Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de marzo de 2010 Num: 783

Portada

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Las ciudades de Carlos Montemayor
MARCO ANTONIO CAMPOS

Montemayor: regreso a las semillas
RICARDO YÁÑEZ Entrevista con DANIEL SADA

La autoridad moral de Carlos Montemayor
AUGUSTO ISLA

Carlos Montemayor: ciudadano de la República de las Letras
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Recuerdo de Carlos Montemayor
LUIS CHUMACERO

In memoriam
Carlos Montemayor
MARÍA ROSA PALAZÓN

Ser el otro: Montemayor y la literatura indígena
ADRIANA DEL MORAL

Quiero saber
CARLOS MONTEMAYOR

Parral
CARLOS MONTEMAYOR

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
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Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Montemayor: regreso a las semillas


Carlos Montemayor, en febrero de 2007.
Cristina Rodríguez/ archivo La Jornada

Ricardo Yáñez
entrevista con Daniel Sada

Daniel Sada (Mexicali, 1953), premio Herralde de novela 2008 y Xavier Villaurrutia 1992, Premio Colima 2006, autor entre otras obras de Casi nunca, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, Juguete de nadie, Albedrío, La duración de los empeños simples y, en poesía, Aquí, comparte con nosotros recuerdos y apreciaciones relativos al cabal hombre de letras –su amigo y en cierto sentido maestro– que entre nosotros fue Carlos Montemayor.

Conocí a Carlos Montemayor en 1977, hace poquito más de treinta años, en una reunión. Platicamos y me invitó a trabajar en la Universidad Autónoma Metropolitana, en Azcapotzalco. Yo estaba chavo. Él era seis años mayor que yo, pero ya tenía, recuerdo, una fuerte cultura clásica. Yo siempre he frecuentado a los clásicos, pero él me introdujo a poetas como Lucrecio y Lucano. Recuerdo sobre todo un poema, Bellum civile (Farsalia), que narra la guerra entre César y Pompeyo. Un poema de todo un libro. Tanto Lucrecio como Lucano, al igual que Marcial, eran poetas de una época marcada por el estoicismo y el epicureísmo. Publio Papinio Estacio... Los poetas epicúreos me eran entonces desconocidos. De esa poesía narrativa, épica, filosófica, yo no tenía una gran idea, si acaso una idea muy vaga. En ese tiempo no conocía yo a Cicerón ni a Séneca ni a historiadores como Polibio, que no sabía yo que en Grecia, de eso me enteré años después, es más importante que Tucídides. Todas estas cosas conocía Montemayor, y a mí me parecían más bien inusitadas en un medio como el mexicano. Polibio habla de las guerras del Peloponeso desde el punto de vista corintio, muy diferente a la visión ateniense. Supe también por él de los versos en que se cantan las hazañas del espartano Lisandro, militar glorioso que de repente escribió uno de los poemas señeros de la lírica griega –siendo que no era un hombre de letras– sobre la guerra contra Atenas, en que narra la batalla de Esospóndidas. Polibio habla mucho de Lisandro en sus libros épicos de historia, lo cita.

En cuanto a metros y ritmos, Carlos Montemayor conocía muy bien el eneasílabo y el heptasílabo y, claro, el octosílabo, que es el metro natural en español. Los versos dactílico, trocaico y mixto, que transferidos a la métrica española tienen muchas alteraciones, igual que los espondeos y los yámbicos. Cuestiones de cadencia y acentuación. Yo no sé hasta qué punto Montemayor utilizaba ese conocimiento en su propia poesía, pero sobre todo creo que sí lo hizo en Las armas del viento. El verso dactílico es muy inflexible, el trocaico como que sí cambia y en el mixto se pueden combinar las dos eufonías.

En la UAM Azcapotzalco él era jefe del Departamento de Literatura y nuestro acercamiento se debió a que precisamente a los dos nos interesaba la cultura clásica, aunque desde luego su conocimiento era mucho mayor que el mío. Recuerdo que insistía mucho en que cada generación o cada veinte años debía existir un latinista y alguien avezado en la cultura griega. Es como el germen de todo, la cultura griega y latina. Anterior a él estaba Rubén Bonifaz Nuño. Lamentaba que muy pocos supieran latín, que en las escuelas de letras se hubiera abandonado el latín, un desapego cada vez más grande. Para él, volver la vista a esos orígenes era como regresar a las semillas del idioma español.

Yo no sé latín. Tengo idea de cómo funciona la lengua, pero no soy un experto. Y hay varias clases de latín. El que se divulgó más es el latín vulgar. Al latín culto, el de la Iglesia, lo protegieron de contaminaciones callejeras. Y yo creo que las lenguas en cuanto se contaminan se enriquecen, y en el caso del latín culto no lo dejaron contaminarse, lo que lo convierte en la lengua más muerta de todas la lenguas muertas.

Mucha gente pretende defender el español indicando que debemos preservarlo del inglés, del portugués... Entre más contaminado, por así decir, más vivo está. Y algo similar nos pasaría o nos pasa con las lenguas indígenas. Si nosotros aprovechamos, en la medida de lo posible, el sonido de las lenguas indígenas para el español, lo enriquecemos. Es un estigma de modernidad.

