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Howard Zinn, el escritor
E

n febrero de 2003 se conmemoró, en la ciudad de Nueva York, la venta del primer millón de ejemplares del libro La otra historia de los Estados Unidos, publicado originalmente en 1980. Fue un homenaje a muchas voces en el que su autor, Howard Zinn, acompañado por escritores como Alice Walker y Kurt Vonnegut, recorrieron momentos claves de ese país leyendo textos sobre diversos personajes, unos famosos y otros casi desconocidos, que han hecho la historia de Estados Unidos.

La celebridad del libro tomó por sorpresa a su autor. No es común que un texto de historia alcance un éxito de ventas como el que ha tenido La otra historia de los Estados Unidos. Menos aún si se trata de una obra heterodoxa, crítica, opuesta a la historiografía oficial.

El libro nada contra la corriente. Como señala Zinn: “Mi punto de vista, al contar la historia de Estados Unidos, es diferente: no debemos aceptar la memoria de los estados como cosa propia. Las naciones no son comunidades y nunca lo fueron. La historia de cualquier país, si se presenta como si fuera la de una familia, disimula terribles conflictos de intereses (algo explosivo, casi siempre reprimido) entre conquistadores y conquistados, amos y esclavos, capitalistas y trabajadores, dominadores y dominados por razones de raza y sexo. Y en un mundo de conflictos, en un mundo de víctimas y verdugos, la tarea de la gente pensante debe ser –como sugirió Albert Camus– no situarse en el bando de los verdugos”.

Howard Zinn hizo de la historia una herramienta fundamental para la transformación social. Convencido de que el futuro de su país estaba estrechamente ligado a la comprensión de su pasado, consideraba que la escritura de la historia no era un acto neutral. Así, vio en ella un instrumento para facilitar el despertar una gran conciencia de la injusticia racial, del prejuicio sexual, de la desigualdad de clases, y del hibris nacional. Buscó siempre mostrar la resistencia de los ciudadanos al poder, la lucha por mejorar su nivel de vida y por hacer posible otro mundo.

Los héroes de los escritos de Zinn son personajes atípicos, invisibles para la historia oficial: granjeros, trabajadores que hacen huelgas, estudiantes que se oponen a la guerra, afroestadunidenses que luchan por los derechos civiles, indígenas que reivindican sus territorios.

Howard Zinn nació en 1922 en el seno de una familia de obreros industriales inmigrantes judíos en Brooklyn. Creció en una vivienda sin agua caliente, infestada de cucarachas y sin libros. Desde los 18 años trabajó en un astillero construyendo buques de guerra y botes de desembarco. A los 21 se alistó en la Fuerza Aérea. Al terminar la guerra se ocupó de cargador en un galpón. Obtuvo su doctorado en historia en la Universidad Columbia a los 36 años de edad.

Profesor universitario, activista por los derechos civiles, anarquista y socialista democrático, antimperialista, historiador crítico, pacifista, dramaturgo, Zinn fue, junto con Noam Chomsky y Edward Said, uno de los más grandes intelectuales públicos de izquierda en Estados Unidos. En varias ocasiones fue arrestado por practicar la desobediencia civil. Se hizo profesor por una razón muy sencilla: quería cambiar el mundo. Su labor desbordó, con mucho, los muros de la academia. Su palabra (hablada y escrita) fue uno de los referentes fundamentales en muchos de los movimientos sociales progresistas en el país del Tío Sam.

Su refugio juvenil fue una biblioteca del este de Nueva York que le abrió los ojos y la mente. La lectura de Charles Dickens, de Las uvas de la ira, de John Steinbeck, y de la novela Boston (sobre el caso Sacco y Vanzetti), escrita por Upton Sinclair, cambió su vida. Años más tarde, La otra historia de los Estados Unidos haría lo mismo con muchas otras personas.

Su pacifismo le nació de la vida misma. A finales de julio de 1945 voló de regreso a Estados Unidos. La guerra en Europa había concluido. Frente a un puesto de periódicos en la estación de autobuses leyó la cabeza a cuatro columnas de un diario que decía: Lanzada, una bomba atómica sobre Hiroshima. No sabía qué era una bomba atómica, pero se puso contento. El fin de la guerra estaba cerca y no tendría que ir a pelear a Asia.

La lectura de Hirosima le hizo comenzar a cuestionar el bombardeo nuclear a Japón. Su autor, John Hersey, contó la dramática historia de los supervivientes del ataque, después de viajar a esa ciudad y entrevistar a sus pobladores. Como piloto de un bombardero en Europa, Zinn había lanzado, desde 10 mil metros de altura, centenares de bombas, pero no había visto a sus víctimas ni escuchado sus gritos. La lectura de Hersey le permitió comprenderlo todo y provocó que cambiaran drásticamente sus ideas sobre la guerra. Se convirtió entonces en un activo antibelicista.

Zinn creyó que la humanidad necesita de una sociedad en que la actividad económica no esté basada en las ganancias empresariales, sino en el bienestar de las personas, en la seguridad social, en la creación de empleos, en el cuidado de los niños. Creyó en una economía en la que la riqueza esté distribuida equitativamente, en una sociedad pacífica, que dedique sus recursos a la ayuda de la gente en el campo y en todo el mundo. Creyó en un mundo en el que la guerra no sea el instrumento para resolver disputas, en el que se borren las fronteras nacionales, para la libre circulación de personas y cosas. No creía en visas ni en cuotas de inmigración ni en patriotismos.

Sus dos mejores amigos, Joe y Ed, pilotos de avión como él, perdieron la vida durante la Segunda Guerra Mundial. Durante años soñó con ellos. Dos hombres caminaban delante de mí en la calle. Se daban la vuelta y eran Joe y Ed, escribió.

Zinn siempre consideró que les debía algo a ellos porque él tuvo suerte y ellos no. Por ello dedicó el resto de sus días a luchar por el nuevo mundo que la guerra les había prometía. Por eso insistió en la esperanza. El pasado 27 de enero, mientras nadaba, se fue a alcanzarlos.