Opinión
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Las ondas de monsieur Martenot
E

l 27 de junio de 2009 apareció en este espacio mi reseña de un singular concierto ofrecido por el músico francés Thomas Bloch en el auditorio Blas Galindo, en el contexto del ciclo titulado Rara Avis.

Hoy, a un año de distancia, propongo una especie de déjà vu: mismo escenario, mismo ciclo, mismo músico. Sin embargo, lector, no crea que estoy de humor redundante y repetitivo.

En aquella ocasión, Bloch ofreció un excelente recital de armónica de cristal; en este 2010, su presentación fue como ejecutante de ese otro instrumento fascinante e improbable, las ondas Martenot. En efecto, Bloch es un virtuoso y respetado experto en ambos instrumentos, y su reciente recital eléctrico (con la colaboración del pianista mexicano Sergio Vázquez) fue sorprendente, efectivo y muy disfrutable.

Bloch compuso su programa con la evidente, loable y bien lograda intención de ofrecer a nuestros oídos curiosos el panorama más amplio posible de las sonoridades del singular instrumento, proponiendo obras para las ondas Martenot solas, con piano, con pista pregrabada, y en ocasiones, con piano y pista como cómplices simultáneos. Esa noche fue posible escuchar un poco de todo, tanto en sonoridades como en lenguajes y estilos. Una obra de Edward Mickael como un sencillo coral, para el teclado de las ondas Martenot. Cadenza, de André Jolivet, obra con mayores recursos, timbres y planos sonoros.

Una transcripción para ondas Martenot y piano de la famosa Pavana de Gabriel Fauré, tocada con todo el lánguido romanticismo moderno que la pieza merece. Euplotes 2, del propio Bloch y Olivier Touchard, con piano y pista pre-grabada, con un trabajo complejo para el listón electromagnético del instrumento creado por Maurice Martenot. Sobresaliente por su valor histórico y anecdótico, una breve pieza de juventud de Pierre Boulez, de su época como músico de teatro, con el singular título de Improvisación sobre el zapato de raso, y con un contenido musical marcado por una especie de distante nostalgia. Muy destacada, también, la versión amplia, profunda de la Loa a la eternidad de Jesús, más conocida como parte del formidable Cuarteto para el fin de los tiempos, de Olivier Messiaen. También de Bloch, la pieza Formule, una especie de potente y fugaz explosión de heavy metal con mucha electricidad.

En la segunda parte del recital, destacó la pieza Outremer, de Bernard Parmegiani, recreada por Bloch a partir de una fascinante partitura gráfica. Otra obra de Messiaen, Cuarta hoja inédita, de perfecta amalgama tímbrica entre ondas Martenot y piano.

De Michel Ridolfi, la pieza Mare teno, para ondas, piano y pista, un complejo y sutil trabajo de timbres e intensidades. Y para concluir, la composición titulada Mais si, Robert!, de Bernard Wisson, para la misma combinación, una especie de rock bizarro y surreal del que el mismísimo Frank Zappa podría sentirse orgulloso.

Fuera de programa, un sabroso y ondulante ragtime para ondas Martenot y piano, como muestra de la versatilidad y adaptabilidad de un instrumento que, engañosamente, pareciera no servir para otra cosa que para la exploración de las vanguardias sonoras. Como en el caso de la armónica de cristal en 2009, Thomas Bloch demostró a lo largo de todo el programa ser también un intérprete de altísimo nivel de las ondas Martenot.

Como parte integral del programa, Sergio Vázquez interpretó con convicción y eficacia un par de obras de Heitor Villa-Lobos. Sepan los interesados en el contenido de la programación del muy bienvenido ciclo Rara Avis en el BlasGa que en otros conciertos se ofreció música para serrucho, para percusiones varias, para acordeón y electrónica, y la peculiar combinación de voz, pintura y títeres.

Como ocurre con decepcionante frecuencia, la asistencia al recital de Bloch y Vázquez fue magra, escasa, raquítica, anoréxica. Es que para nuestro culto, educado y exigente público, cualquier cosa que no sea un violín, un violoncello o un piano es cosa del demonio. ¿Ondas Martenot? ¡Vade retro, Satanás!