Tengo un buen recuerdo de Guerra en el paraíso. Se tradujo al francés y lo presentamos en París durante un festival. Estuvimos en la misma mesa. Por mi parte presentaba, también traducida, mi novela Una de dos. Y todavía nos tocó hablar de literatura mexicana en otra mesa. Fue muy enfático al señalar en esa ocasión –era 2004– que incorporar las lenguas indígenas al español sería un acontecimiento de modernidad, que había que aprovechar en lugar de seccionar. Además de cuestiones sociales, de marginalidad y etnológicas, a nivel lingüístico le interesaba la incorporación de las lenguas indígenas al español, lo que proveería de mayor identidad al español que se habla en México y en general en América Latina, según cada país y sus culturas.

Respecto a sus novelas, lo que me llama la atención es que son grandes movimientos. Me recuerdan mucho a las novelas bizantinas, donde se mueven masas. No hay un personaje en particular, hay como voces... Pero generalmente son como grandes movimientos masivos de gente. Me recuerda mucho las novelas que se escribieron en Bizancio, Las etiópicas, de Heliodoro, Leucipa y Clitofonte, de Aquiles Tacio, o la anónima Calímaco y Crisorroe.

A Guerra en el paraíso le veo mucho parecido con novelas que aparentemente son de amor pero en realidad son bélicas, épicas. El amor que allí aparece es un amor épico, así como sublimado, donde el enamorado piensa cosas como ésta: “Para merecer tu mano necesito ganar una batalla”; se trata de un amor hazañoso que se conquista, pero con una hazaña casi imposible. Amor heroico, podríamos también llamarle. Con frases como “Si no gano un batalla no merezco que seas mía”, el hombre tiene que manifestar su tendencia a la heroicidad. Algo que en la época actual resulta un tanto desfasado, un tanto de gente de antes. Ya no se está dispuesto a eso, y una mujer se reiría más bien de eso.

Otras novelas como Mal de piedra y Las minas del retorno, son sobre su natal Parral. Parral fue un pueblo minero, creo que de los primeros pueblos mineros, aunque muy desatendido. No como fueron Guanajuato y Zacatecas, a los que les echaron muchas ganas, sobre todo don Porfirio. Parral estaba muy aislado. En ellas hay un aporte histórico y hay una carga de ficción.

Tiene libros de cuentos como Las llaves de Urgell y los Cuentos gnósticos. Lo que me llama la atención de Las llaves de Urgell es que cuando el libro salió el autor tenía como veinticuatro años y es un libro que se ve de una madurez impresionante. Con ése gano el Villaurrutia. Creo que es el Premio Villaurrutia más joven, que nadie ha ganado el Villaurrutia a esa edad. Un libro muy bien hecho, muy bien concebido. El otro (que apareció hace veinticinco años firmado con seudónimo) no circuló mucho, era una edición más bien marginadona.

Como lírico a mí me parece un poeta muy diferente a todo lo que se escribe en México. Es un poeta de formación clásica. Recuerdo su predilección por esta poesía de versos extensos casi perifrásticos y cargados de acción. Todos los versos al estilo Marcial, al estilo Virgilio, muy de la poesía latina. Su gran influencia son los latinos, más que los griegos. Los griegos son más eufónicos y de versos más cortos. El latino se deja arrastrar por el lenguaje. Hay una característica que tienen los latinos y también Montemayor: a pesar de las muchas palabras de cada verso, siempre te das cuenta con claridad de lo que se quiere decir. No hay carácter ambivalente, frecuente en casi toda la poesía occidental. Es un lenguaje muy preciso a pesar de ser desbordante, y cito de memoria a Horacio: “No por cólera negaré la belleza de los brillantes jaeces cuando el cuerno de caza ya no suene en el fondo del bosque.” Muy preciso. Generalmente cuando se escribe verso extenso hay muchas ambivalencias y muchas segundas intenciones. Aquí el verso es muy claro y muy contundente.

De cuando trabajamos juntos a estos últimos tiempos ya no nos veíamos tan seguido. Pero cenábamos, nos citábamos, tomábamos café. Yo estuve fuera de Ciudad de México ocho años, parte de los ochenta y los noventa. Sobre todo lo veía en Chihuahua, donde tuve un taller por más de cuatro años, y en algunos foros. Cuando me salí del DF viví en Torreón, Zacatecas y San Miguel Allende. Naturalmente, el vínculo se perdió un poco. Ya no fue tan continuo como lo fue en los años setenta. La gente va y viene, y uno a veces quisiera otra cosa. Se casó, se divorció, pasaron cosas... Vivía por La Morena. Estuve allí en su casa como unas cinco veces. Conocí muy bien su biblioteca. Puedo decir que casi cuarenta por ciento era de literatura clásica, no solamente obra creativa. Había al respecto ensayo, investigación... No conozco una biblioteca de esas características en los escritores actuales.

Lamento muchísimo su deceso. Era un hombre que todavía tenía mucho que dar a la cultura mexicana. Pero no se puede hacer nada contra los designios de la naturaleza. Me llama la atención que siempre fue un luchador social, siempre, desde que lo recuerdo. Tal vez en los últimos años esa característica se acentuó. De hecho creo que él sacrificó mucho en aras de la lucha social y dejó como en segundo lugar su obra, y eso de alguna forma se debe reconocer, o se reconocerá en un futuro todo el tiempo que él se afanó. Me llama también la atención que era un hombre muy vital. Que yo recuerde que se haya enfermado alguna vez... Nunca. Salvo alguna cosita como un dolor de estómago o así. Por eso me sorprende más (porque así, que tuviera decaimientos...; practicaba deportes, jugaba tenis, hacía muchas cosas) el que se haya precipitado todo esto, ¿no? Pero así pasa.