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Toros

La prohibición de las corridas reinventa el Santo Oficio en Cataluña, dice el filósofo español

Truenan Fernando Savater y Antonio Caballero contra los antitaurinos

El sufrimiento es una categoría humana; el toro siente dolor, pero no sufre: Horacio Reiba

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El torero José María Luévano salió en hombros en Morelia, junto con el rejoneador Jorge Hernández, luego de que cortaran dos orejas cada unoFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 2 de agosto de 2010, p. a38

Tres pensadores taurinos –Fernando Savater, en Madrid; Antonio Caballero, en Bogotá, y Horacio Reiba, en Puebla– refutaron las argucias de quienes acaban de prohibir las corridas de toros en Cataluña y pugnan por abolirlas en Colombia y en México.

Savater pregunta (El País, 30 de julio): ¿Son las corridas una forma de maltrato animal? No es maltrato obtener huevos de la gallina, jamones del cerdo, velocidad del caballo y bravura del toro. Tratar bien a un toro de lidia consiste precisamente en lidiarlo. No hace falta insistir en que, comparada con la existencia de muchos animales de granja o de laboratorio, la vida de los toros es principesca. Y su muerte, luchando en la plaza, no desmiente ese privilegio.

Caballero coincide con ello (El Tiempo, 27 de julio): “A los toros no se les maltrata. Al contrario: se les da gusto. Prácticamente todos los animales que tienen trato con el hombre reciben de él maltrato: las gallinas ponedoras y las vacas de ordeño (sic), los marranos de matanza, los caballos de carreras, las abejas de colmena, los osos de circo, los tigres de zoológico, las ballenas... Los toros de lidia reciben el más exquisito trato imaginable, y el más adecuado a sus inclinaciones, que son dos: el dolce far niente [la ociosidad] y el juego del combate”.

Abunda: durante sus años de crianza los toros no hacen nada: pastan, rumian, sestean, miran la sombra de las nubes. A veces se enzarzan entre ellos en tremendos combates. Y llegados a los cuatro años de edad son llevados a la plaza a combatir una última vez y a morir en el placer del combate.

Contra los que afirman que el toro sufre, Reiba (La Jornada de Oriente, 2 de agosto) precisa: el sufrimiento es una categoría sicológica exclusivamente humana, que sobreviene cuando la mente se abstrae en pensamientos relacionados con su finitud, o cuando el dolor vence las resistencias naturales del organismo. Los animales pueden sentir dolor, pero nadie ha demostrado que sufran, puesto que no piensan.

Savater: Dejemos de lado esa sandez de que el aficionado disfruta con la crueldad que ve en la plaza. Y a quienes han prohibido las corridas en Cataluña invocando cuestiones éticas o de derechos humanos, los fustiga por arbitrarios, pues la moral trata de las relaciones con nuestros semejantes y no con el resto de la naturaleza. Además, subraya, los derechos animales no existen.

Caballero denuncia los delirios demagógicos de los defensores de animales, que les atribuyen derechos humanos, como si de verdad fueran humanos. Esto no humaniza al animal sino que bestializa al hombre. Reiba describe a los animalistas como personas empeñadas en hacer que las especies animales sean sujetos de derechos que deberían quedar consagrados jurídicamente, pero son indiferentes cuando se trata de los derechos humanos individuales y, sobre todo, colectivos.

Para Savater, la prohibición de las corridas de toros en Barcelona reinventa el Santo Oficio y mantiene a Cataluña dentro de la España más castiza y ortodoxa, léase, más reaccionaria. Para Caballero, el debate que hoy por hoy se da en la Corte colombiana sobre el supuesto maltrato a los toros bravos ilumina sórdidamente el placer mezquino de prohibir los placeres ajenos.

Para Reiba, la explicación de lo anterior reside en el hecho de que los animalistas son integristas, o sea, personas resueltas a imponer a los demás su ideología y su visión del mundo. Por la razón o por la fuerza, agregaría desde su tumba el general Pinochet.