Opinión
Ver día anteriorMartes 6 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Racismo en la fogata
M

ientras la carne se cocina sobre una plancha de fuego, los jóvenes sudafricanos platican de asuntos superfluos para alejarse un poco del único tema ineludible: el futbol. Sudáfrica se sujeta a su pasado racista como alpinista que se abraza obstinadamente a la cuerda que le salvó la vida. Las braii, reuniones al aire libre, son epicentros de conversaciones raciales. En esta ocasión específica, el vecino, un afrikáner de nombre John, amenazó la jovial atmósfera en la que se desenvolvían los jóvenes, entre los cuales reía una mujer negra muy orgullosa de su color de piel llamada Nokwazi.

El afrikáner, trepado en el árbol del jardín de su casa para ver sobre la valla, gritó por encima de las voces… O me invitan o llamo a la policía. Con deseos de extender la fiesta, los jóvenes invitaron a esa versión de Tarzán africano.

Los afrikáner son los únicos blancos que consideran a África su tierra natal. Emigraron de Ciudad del Cabo en busca de tierra fértil para sembrar en libertad. En 1865, cuando las guerras napolitanas abatían Europa, los ingleses compraron la colonia holandesa del Cabo. Los pobladores de la colonia resolvieron abandonar su hogar y las rígidas normas de los ingleses que los oprimían con impuestos irresponsables.

La tribu Boer, o Afrikáner, emprendió un largo y tedioso viaje al desconocido vientre de Sudáfrica hasta que se establecieron gobiernos en Bloemfontein y otro en Pretoria. El éxodo fracturó la conexión con Europa y calcificó la relación con la tierra del continente africano. El término Boer significa granjero en neerlandés y connota desprecio a la profesión. El término Afrikáner no tiene raíces lingüísticas, pero califica a la raza blanca en el sur de África (Namibia y Sudáfrica), cuyo idioma, afrikaans, es una luxación del neerlandés.

Opuestos a los europeos, los afrikáner eran gente humilde cuya única preocupación era labrar un poco de tierra fértil para ganarse la vida. La trágica historia de los afrikáner –llena de lucha, hambre, y los horrores de los primeros campos de concentración concebidos por los ingleses invasores– los convierte en personas orgullosas de sus heridas y de su sinuoso pasado.

Durante su viaje hacia el centro de Sudáfrica acostumbraban cocinar carne en grandes fogatas. A esta actividad se le llama braii, y continúa vigente entre los sudafricanos blancos. Conforme Sudáfrica se pobló de ingleses, italianos, alemanes, las braii se filtraron a través de todas las barreras culturales (excepto con los negros, que consideraban esta actividad una más de los colonizadores).

Regresando al presente, los jóvenes de la braii, todos nacidos en una Sudáfrica libre del apartheid, rápidamente registraron el error de su espíritu gregal al conocer al afrikáner. El invitado, bebiendo de una botella de whisky, explotó en una ráfaga de abrazos hasta que llegó a la mujer negra. Sin dudar, reveló la historia de las braii y se negó a creer que un negro participara en ellas. Entre gritos raciales y condenas de méritos históricos, el grupo perdió el apetito. La conversación entre John y Nokwazi bajó sus decibeles conforme compartían heridas. Los espectadores, preocupados por su incapacidad de interrumpir la excitada conversación, respiraron cuando el par terminó platicando sobre la urgencia de confrontar y dialogar sobre las barreras que insisten en dividir a la población nacional. Para ese entonces, la carne ya era carbón.

Fue en esta braii, la actividad tradicional del blanco sudafricano, donde una negra y un blanco admitieron que el país que les fue prometido al finalizar el apartheid no se asemeja al que viven. Este es el tema que nadie puede evitar en Sudáfrica.