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El pianista ofreció el pasado fin de semana conciertos en Vive Cuervo y La Maraka

Eddie Palmieri llevó al trance: el público no quería dejar la pista

Acompañado por el grupo Afro Caribbean, hizo emotivo viaje por medio de un paisaje sonoro

Estuvo pleno de salsa dura, de buen soneo y descargas instrumentales con La Perfecta

 
Periódico La Jornada
Lunes 8 de marzo de 2010, p. a15

Eddie Palmieri es uno de los pocos dioses que quedan de la música caribeña. Y luego de toda una vida dedicada al arte musical, aún tiene mucho que decir. Eso se demostró la noche del viernes en el salón Vive Cuervo con un soberbio concierto de latin jazz, y lo refrendó 24 horas después en el salón La Maraka, donde brindó una de las actuaciones más emotivas con un repaso por su dilatada carrera musical.

El primer concierto fue un viaje emocional por medio de un paisaje sonoro pleno de atmósferas melódicas-armónicas y giros rítmicos finos e intensos, bordados con temas de sus álbumes Arete, Palmas y Listen Here. El segundo, uno pleno de salsa dura, de buen soneo y descargas instrumentales elevadas a la décima potencia por una banda cuyo nombre esta inscrito en la historia musical del Caribe: La Perfecta.

Dos momentos y dos repertorios para ¿distintos públicos? No, en este caso para un mismo público: el de Palmieri. Ese que le sabe, lo conoce, lo quiere, lo disfruta y al parecer no ve barreras entre el latin jazz y la salsa

La música de Palmieri no es fácil, tiene un alto nivel de elaboración que asume influencias que van desde el Rythym & Blues, el funky y el soul, hasta Bach y Debussy. Él mismo, como pianista, manifiesta al tocar su admiración por Bill Evans y Thelonious Monk, con apertura modal y reminiscencias del estilo de McCoy Tyner, así como un desarrollo solista elaborado a partir de patrones clásicos.

Nuevo jazz latino

Con su octeto de jazz afrocaribeño, Eddie desarrolla piezas de compleja estructura que acaso se podrían resumir en una historia única: la de todas las corrientes musicales que confluyen en el nuevo jazz latino. Con La Perfecta: una sonoridad gozosa, que narra distintas historias en las que cuerpo y alma se reconcilian

En la gala de jazz, nuestro héroe abrió con In Walked Bud, del álbum Listen here (2005) para luego continuar con Crew, de Arete (1995), Slowvisor, Bolero dos y Palmas, del disco homónimo. Fue ovacionado en los temas clásicos Picadillo y La libertad, y por su arreglo a La comparsa.

Los solistas, como siempre de primera; esta vez invitó a diestros jazzistas, entre quienes sobresalieron los cubanos Yozmani Terry, en el saxo tenor y chékere, y el trompetista Michael Rodríguez. Impresionante, el primero desplegó escalas majestuosas en un ir y venir de accionar preciso y metiendo sandunga con el chékere. En tanto, el trompeta Rodríguez, quien sustituyó a Barry Linch y es colaborador habitual de Charlie Haden, logró imponer su jerarquía.

El público, que llegó desde temprano a La Maraka, permanecía caliente y expectante. Abrió Herman Olivera con Malanga, escoltado por una decena de músicos puertorriqueños y estadunidenses, entre ellos la destacada flautista neoyorquina Karen Josephs y el contrabajista mexicano Rubén Rodríguez.

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Palmieri, flanquedo por el contrabajista mexicano Rubén Rodríguez, en La MarakaFoto Pedro González Castillo

Poco a poco llegaron los temas clásicos de La Perfecta: Cuídate Compay II, Sujétate la lengua, Vámonos pa’l monte… Eddie aclaró que el programa era una selección de temas que grabó con La Perfecta entre 1961 y 1968. Esta es una canción de esa época, dijo, y arrancó con Muñeca. “Ay mi muñeca perdóname/Me encontraste en los brazos de otra nena… y yo te juro que no lo hago más…”, soltó Olivera.

Sobrio, dosificando su peculiar timbre de voz, Olivera alternaba su soneo con solos de los músicos, mientras Palmieri entraba en trance sobre el piano. El maestro sonreía al público, que lo observaba alelado. Miradas que se multiplicaban en las decenas de celulares que registraban para la historia personal el gesto y la musicalidad del maestro.

Ahí está la trombanga: el trombón de Herwig Conrad y José Dávila, al unísono con la flauta de Karen Josephs. Buenos vientos, buena mar. Palmieri sossostuvo el tumbao con la base rítmica que lo acompaña y el bajo de Rubén Rodríguez. Nelson González treseó frente al piano en un contrapunto de miradas y sonrisas cómplices. Las cuerdas, al igual que las teclas y los cueros, bailaron de mano en mano ante un público absorto.

La candela continuó. Arriba de una silla, Deborah Holtz bailó. Un bongó suelto se aceleró llamando al arrebato. El muchacho que lo ejecutó es Orlando Vega, mulato de cara angelical que por lo mismo no parece rudo, pero que al sonar los cueros despierta todos los demonios. Deborah gritó y se solazó.

Más candela

Vino más salsa, más candela. Eddie presentó uno de sus temas más queridos, Azúcar, compuesto en honor de Azuquita Porte, su ahijada. A esta altura la gozadera era espléndida. La gente estaba emocionada, llevaba la clave con las palmas. Palmieri se levantó. Alguien gritó extasiado: ¡Es La Perfecta, maestro! Otro más allá exclamó: ¡Esto sí es salsa! Mientras, Herman Olivera, El sonero del siglo XXI, soneaba: “El ritmo que traigo es azúcar, azúcar pa’ti”. Karen, la de la flauta, bailó. La morena tiene su tumbaíto. Olivera pregonó: “melao pa’l sapo, el sapo quiere melao”. En tanto, Conrad con Pepe Dávila se la sirveron en riffs trombonísticos.

Llegó el final. Nadie quería moverse de la pista. Palmieri y su banda estaban en trance, el público también. Hay que terminar. Vino la conga Camagüeyanos y Habaneros. Un solo de José Clausell, a manera de despedida en los timbales y, por último, una descarga inolvidable del Pequeño Johnny, volando muy alto sobre las tres tumbadoras.

Hora y media fue insuficiente. Nadie se quería mover.