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Regresa a México para presentarse con el Afro Caribbean Jazz Septet y su orquesta La Perfecta

En el jazz soy tan sólo un aprendiz, afirma Eddie Palmieri

Para mí ese género es preparación, estudio y sensibilidad, expresa en entrevista

Pese a que muchos se han empeñado en cantarle las exequias, la salsa no está en peligro de extinción, dice

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Eddie Palmieri, hace algunos años en el Pasta Jazz Ristorante Bar, en la colonia Condesa, donde ofreció un conciertoFoto Arturo Fuentes
 
Periódico La Jornada
Martes 2 de marzo de 2010, p. 9

Setenta y tres años de vida, 60 en la música, 56 en agrupaciones musicales y 45 en las salas de grabación hacen de Eddie Palmieri una de las más grandes personalidades de la salsa y el jazz latino. De hecho es el único que que ha recibido nueve Grammys en ambos géneros, lo que representa para mí una gran responsabilidad, ya que nuestra música latina genera cada día grandes músicos, muchos tan capaces o más que yo, dijo en entrevista.

Palmieri, quien viene a la ciudad de México a presentarse con sus dos agrupaciones: el Afro Caribbean Jazz Septet (viernes 5 de marzo, Salón Vive Cuervo) y su Orquesta de Salsa La Perfecta (sábado 6, salón La Maraka) considera que sólo es un tocador de piano y que le falta mucho por hacer. “Apenas estoy conociendo mi instrumento… mi música. Por eso me empeño en seguir estudiando, profundizando más en mi trabajo creativo, ya que antes de retirarme de este mundo maravilloso, de ausentarme de la música, quiero dejar a las generaciones futuras un buen ejemplo a seguir.”

Uno ve al gran maestro y conociendo lo que ha pasado en su vida se sorprende al descubrir que ni el paso del tiempo ni toda la tralla de noches de rumba han mitigado su energía. Eddie Palmieri luce vigoroso, “con buena salud y muchas ideas por concretar (…). Ya pasaron esos años de locura y desenfreno, ahora vivo con tranquilidad. Estoy más dedicado a la música; sigo estudiando piano, sobre todo armonía moderna y nuevas técnicas de composición”, aseguró.

Sus ojillos se alegraron cuando alguien le acercó un tarro de cerveza. Es lo único que tomo, comentó mientras encendía un habano, para luego reiterar: “Estoy bien… me siento bien”. Y dijo lo mismo de su música. Está seguro de que hay salsa para rato, pese a que muchos se han empeñado en cantarle las exequias, y a que en Cuba, su gran referente musical, el son hoy esté siendo desplazado por el reguetón.

Ni la salsa ni el son están en peligro de extinción, expresó sonriendo, mientras degustaba su habano y daba un sorbo a la cerveza. “En todas las giras mundiales que he tenido la fortuna de hacer, mi música siempre ha sido muy bien aceptada. Sin duda alguna, la salsa hoy es global, a pesar de la falta de apoyo de las disqueras y de las emisoras de radio.

“Somos una potencia musical bien respetada en el mundo entero –comentó con orgullo–. Las figuras del rock y los músicos de jazz están abrevando en nuestras fuentes porque saben que allí encontrarán algo fresco, exuberante y bueno. Esta mezcla de músicas y de ritmos será precisamente lo que mandará en el presente siglo.”

Él mismo ha sido uno de los generadores de esa tendencia, a tal grado que en 1988 el Instituto Smithsoniano grabó y documentó dos de sus conciertos para el catálogo del Museo Nacional de Historia Estadunidense de Washington DC.

Nacido en el Bronx, Nueva York, en el seno de una familia de clase media trabajadora, Eddie empezó sus estudios de solfeo y piano a la edad de ocho años con una maestra llamada Margareth Barnes. Su madre, por cierto, era considerada entre las vecinas como una derrochadora, ya que pagaba 25 centavos de dólar por cada lección al chicuelo.

“En realidad –cuenta Palmieri– la maestra llegaba por mi hermano Charlie, mayor que yo, quien estaba muy entregado al instrumento. A mi casi me lo impusieron porque lo que más deseaba era ser timbalero, como Tito Puente. Pero mí mamá no compartía esa inquietud: ‘Tú serás algo más importante –me decía–, tu vas a ser pianista, al igual que tu hermano, y no un vago del tambor’. Tuve que obedecer.

