Opinión
Ver día anteriorLunes 24 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Jorge Eugenio
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e trata de un amigo, Jorge Eugenio Ortiz Gallegos, que pasó a mejor vida, como se decía antes dentro de un espíritu cristiano, a la edad de 85 años, que le dieron para mucho. Nació en Michoacán y residió, en distintas épocas de su vida, en Puebla, en Monterrey y hace ya algunos años en México, capital de la República.

Su larga vida le alcanzó para residir algún tiempo y estudiar en Estados Unidos. Fue licenciado en filosofía, pero sus intereses y estudios abarcaron mucho más: la teología, la economía, las ciencias sociales y especialmente la política, disciplina en la que fue no sólo un pensador profundo, sino un militante en favor de la democracia en diversos campos, en los que se fue encontrando sucesivamente al correr del tiempo.

Fue amigo y de alguna manera discípulo de Manuel Gómez Morín. Por ello ingresó en el Partido Acción Nacional, en el que militó muchos años y por el que fue diputado en la quincuagésima quinta legislatura. En el partido, formó parte del movimiento denominado Foro Doctrinario y Democrático y, junto con un grupo de amigos, en 1992 se separó por los arreglos de la directiva con Carlos Salinas de Gortari y el giro del pensamiento panista hacia el neoliberalismo.

Militó también en el Partido Foro Democrático y en varias organizaciones civiles como ACUDE, Grupo San Ángel y otras, donde coincidió y discutió los inacabables temas sobre México y sus vicisitudes.

Pero el tiempo le alcanzó para mucho más: fue hombre de negocios exitoso, miembro de varios consejos de administración de importantes empresas. Por ese motivo, fue invitado a las primeras reuniones de la conspiración de Chipinque, respuesta de los dueños del dinero a la atropellada expropiación de la banca perpetrada por José López Portillo; sin embargo, pronto se separó de esos grupos reaccionarios y siguió su militancia en el PAN y posteriormente en el foro. En ambas organizaciones tuve la suerte de convivir y luchar con él, por los mismos ideales y al lado de otros buenos amigos y demócratas convencidos, como José González Torres, Pablo Emilio Madero, Jesús González Schmal, Gaudencio Vera, Abel Martínez Galicia y Alfonso Méndez Ramírez.

Recorrió muchos lugares del mundo movido por su afición (para mí inexplicable) de cazador de animales salvajes, pero tuvo tiempo también de rescatar el manifestador monumental de plata, de la Catedral de Morelia, una joya colonial que encontró abandonada y desarmada y reconstruyó con la ayuda de joyeros poblanos amigos suyos y, por supuesto, a su costa.

Ciertamente, coincidíamos en las convicciones políticas iluminadas por los valores de la democracia, los derechos humanos y especialmente la justicia social; de estos temas y de religión, de filosofía y de arte hablamos muchas veces y por largas horas, pero fue también centro de su interés y de su actividad el de la literatura, y cultivó amistad con distinguidos escritores, entre ellos Gabriel Zaid.

Escribió mucho, teatro, novela y especialmente poesía; a algunos de sus amigos nos enviaba cada fin de año, con motivo de la Navidad, excelentes sonetos místicos impecablemente construidos. Algunos de sus libros de poesía que recuerdo son: Estancia de amor, Nueva York, Noche de crucifixión y otro que ahora viene a mi memoria, en el que hace en verso la crónica de su juvenil campaña a gobernador de Michoacán.

Tiene también un extraordinario ensayo sobre el destacado periodista Carlos Septién García y no puedo dejar de mencionar sus innumerables trabajos periodísticos, en los últimos años y desde hace mucho en El Universal, donde era el decano de los articulistas de la página editorial.

Todavía el sábado 15 de este mes, pocos días antes de su deceso, se publicó una colaboración suya que denominó “Secuestro en el Tec de Monterrey”, en la que relata una antigua anécdota en que uno de sus hijos fue secuestrado por Jesús Piedra, guerrillero hijo de doña Rosario Ibarra de Piedra, con la que, por supuesto, Jorge Eugenio coincidió en mucho y llevó una muy buena amistad. El artículo habla de esa amistad, del perdón y de la necesaria coincidencia en el fondo de las visiones políticas de estos dos personajes de nuestra historia reciente.

Jorge Eugenio contribuyó en mucho a los difíciles y lentos cambios para acercarnos a la democracia. Su ausencia no será fácil de superar. Pudo dialogar con políticos de todas las tendencias. Me consta que logró establecer un vínculo amistoso con Luis Donaldo Colosio, cuya muerte sintió. Esto no significa que no fuera severo con quienes consideraba indignos. Fui testigo de cómo dejó a un alto personaje de la política con la mano extendida y a quien espetó un reclamo por el voto omitido cuando se aprobó el Fobaproa.

Nunca fue ni derrotista ni escéptico; cristiano profundo y a su manera, no abandonó sus creencias, pero tampoco su espíritu crítico, a veces expresado al extremo, contra quienes, en su opinión, llevaban a la Iglesia por caminos equivocados.

Respecto de él y para no alargar indefinidamente esta colaboración, traigo a la memoria una cita de Montesquieu: El talento es un don que Dios nos hace en secreto y que nosotros revelamos sin saberlo.