Opinión
Ver día anteriorLunes 7 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El regreso del Ipiranga
L

os millonarios y vacíos fastos del Bicentenario ocurren en un país saturado: corrupciones, violencias, urgencias, resistencias. La derecha en control de la cosa pública aprovecha la oportunidad para un negociazo (otro), y de paso mete un spin significativo a nuestra historiografía. La reacción ultra del panismo y sus aliados de ocasión libran una bien pagada batalla ideológica. Por primera vez en el México moderno, la Historia la cuentan los conservadores, esos pálidos herederos de Lucas Alamán que acabaron representando una secta marginal, derrotada en términos históricos.

Las exposiciones oficiales privilegian, sin querer queriendo, al emperador Iturbide o al dictador Porfirio Díaz, y los historiadores televisables les conceden un tolerante velo de objetividad, que alcanza al emperador Maximiliano (y su lunático episodio de Miramones y Mejías). Incluso el Quinceuñas Santa Anna se beneficia de esta objetividad. En la nueva lectura, los villanos favoritos ya no lo son.

En el mismo paquete, la película del sexenio (aunque hollywoodense), La Cristiada, rodándose ahora en Durango con empalago turístico, será La Más Costosa de Todas (un viejo título honorario y publicitario: cada tanto nos dicen está es la más cara jamás filmada; antes fue Arráncame la vida, y de ahí para atrás la tradición va hasta tiempos de Echeverría, cuando menos).

Basada, se informa, en La Cristiada, de Jean Meyer, sin duda el libro más importante sobre el tema, será una epopeya de la derecha preyunquista: la que desorejó maestros socialistas, la de los terroristas canonizados por el papa polaco en tiempos de Fox, la que se emparentó explícitamente con el antijuarismo, así fuera el haubsbúrgico, y con el catolicismo vaticano. La pronazi y profranquista que generaría al sinarquismo.

En la superproducción cinematógrafica, el anticastrista Andy García, una ex ama de casa desesperada (Eva Longoria) y el galán de tendencias fundamentalistas Eduardo Verástegui darán lustre al movimiento más fanático que ha padecido el país.

No extraña que la reciente exhumación de los huesos de los padres de la Patria, aquellos curas mal portados y sus amigos, parezca una vejación. Con dicha trivialidad forense, la derecha nos quiere decir que va por todo (lo que queda).

Envuelto para regalo con algunos aspectos prestigiantes (como valorar el pasado indígena), el programa Discutamos México, en su núcleo duro de 150 capítulos y 500 especialistas, participa con presumible eficacia en la ambiciosa revisión historiográfica en curso. Se debaten en pantalla, razonablemente, las bondades escondidas de los gobiernos porfiristas y la modernidad europea de un Maximiliano progre.

A Díaz lo revaloran la academia, los llamados intelectuales mediáticos (aunque no califiquen bien para una ni otra cosa) y el periodismo cultural afín al proyecto revisionista. En honor a su pasado, esta derecha política e intelectual tiene el alma puesta en el entreguismo. Se sueña en un Puerto Rico ideal donde pasar la vida bebiendo agua de coco como socios libres del patrón yanqui, o migrando por las buenas.

El patrón local, el que se arregla en nuestro nombre con los patrones foráneos, lo encarnaron rocambolescamente Antonio López de Santa Anna y el hermanito del emperador de Austria, que también quería un imperio. Menos ridículo, Díaz evitó ser iturbidista y no le tocó ceder territorios al vecino, aunque sí los arrebatara a los pueblos indios de Sonora a Yucatán. A fin de cuentas procedía del tronco liberal que derrotó al invasor francés y fusiló al reyezuelo, y aunque devino conservador, se deslindaba de los que perdieron, casi a propósito, las invasiones estadunidenses, y sacaron raja de la indemnizaciones por territorios arrebatados a la mala.

Los historiadores y divulgadores de la nueva lectura se regocijan poniendo en duda episodios épicos del nacionalismo (aunque no a la Guadalupana), balancean el Ipiranga de la Historia y lo traen de vuelta. Sus héroes vivirían hoy en las millonarias barrancas de Huixquilucan y tendrían roof garden frente al Central Park de Nueva York.

En tanto, tratan de enterrar lo más posible las estatuas ecuestres de Zapata, Villa y Guerrero, ignoran a Flores Magón y embalsaman preventivamente, para que no corten con sus filos, a los liberales Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano et al, pues la nueva lectura petrifica a quienes conformaron la mejor generación de intelectuales que hemos tenido, de ética intachable, como ha destacado José Emilio Pacheco.

En la nueva lectura, el pueblo mexicano no existe si antes no se persigna. La operación revisionista avanza en escuelas y textos oficiales (los únicos libros masivos), en las televisoras, los centros académicos y las revistas de Los Mismos Cortesanos de Siempre.

Dime qué Historia cuentas y te diré quién eres.

(En solidaridad con la reportera Laura Castellanos y la caravana a San Juan Copala.)