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Ver día anteriorViernes 16 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Arrepentimiento y redención en la mente de un terrorista
Q

uizá nunca sea liberado, me escribió Zakaria Amara desde Canadá. Sin embargo, debo trabajar día y noche para ganar mi redención y liberar mi alma de la culpa del pasado. Contuve el aliento. ¿Hablaba de redención así como en el redentor existió, o es arrepentimiento? No son lo mismo.

Recibo cartas de presos de vez en cuando. Siempre hablan tanto de redención como de arrepentimiento. Hace mucho recibí dos cartas del palestino Nezar Hindawi, quien intentó hacer que su novia irlandesa embarazada abordara un vuelo de El Al a Tel Aviv sin que ella supiera que llevaba una bomba en su equipaje. Quería responsabilizarse de todos los crímenes contra la humanidad cometidos por Israel en la matanza de Sabra y Chatila de 1982, por ejemplo, pero las autoridades británicas no lo acusaron de estos crímenes. Claro, porque él no los cometió. Los verdaderos culpables, uno de los cuales sobrevive conectado a máquinas en estado vegetativo en Israel, un tal Ariel Sharon, no van a ser acusados, eso lo entiendo. Nuestros villanos asesinan impunemente. Y yo espero más correo de Nezar Hindawi.

¿Se encuentra en la misma situación Zakaria Amara? Fue encarcelado en 2006 por planear ataques terroristas y supuestamente él era uno de los líderes de su grupo. Una corte de Toronto se enteró de un supuesto plan para secuestrar la Cámara de los Comunes en Ottawa, decapitar al primer ministro, Stephen Harper, y destruir de un bombazo el cuartel de los servicios secretos canadienses en Toronto. La policía había planeado una celada, pues al parecer los canadienses tenían a agentes infiltrados listos para ofrecer explosivos a los musulmanes que dirían sí, gracias, y que luego serían arrestados por caer en la trampa.

No hay duda de que Amara se tragó el cuento. Dijo ante una corte de Ottawa que aprendió por Internet a hacer una bomba de fertilizante y que planeaba usarla para atentar contra el edificio de la bolsa de Toronto. Lo condenaron a cadena perpetua. Se dijo arrepentido. En una carta enviada a la corte de Brampton, Ontario, afirmó: No merezco más que su completo y absoluto desprecio.

Sé que es una suerte de nicho comercial el demostrar arrepentimiento después de que los policías te han golpeado hasta probar que en realidad querías hacer explotar cosas. También se ha convertido en una industria los policías encubiertos que ofrecen TNT como carnada para atrapar a eventuales culpables. Lástima que no recibí ninguna carta de Zakaria Amara antes de que planeara su ataque. En otras palabras, es una pena que el remordimiento no precediera al acto por el cual se hizo necesaria la redención. Pero volvamos a la carta.

Dijo que había oído de mis artículos, pero que nunca se tomó la molestia de leer ninguno de ellos hasta ahora (es una vieja historia, querido lector). Amara estaba leyendo mi último libro La Gran Guerra por la Civilización en el cual describo a una niña israelí que quedó ciego por una bomba palestina que estalló en Jerusalén en 2001. Esto no es publicidad para mi libro. Cualquiera que quiera leer mil 300 páginas de fiskerías sobre Medio Oriente debe ser un poco raro; el mismo Amara lo admitió. Quizás este libro me hubiera salvado de una cadena perpetua, de haberlo leído cuando era libre, me escribió. Quizás habría impedido que siguiera el camino que elegí.

La cita de mi libro que según él lo conmovió hasta remecer mis cimientos es cuando pregunto si el atacante suicida en Jerusalén ¿pudo haber visto en sus últimos momentos a su hija, su primita, en esa pequeña israelí? Ah, no. Él estaba demasiado hundido en su propia muerte, sepultado en la tragedia de su propio pueblo.

Amara dijo en su carta que tiene mucha necesidad de un mentor que esté dispuesto a guiar mi proceso de pensamiento y me ayude a convertirme en una persona más centrada, positiva y productiva. Bien, amigos, ese no soy yo. Estoy demasiado ocupado escribiendo sobre los palestinos que sufren en Medio Oriente. Debo decir que Amara especifica: nací en Jordania, pero como la mayoría de los jordanos, en realidad soy palestino. Agrega: Los musulmanes siempre enfatizamos en nuestras víctimas inocentes, pero ignoramos a las víctimas, igualmente inocentes, que provocamos.

Señala también que sus facultades de pensamiento crítico se encuentran revividas después de estar sepultadas por la lealtad ciega, emociones, la jurisprudencia islámica, tecnicismo y desventajas creadas por los estudiosos contemporáneos”. Su carta continúa y dice que podría nunca ser excarcelado. A veces me pregunto si quiero ser libre en un mundo tan horrible.

¿Es esto cierto? Se queja de que el sistema penitenciario canadiense muestra cero comprensión por mis circunstancias. Creo que todo lo que saben sobre terrorismo es lo que han escuchado en la TV, lo cual hace muy difícil obtener ayuda.

Dice haber solicitado un libro sobre las confrontaciones creadas por el extremismo religioso escrito por el periodista canadiense Eric Margolis, y que nunca se le permitió recibirlo. “No estoy seguro de que ellos (las autoridades canadienses del reclusorio en que está) se dan cuenta de lo contraproducente que es una prisión. Amara agrega: Me siento afortunado de haber despertado y de poder dar nueva dirección a mis pasos.

¿Qué puede hacer? Supongo que pese a sus errores de ortografía, debe seguir escribiendo, tal vez para la prensa canadiense. Lo siento, señor Amara, usted me escribió a mí. Conrad Black escribe para la primera plana del diario National Post sin que el rotativo mencione que está encarcelado (por un crimen ligeramente distinto al suyo) en una penitenciaría estadunidense. La redención no necesariamente acorta las sentencias. Tampoco el arrepentimiento. Pero la gente lee. Usted tiene oportunidad de decirles a decenas de miles lo que me ha dicho a mí.

Perdone mi mala sintaxis y ortografía concluye la carta de Amara, todo es culpa de Microsoft. Bueno, en eso sí estamos de acuerdo.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca