Opinión
Ver día anteriorLunes 19 de abril de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tumbando Caña

Diana Krall, talento y sensualidad por los caminos del jazz

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iana Krall no es una diva del jazz; es una cantante y pianista que ha conseguido encarnar, de una manera bastante espontánea, una especie de imagen ideal de cantante de jazz, con una sensualidad sutil, que en sus mejores momentos se confunde deliciosamente con un cantar displicente, casi duro, que por instantes recuerda a Carmen McRae o Sara Vaughan, pero que en otros parece ser la representación actual de la cantante cool.

Rubia, bonita y sexi, esta mujer originaria de Nanaimo, Columbia Británica, Canadá, irrumpió en la escena jazzística con una actitud de respeto al género. Sin embargo, muchos no la valoraron quizá por su apariencia de niña fresa y desdeñosa o por su forma relajada de hacer jazz, que dista mucho de la prospección o de la aventura. Los críticos musicales de revistas como Down Beat o Jazz Magazine la calificaron de cantante pop con inclinaciones al jazz. Pero esta bella pianista que lleva cerca de dos décadas en el escenario y tiene en su haber 12 álbumes y dos premios Grammy, ha demostrado que tiene swing de sobra para perderse con gusto por los caminos del jazz.

Krall toca el piano muy bien, alternando entre un estilo blusero con el swing de Oscar Peterson y la sofisticación voluptuosa de Bill Evans. No son pocos los músicos del género que ponderan sus valores musicales sin reparar mucho en su manera de cantar. Ella misma se dice músico antes que cantante, y eso porque prefiere el respeto a ser considerada una estrella acomodaticia en el género sincopado.

Sin embargo, las cualidades vocales de Diana Krall son de ponderarse al igual que su touche pianístico. Escúchela usted. Ponga atención a esa voz que parece estar al borde de la ronquera o la exhalación y descubrirá en sus inflexiones la belleza de una voz clara y expresiva, capaz de moverse con comodidad y altísimo profesionalismo en diferentes registros y estados de ánimos. Su fraseo impecable y poderoso dominio de los matices, en combinación con la claridad de su obra pianística (y las ejecuciones notables de su trío), otorgan a todas las canciones un sonido pleno y swingueante.

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Diana Krall, con inclinaciones al jazzFoto Fernando Moguel

Su nueva producción para Verve, Quiet nights, es una deslumbrante colección de piezas escogidas con cuidado por ella y por el experimentado productor Tommy Lipuma, con el invaluable apoyo en los arreglos orquestales de Claus Ogerman.

Son 12 temas (bonus track incluido): cuatro bosanovas clásicos, más la reconversión de otros cuatro a ese estilo, y cuatro baladas, lo que nos presentan en este suave, templado y elegante disco.

Para esta aventura, Diana se reunió en el estudio con sus compañeros de ruta: el guitarrista Anthony Wilson, el contrabajista John Clayton, el baterista Jef Hamilton y el percusionista brasileño Paulinho da Costa; extraordinarios músicos que ocupan un lugar especial entre sus preferencias.

En cuanto al repertorio, regresó a Burt Bacharach a través de su hit Walk On By, incorporó otros clásicos de compositores como Hal Kemp (Where or when), Johny Mercer (Too marvelous for words) o Cole Porter (Everytime we say goodbye) y se probó definitivamente en el lento y susurrante estilo del bossanova con algunos de los temas brasileños más populares y conocidos en todo el mundo: The Boy From Ipanema, So nice, Este seu olhar y, por supuesto, Quiet Nights, que Jobim tituló Corcovado. Por lo que este álbum –nos dice ella– es un sentido y fervoroso homenaje a sus ídolos: Joao Gilberto, Vinicius de Moraes, Antonio Carlos Jobim y Paulo Sergio Valle.

Es notorio el alto grado de madurez que esta bella dama, madre de dos niños y esposa del gran Elvis Costello, ha alcanzado con este trabajo del que no tiene reparos en calificar como la mejor experiencia grabando que he tenido hasta ahora.

Diana Krall no sólo sale airosa de la aventura, sino que termina por imponer un estilo propio, característico y personal que es claramente reconocible y ubicado sin esfuerzo en el gusto de un público que más allá de especificaciones y clasificaciones de género, le rinde pleitesía.