra natal del bel canto olvida su herencia artística, protestan trabajadores de teatro despedidos

 
Periódico La Jornada
Viernes 13 de agosto de 2010, p. 4

Roma, 12 de agosto. ¿Qué amante de la ópera no ha soñado alguna vez con la famosa Scala de Milán o la hermosa Arena de Verona? Los drásticos recortes en el presupuesto para cultura, las huelgas y la polémica amenazan acabar con la ópera, que es toda una institución para muchos italianos.

Mientras el gobierno afirma que con los recortes se fomenta la iniciativa individual de buscar inversionistas privados y administrar mejor el dinero, muchos historiadores de música y directores afirman que se intenta destrozar a propósito el legado cultural de Italia, tierra de Verdi, Puccini o Donizetti.

Dejar la cultura en manos privadas es equiparable a privatizar por completo los hospitales, criticó recientemente el director del Scala de Milán, Stéphane Lissner, en una entrevista.

La cultura es como la ciencia, la salud o la educación: un servicio que proporciona el Estado. La participación del Estado en la Scala es de 25 por ciento de los 120 millones de euros (más de 153 millones de dólares).

Si se da un paso más, ya podemos hablar de privatización, critica Lissner. Y muchos temen que la privatización es el fin de la ópera.

Como los grandes costos superan a menudo con creces los ingresos directos por la venta de entradas, el financiamiento de la ópera sencillamente no resulta rentable para la empresa privada, explica el gerente del teatro Massimo, en Palermo, Antonio Cognata.

La idea de las subvenciones públicas es que el Estado por razones éticas culturales decide producir teatro y ópera, explica Cognata.

“De lo contrario, mi hijo, que apenas tiene seis años, no podrá vivir la experiencia de la ópera.

“La tierra natal del bel canto olvida su legado cultural”, protestaban recientemente en Génova contra los recortes del gobierno unos trabajadores del teatro, que habían sido despedidos.

Los fondos estatales para los teatros musicales han sido recortados aunque, según argumentan las autoridades, para ayudar a los cerebros de la cultura y para revolucionar la ópera.

De esta forma se impulsa la iniciativa propia de las casas de ópera, así como la búsqueda de patrocinadores y el ahorro, dijo el ministro de Cultura italiano, Sandro Bondi, al explicar su revolución.

Además, indicó, el gobierno tiene que ahorrar y las centros de ópera demandan casi 50 por ciento del Fondo de Cultura.

Los críticos, sin embargo, afirman que Bondi está llevando a la ruina la cultura. La ley prevé recortes que en muchos casos hacen casi imposible una programación de calidad sin más medios económicos. Falta la autonomía prometida en los teatros musicales.

Lo que viene son recortes de personal y el bloqueo a las nuevas contrataciones hasta 2013 ordenadas por el gobierno, así como peores condiciones laborales. Queda por ver si el ministro de Cultura tendrá éxito con su arriesgado juego de obligar a los casas de ópera a ser rentables. Pero la situación es crítica.

En Génova, 300 trabajadores de un centro operístico de tradición como el teatro Carlo Felice, pasarán a tener una jornada reducida a principios de mes. Sobre la ópera, con cerca de 17 millones de euros, se cierne la amenaza de deuda y sobre los trabajadores: el despido.

Y en situación similar al Carlo Felice se encuentran también la Arena de Verona y el teatro San Carlo, en Nápoles, cuya gestión ya está siendo supervisada por un administrador especial.

En Jesi, el festival con motivo del 300 aniversario del nacimiento del compositor Giovanni Battista Pergolesi fue cancelado en el último minuto por falta de financiamiento.

Un país necesita artistas que planteen cuestiones, de lo contrario terminaremos en una Disneylandia: diversión y punto, resumió el director de la Scala, expresando así el temor de muchos.

Ahora tan sólo queda esperar que, desafortunadamente, Stéphane Lissner acabe teniendo razón.