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Toros

A las empresas ya no les interesa la promoción por medio de las artes plásticas

El cuadro de la fiesta es fruto de la afición de los pintores, sostiene Reynaldo Torres

No me siento importante ni famoso, sólo un hombre al que le gusta pintar y conversar

Foto
El torero Julio aricio momentos antes de sufrir una grave cornada el pasado 21 de mayo, en corrida perteneciente a la feria de San Isidro, la cual fue considerada un fracaso este añoFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Lunes 31 de mayo de 2010, p. a46

Pocos individuos pueden, al igual que Neruda, confesar que han vivido en el sentido literal de la palabra, de saber estar en y ante las circunstancias con una serena alegría y una elegancia discreta, sin alardes de fortaleza pero sin que nada les impida seguir diciéndole sí a la vida, por y a pesar de todo lo bueno y lo aparentemente malo que haya sucedido y esté por venir.

Reynaldo Torres (Tijuana, 1932), conocido por su amplia trayectoria como pintor taurino e ilustrador de clásicas portadas de discos, entre muchos otros trabajos, amigo de importantones, de artistas, de actores, de figuras y de torerillos, no tiene para cuando decirle no a la vida pues luego de sufrir dos embolias, una en abril de 2009 y la más reciente el 14 de febrero de este año, se restablece, animoso y lúcido, en su casa-estudio al lado de su bella y solidaria compañera Rosa Elena.

Sostiene que se va a morir de cirrosis y no por beber demás sino por repetir constantemente: Sí, Rosi, sí Rosi, pues el esmero y vigilancia que ella pone en su convalecencia rebasa todo lo imaginado. Con unos ojos enérgicos y bellísimos mirándolo a diario no tiene más remedio que restablecerse. Y sentencia: a los empresarios actuales no les interesa promover la fiesta de los toros a través de la pintura taurina, que en México ha tenido poca trascendencia, porque no es tomada en cuenta ni valorada ni difundida ni estimulada.

Estoy contento por estar fuera de época, añade Reynaldo. Antes me deslumbró la lentejuela, pero ahora me deslumbra el talento. Pinto porque no puedo dejar de pintar. En Tijuana tuve una juventud de cabaret y antes fui chícharo en una radiodifusora. El 30 de diciembre de 1940 alcancé a leer en un periódico: México entero llora a Alberto, luego contemplé una foto de Balderas de luces en una silla, desmonterado y con su capote de paseo sobre las piernas, y automáticamente tuve necesidad de dibujarlo. Fue mi comienzo como pintor taurino.

En otra ocasión me mandó mi madre por tortillas y atónito contemplé en la pared de la tortillería un calendario con un pase afarolado de Rafael El Gallo del pintor valenciano Carlos Ruano Llopis. No supe si quise ser el pintor o el pintado, pero la imagen me marcó para siempre.

Luego recuerdo a algunos toreros en el patio de cuadrillas, con el rostro desencajado porque en los corrales había seis toros que podían quitarles la vida. Mi primer trabajo me lo publicó el cronista Don Difi, José Jiménez Latapí, en la portada de su revista Burladero, en 1956. Fue un cuadro al pastel del novillero Joselillo. No, no es que tenga buena memoria sino que me acuerdo de todo lo que me ha pasado.

Ojalá el problema fuera sólo de la pintura pero con relación al tema taurino lo es de las artes en general. El toreo no es de cantidad ni únicamente de calidad, es una cuestión de intensidad para que se logre ese efecto multiplicador sobre las demás artes. De cuidar vacas y chivos a los 12 años en Tijuana a terminar el cuadro de Agustín Lara para uno de sus discos, en su casa de Polanco y una botella de coñac de por medio, transcurren 25 años, evoca satisfecho Reynaldo.

En una de las paredes de su luminoso estudio cuelgan varias de sus obras: un óleo del diestro gaditano Bernardo Gaviño, un insuperable retrato de Belmonte ya viejo y de luces, una imagen de la Macarena y un soberbio natural de Guillermo Capetillo y, en el centro, como sagrado corazón laico, un Emiliano Zapata con un cielo rojo que parece cobijarlo.

Continuará.