Opinión
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Historias comunes de anónimos viajantes
E

l Trolebús Escénico (Sonora y Parque México) imaginado y coordinado por Marco Vieyra, al que ya me he referido antes, resulta cada vez más atractivo para las más variadas propuestas de diferentes teatristas, que siempre han de tener en cuenta el lugar en donde representan, en general con obras escritas para el trolebús y la referencia es algún vehículo y sus pasajeros, que se mezclan con los espectadores lo que da una inusitada sensación de realidad, al mismo tiempo que actrices y actores deben mantener un esfuerzo de concentración mayor que en los escenarios convencionales. Es ahora Alborde Teatro, el grupo que inició muy castigada desde hace tiempo Ciudad Juárez el fallecido teatrista Octavio Trías y que en la actualidad muchos de sus integrantes tratan de conservar en lo posible aunque alternen su quehacer dentro del colectivo con otros trabajos y algunas veces con actores invitados. El dueto formado por Antonio Zúñiga como dramaturgo y Rodolfo Guerrero como director, ha dado lugar a excelentes montajes que se presentaron en diferentes escenarios y con la obra de Zúñiga de larguísimo título, Historias comunes de anónimos viajantes refrendan la calidad de sus propuestas.

Se supone que estamos en un camión u ómnibus urbano cuyo destino no se especifica y en el que cinco personajes narran sus historias, ambiguas y entrelazadas, como la de Norma que puede ser Isabel, la prostituta y el viejo al que sigue y que en un momento la recuerda como alguien de su pasado, pero no queda claro si eso es así o no. Historias comunes, dice el dramaturgo, pero en realidad entrañan una gran soledad. Está Luis, el boletero (Christian Cortés) que ve a su madre como una Virgen y teme caer en pecado, aunque cae con La mujer biónica (Roberto Heredia), que es el nombre secreto de Roberto, el travesti enfurecido ante la muerte de su hermano. Y el viejo (Juan de la Loza) que vive su vida en los camiones por la soledad que carga desde la infancia, o Isabel (Norma Márquez) que niega ser una puta llamada Isabel y el burócrata (Gustavo Linares) que es el que más expone su irremediable soledad. En esta cadena narrativa –que algunas veces se expresa de manera poética– hay un desenlace inesperado y violento entre dos de los personajes.

La convención de que narren sus cuitas y antecedentes a los pasajeros de un camión urbano se apoya en que tanto ellos como el público no fingen ignorar que están actuando. El joven boletero reclama a cada momento que él también desea actuar, ya que hubo de interrumpir sus estudios de actuación, y es impedido por Roberto que lo echa fuera del camión. Juan de la Loza en todo momento usa su propio nombre, al igual de los demás pero con un carácter más acentuado. Todo ello bordea los límites de la realidad y su simulación.

Este panfleto escénico inspirado en la experiencia citadina de algunos actores de la compañía Alborde Teatro, como reza el programa de mano, podría prestarse a una escenificación más en el terreno de la ilustración de texto que creativa, pero en manos de Rodolfo Guerrero tiene soluciones estupendas y creativas. La historia del Viejo, narrada con apoyo de dos blancos pañuelos y dos pares de zapatos, uno infantil y el otro femenino y el arrebato místico del boletero que reparte papas fritas como si fueran hostias, o la larga trabazón de pantimedias que dan el toque erótico a la mujer y al travesti y que se utilizan para el violento final, son algunas de las escenas que habría que destacar. Además, Guerrero utiliza con sabiduría el espacio tan acotado en el que mueve a sus actores, a los que dirige de manera excelente. Habría que recomendar, para quien no la conozca, la experiencia de acudir al trolebús escénico de la colonia Condesa para presenciar sus escenificaciones, ahora en temporada Historias comunes de anónimos viajantes que cuenta también con escenografía –que incluye el uso de la trampilla en el suelo– e iluminación de Jesús Hernández, el vestuario de Sergio Ruiz y el diseño sonoro de Rodrigo Espinoza.