Opinión
Ver día anteriorSábado 10 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los canales del artista
E

n el alba, Samuel y Knamizo son dos sombras moviéndose encima de una pirámide de basura. Conforme la luz solar se ajusta, sus ropas, que muestran rastros de lo que fue un color inconfundible, se exhiben como telas grisáceas. Sus manos desnudas prensan objetos inusables en un aire de tenue enemistad. Sus dedos compiten contra otros para arrancar objetos escondidos. Otros ojos conducen sus celos a los pioneros vagabundos que hallan material maleable. Todo alrededor es basura y competencia… comedia que se desarrolla en la civilización moderna.

Horas después, el par se estaciona en una esquina transitada por peatones. Con ropa limpia y una capota de moda, el carismático Knamizo, arrea a turistas hacia el arte que Samuel fabrica de basura. Mientras la lengua de Knamizo desenreda frases que abren la cartera del cliente, las manos de Samuel enredan alambres y listones que aprietan metales. En cada objeto, los clientes encuentran que la lata de su último refresco, los restos del marco que custodiaba la fotografía de su tío, los botones de su viejo control remoto, se han torcido en espléndidas curvas. De los objetos que recolectaron en el basurero, Samuel produce bolsas, carteras, estatuitas, llaveros y protectores de celulares. Sus productos no son de marca registrada. Ninguno promulga la frase Made in China.

Samuel y Knamizo son muestras ejemplares de la voraz creatividad del africano, que pende de dos factores. El inherente desperdicio material de una sociedad consumidora y los canales de pobreza e inactividad por los que la imaginación circula. Muchos artistas callejeros materializan sus visiones con elementos que en otros estratos sociales son basura. Una lata de refresco para un restaurante es basura, para ellos es la cubierta de una cartera. Una computadora saturada para un oficinista es basura, pero Samuel perfora la realidad para ver un tablero de ajedrez. Los fragmentos de un florero tirados por la ama de casa son para Knamizo el inicio de una maqueta de Johannesburgo. La llanta reventada de un camión equivale a cinco pares de huaraches.

Estos dos jóvenes artistas no conservan memorias de apartheid. Para ellos, la historia de Sudáfrica es alterada por su ignorancia. Sin memoria, la vida callejera se les facilita: escalar pirámides de basura no los incomoda; pasar 10 horas sentados en la esquina sin vender una cosa no los frustra; comer una vez al día es la consagración de su contrato con la vida. En sus vidas, la calle y el arte es el binomio de una gloria formidable. Los dos son parásitos urbanos que no existen porque no poseen un papel legal. Son fantasmas de carne y hueso que vivirán solo en su arte y en alguna historia tangente narrada por el cliente extranjero para explicar la pieza de alambre en su librero.