Con la maestra Margareth Barnes aprendí mucho acerca del mundo clásico. Luego estudié con el pianista español Claudio Zavala y con un señor llamado Roberto Harris, quien también daba clases en el Carnegie Hall. Después de ellos tres caí con el profesor Bob Bianco, quien me llevó hacia el mundo de las armonías de jazz. Luego tomé clases con el ruso y científico Joseph Hillinger, quien me enseñó muchas formas de analizar la música. Todas estas personas, incluyendo mi hermano, me han ayudado en mi vida personal y en mi carrera; hay veces que mis maestros me hacen mucha falta porque ya no están en el planeta, pero siguen en mi alma y en mi corazón.

Aprendizaje de oído

Un día, comentó Eddie, su padre, quien era técnico radiofónico, llevó un enorme aparato a casa en el que se podían escuchar por onda corta las transmisiones de programas musicales emitidos desde Cuba. Fue entonces cuando empezó a interesarse en la música cubana y aprendió a tocar de oído sones como El alacrán y danzones del tipo de Almendra.

“Todo mundo dice que mis tempranas influencias vienen del jazz –expresó mientras sacudía la ceniza al puro– y eso es mentira. Desde niño yo estaba loco por la música cubana, lo del jazz vino después, cuando mi hermano Charlie, quien fue mi primera y gran influencia; empezó a hacer sus experimentos y a escuchar día y noche toda esa música que me parecía extraña. Poco a poco empecé a entenderla. Más adelante mi profesor Bob Vianco fue quien me adentró en el mundo de las armonías jazzísticas. Pero lo primero que se dio en mí fueron los ritmos afrocubanos.”

A los 17 años debutó como pianista en la orquesta de Johnny Seguí. Le siguieron las de Vicentico Valdés, Pete Terres y Tito Rodríguez.

Posteriormente creó su propia banda, La Perfecta, en la que ensayó un sonido diferente a partir de la combinación de dos trombones, flauta y un tumbao pianístico de ataque.

La Perfecta, para mí, ha sido una de las mayores agrupaciones de música latina que han existido, continuó al tiempo que daba una gran jalada a su habano. “Mira, cuando yo la formé‚ todo mundo andaba bregando en la música cubana; había muchos conjuntitos y charanguitas que no hacían otra cosa que repetir esos patrones; entonces pensé en armar una banda brava, que le diera un tratamiento diferente a toda esa música. Cambié las trompetas por un par de trombones (ejecutados por Barry Rogers y José Rodríguez), incluí una flauta (Georgie Castro) y eché pa’ lante con Ismael Quintana (voz), Tommy López (congas) y Joe Rivera (bajo). Aquello fue la locura.”

Marcador de rumbos

No tardó mucho en elevar a una alta expresión la música afrocaribeña, marcando los rumbos definitivos de lo por venir. Y apoyándose en sus conocimientos compuso y arregló sus primeros temas jazzísticos.

Conozco a plenitud los patrones rítmicos de mi música latina y el jazz aún lo sigo estudiando. El jazz para mí es preparación, estudio y sensibilidad. De ahí que no me considere jazzista, soy tan sólo un aprendiz.

Al percibir incredulidad, sonrió y subrayó: Muchas personas me consideran pianista de jazz, lo cual es todo un halago, pero no, y te lo digo desde el fondo de mi alma, no lo soy. Por eso tengo que estudiar como loco el piano, para estar a la altura que me ponen.

Ríe el maestro mientras alza el renovado tarro de cerveza para brindar por México y su cultura. “Aprecio mucho la música de mariachi y el sueño de toda mi vida ha sido fusionar esta música con el latin jazz. Ahora mismo trabajo en dos partituras: El son de La Negra y Cielito lindo. Me he tomado el tiempo necesario para mezclar la sonoridad de las trompetas del mariachi con las del latin jazz, además le he añadido el ritmo de las pailas, tumbadoras y bongó para que sea bailable. Quizá en la próxima ocasión se las presente.

Eddie Palmieri, este 5 de marzo en el Salón Vive Cuervo (Andrómaco y Moliére), abrirá el Cuarteto de Jazz de Héctor Infanzón. El sábado 6, en La Maraka (Eugenia y Mitla), con Pregoneros del Recuerdo.