Opinión
Ver día anteriorJueves 11 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El sistema de teatros
A

unque existen desde hace muchos años bajo diversas administraciones, cada vez cobran mayor relieve porque Nina Serratos, coordinadora del Sistema de Teatros de la Secretaría de Cultura del Distrito Federal, está programando los teatros Benito Juárez y Sergio Magaña con propuestas diversas de buen nivel. Sería muy interesante que algún periodista le hiciera un reportaje acerca de lo que hace junto a su equipo en las difíciles calles de la colonia Santa María para atraer a los vecinos a presenciar lo que se escenifica en el Sergio Magaña, ese edificio que fue primero iglesia y luego sede de la CNC (de ambas cosas son testimonio su estructura original y los frescos de Jorge Vicario Román de la era cardenista que ostenta el recinto), rescatado hace tiempo por su actual director Luis Chavira para escenificaciones teatrales. Un teatro de barrio es la apuesta que se lleva a cabo con creciente éxito.

En la actualidad acoge el estreno de La inaudible historia de México de la consolidada compañía de sordos Seña y Verbo que esta vez dirige Boris Schoemann, autor de la dramaturgia a la par de Hiram Molina y Jorge Alejandro Suárez Rangel. Los actores de Seña y Verbo han evolucionado de manera notable desde los inicios de esta compañía que se distingue por utilizar tres lenguajes, el hablado común, el mexicano de señas y el de la expresión corporal; este último es el único que Schoemann utiliza para sus actores dejando de lado los otros dos, lo que sería una lástima si no fuera porque Roberto de Loera, Eduardo Domínguez, Jofrán Méndez y Lupe Vergara realizan sus escenas de mímica con mucha gracia y gran destreza corporal. Lo que le criticaría Schoemann es que hace que algunos de sus actores intenten producir palabras sonoras, lo que está en contradicción con los presupuestos de esta compañía de raíces internacionales que sólo admite el lenguaje de señas. Pero de cualquier manera, la fuerza transgresora de las imágenes propuestas es muy sana en estos tiempos centenarios y bicentenarios en que no sabemos qué festejamos porque lo mejor de nuestras gestas parece estar olvidado.

Se inicia con una divertidísima escena que presenta la extraña relación erótica entre una águila y una serpiente sobre un nopal, que es tomada por un indígena como respuesta de los dioses para fundar Tenochtitlán y se sigue con una serie de estampas no cronológicas que igual nos remiten a la situación actual o parodian momentos cinematográficos como ese King Kong que rapta a Malinche en medio de la Conquista. Schoemann hace que el tránsito entre una escena y otra cobren fluidez para narrar con ironía y respeto –ambas aquí no se contradicen– la historia de Juan Diego y la Guadalupana. Presenta al Ángel de la Independencia derribado y suplantado por un borracho que celebra algún gol de equipo mexicano, a la dócil mujer convertida en soldadera, pero también a la embarazada a la que el clero le niega ayuda y que aborta sin asistencia y muere, hace burla de los estridentes y falsarios presentadores de noticieros y de la histeria que se produjo por la epidemia de influenza y muchos otros.

Próximamente en este espacio, pero ahora en matinée en el Benito Juárez, la obra para niños Príncipe y príncipe que Perla Szumacher adaptó de un cuento de Linda De Haan y Stern Nijland y que dirige Aracelia Guerrero con un buen equipo de diseñadores y de actores. La obra narra el amor a primera vista de dos príncipes varones –tras un desfile de posibles consortes organizado por la reina madre que ya desea descansar y traspasarle la corona– y su posterior matrimonio con lo que se obtiene un final feliz. Ante la andanada que el clero y toda la derecha mexicana han lanzado contra la nueva ley capitalina del matrimonio entre parejas del mismo sexo, que también se lanza casi en linchamiento contra todos los homosexuales y lesbianas, es muy bueno que los niños aprendan el respeto (ojo: respeto, no tolerancia que es un término despectivo) hacia quienes pertenecen a estos grupos y de paso a los hijos que puedan adoptar y que en un momento dado serían sus compañeros de juegos y de escuela.