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La ciudad quedó aislada 4 días; nadie contó los cuerpos que se fueron a la fosa común

Jacmel, patrimonio de la humanidad, reducida a escombros por el terremoto

Sobre la ayuda de EU un médico plantea estar atentos y no ser tan inocentes sobre su intencionalidad

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Un hombre de unos 30 años fue rescatado ayer en Puerto Príncipe por soldados estadunidenses que aseguran pasó 12 días bajo los escombros, por lo que no es víctima del terremoto del 12 de enero, sino de alguna de las réplicas. El sobreviviente fue atendido por deshidratación y una pierna rotaFoto Reuters
Enviada
Periódico La Jornada
Miércoles 27 de enero de 2010, p. 19

Jacmel, Haití, 26 de enero. Círculo rojo significa que la casa está clasificada como no recuperable y que debe demolerse totalmente. En las calles de La Comedie y Grand Rue y en las callejuelas que la atraviesan –el corazón de las galerías de arte, talleres de pintores, escultores y artesanos, cafés y bares para el turismo y la bohemia– la mayoría de las casas están marcadas con el círculo rojo. Pocas escenas del desastre nacional haitiano ilustran mejor la enorme pérdida de la riqueza cultural que las ruinas de Jacmel, cuarta ciudad del país, declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO.

Según las evaluaciones de la oficina coordinadora en caso de desastres de la ONU, la ciudad quedó dañada en 50-60 por ciento. El saldo de muertos varía de 600 a 3 mil, en una población de 40 mil. Aún hay muchos desaparecidos. En esta localidad derruida los sobrevivientes estuvieron solos, sin ayuda, cuatro días. No hubo nadie que hiciera el recuento de los cuerpos que fueron a dar a las fosas comunes.

Dos estilos arquitectónicos del siglo XIX parecen estar a punto de desaparecer de un paisaje que floreció y decayó durante los dos últimos siglos: la arquitectura victoriana o ginger bread, como se le conoce y que en Haití alcanzó niveles de extravagancia y delicadeza que no se ven en otras ciudades de las Antillas y las casas estilo Nueva Orleáns que familias de la burguesía mandaban traer prefabricadas de Francia.

El lugar que Víctor Hugo siempre quiso conocer

Guivrach Simonis nos guía por la ruta de los escombros de la ciudad que Víctor Hugo siempre quiso conocer, la primera del Caribe que contó con electricidad –por eso se le conoce como Ville Lumiere– y la primera del país en conocer el teléfono. Aquí abajo hay gente, señala al pasar por un montículo de cemento y varillas desmoronadas. Cybercafé, dice un letrero en el piso. La tarde del temblor, hoy hace dos semanas, estaba lleno de jóvenes. Es la calle que se transforma en locura fantástica en tiempos de carnaval.

Guivrach es promotor de lectura en su comunidad. Tiene 10 hijos. Todos a salvo gracias a Dios, dice. Pero su casa está inhabitable. Y desde hace dos semanas todos duermen, como tantos miles, a la intemperie. Comen de la ayuda internacional y no tienen horizonte para el futuro.

Nos conduce a la capilla y el hospital de Saint Michel. El capitel del pequeño templo parece que se viene abajo en cualquier momento. Pero el desfile debajo del peligroso colgajo de cemento es constante. Entran y salen camillas, muletas, sillas de ruedas con sus pacientes. Es otro hospital más levantado con palos y sábanas en un patio, con las ruinas del edificio original alrededor. Dos médicos estudian una fractura de fémur en unas radiografías.

¿Entonces aquí hay Rayos X? Ese sí es un lujo para la comunidad médica. Sí, aquí no nos ha fallado. Lo que más atendemos son fracturas y amputaciones por aplastamiento de miembros. Siguen siendo la rutina. Son GardiDavid y Gaspar Sam, egresados de la Escuela Internacional de Medicina de Santiago de Cuba. Al momento del terremoto había un colectivo de 18 médicos ahí, todos formados por el sistema cubano. Ellos llevaron lo más pesado de la emergencia médica durante los cuatro primeros días, ya que Jacmel, a 50 kilómetros del epicentro que fue en Leogane, quedó aislado.

Su carretera, que serpentea entre las erosionadas montañas del suroeste, estuvo bloqueada por las grietas y los numerosos derrumbes de las laderas, que parecen mazapanes desmoronados. Al quinto día llegó la ingeniería militar canadiense y abrió la ruta. Todavía ahora los chicos de la hoja de maple siguen arreglando el camino bajo las órdenes de una rubicunda oficial de Toronto.

También es la bandera canadiense la que ondea por encima del moderno hospital de campaña que se instaló en la playa. Pero los militares que la custodian no permiten el paso de la prensa.

Pero la presencia más visible de la operación de ayuda internacional que se aprecia aquí es de los militares estadunidenses. Han tomado un enorme terreno en las afueras de la ciudad y ante la destrucción total del aeropuerto acondicionaron una nueva pista de aterrizaje para aeronaves pesadas en un tramo de la carretera. Además tienen fondeados a cierta distancia de la costa varios buques y guardacostas. Hoy los pobladores contaron hasta 30 arribos de aeronaves militares, entre ellos algunos enormes Hércules grises de cuyas panzas desempacan vehículos militares, casetas para formar una ciudadela y todo tipo de material para una presencia de soldados y oficiales que se ve para largo plazo.

“Esto es algo que me inquieta –comenta el ginecólogo Bob Martínez, que ha sido senador de su país– porque más bien parecen haber venido a controlar a la población, a formar un cerco para evitar una oleada de migrantes que intenten alcanzar Florida por mar”. Se pregunta: ¿Es el hermano mayor ayudando al menor? Hay que estar atentos y no ser tan inocentes de la intencionalidad que puedan tener.

Como muchos haitianos, Martínez tiene muchas dudas sobre el futuro de su país. Puede ser esta tragedia el principio del fin de nuestras desventuras.

Se sabe que muchos originarios de estas tierras que emigraron a Puerto Príncipe hoy quieren volver a estas playas de ensueño. Pero Jacmel no debe ser opción para emigrar. Aquí la mitad de la población se quedó sin casa, sin posibilidades de ser autónomo. Por el momento y de manera muy precaria resolvimos el problema del agua y los alimentos. Pero hay otra cosa más que urge: carpas, sanitarios portátiles y cocinas comunitarias para los albergues temporales. Ya empezaron los casos de enfermedades respiratorias. Y además van a empezar las lluvias.

Max tiene una anécdota increíble del día del sismo. Tiene una madre anciana, de 94 años. La tarde del temblor estaba en su habitación viendo un programa de televisión sobre desastres naturales y erupción de volcanes cuando se le cayó la casa encima. Estuvo cinco días bajo los escombros. Al quinto día lograron llegar al hueco donde se encontraba ilesa. La oyeron gritar desde afuera: Estoy en mi cuarto. Cuando finalmente se abrió el boquete los rescatistas la vieron acostada, muy quieta y tranquila. Ella los vio y los regañó: Cuidado al entrar, no me vayan a ensuciar la casa.