Sociedad y Justicia
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Mar de Historias

Álbum de Jade

E

l sicólogo les recomendó que hablen de la niña, la mencionen por su nombre sin miedo, acepten su ausencia definitiva. Por doloroso que les resulte siempre será menos terrible que ignorar la realidad, hacerse falsas ilusiones y fingir que en cualquier momento Jade aparecerá en su silla frente a la mesa, en el corredor, en el parque próximo a la casa en donde aprendió a dar sus primeros pasos. Tú solita, mi vida, tú solita. No llores corazón. Ven aquí, ven a que te sobe mamá: sana, sana, colita de rana; si no sanas hoy, sanarás mañana. Ves cómo ya no te duele. Ándale: otros pasitos.

Hay fotos de aquel día y de otros memorables. Jade en brazos de sus abuelos Virginia y Federico. Jade con sus padrinos de bautizo. Jade mostrando su primer dientito. Jade con sus papás en el bosque de Chapultepec. Jade y su amigo Luis Antonio, vestidos de inditos en la Catedral. Jade persiguiendo una ardilla en los viveros. Jade a los tres años con su pastel de chabacano. Jade disfrazada de mariposa. Jade dictándonos la carta para los Reyes Magos. Jade con su mochila. Jade entrando en la guardería.

Es la última foto del álbum que se quedó con algunas páginas inutilizadas. Angelina ha pensado en desprenderlas, pero no se atreve. Las mira y se inventa otras imágenes en donde podría aparecer su niña posando junto a la muñeca que le regaló su papá en su cuarto cumpleaños.

Todos los invitados se maravillaron porque la muñeca de caireles dorados y vestida con un traje imperial fuera casi de la misma estatura de Jade. A ver corazoncito: ¿qué nombre vas a ponerle? La niña lo pensó mucho antes de tomar la decisión: “Rosa”. ¿Y por qué quieres que se llame así? Jade se retorció dentro de su vestido de holanes color azul. Porque es bonito y porque la quiero mucho.

Sus padres ansiaban que su niña, su tesoro, diera otras muestras de inteligencia ante los asistentes a su cumpleaños: ¿Y por qué la quieres tanto? Porque es mi hermanita, respondió la niña abrazándose a su muñeca con ternura. Lucio tomó la cámara y presionó varias veces el obturador. En el álbum hay cuatro páginas que documentan aquel día: Jade dándole pastel a su muñeca. Jade enseñando a caminar a Rosa. Jade levantándole la falda a su muñeca para asegurarse de que tiene calzones. Jade arrullando a su hermanita.

La dicha de aquella fiesta se prolongó hasta el momento en que Angelina le dio una orden a su niña, su tesoro: “Rosa ya está dormidita. Ahora vamos a guardarla en su caja”. Jade se volvió un mar de lágrimas. Solicitó la intercesión de su padre y de su abuela: Abue Vicky: dile a mi mamá que no sea mala, que no me quite mi muñeca. Quiero que esté conmigo todo el tiempo y me acompañe a la guardería.

Angelina se escandalizó en tono de broma: ¡Qué ocurrencias! Allí podrías romperla. Lucio se impacientó: deja que la lleve adonde se le antoje. Después de todo es suya. Angelina se acercó a su esposo, se aferró de su brazo y sin apartar los ojos de su niña, su tesoro, se defendió: es su primera muñeca. Quiero que la conserve para que cuando sea grande y se case pueda regalársela a su hija. ¿No sería lindo?

Todos los invitados se conmovieron. Emocionada ante la visión del futuro, con lágrimas en los ojos, Angelina tomó la caja envuelta para regalo y se acercó a su niña con la actitud de un cazador de mariposas: “anda, acuesta aquí a Rosita para que descanse bien, porque ya es muy tarde”.

Las protestas y el llanto de Jade se escucharon desgarradores: “no quiero que encierres a Rosa, no quiero que esté solita en la oscuridad”. Angelina encontró la solución perfecta: bueno, entonces vamos a ponerla encima de tu ropero. Así podrás verla todo el tiempo. Cuando regreses de la guardería y quieras jugar con ella, te la bajaré. Pero prométeme que la vas a cuidar.

Aquella noche Jade se fue a la cama agotada por las emociones y por el llanto. Antes de dormir le mandó un beso volado a su muñeca. “Acuérdate de que eres mi hermana y te llamas Rosa”. También hay una fotografía que capta ese momento. La imagen no es buena. El flash hace que en los ojos de Jade aparezca un matiz anaranjado que la vuelve fantasmagórica, irreal.

II

Angelina sabe que para sobrevivir a la desgracia debe observar en todo momento los consejos del sicólogo. Sin inmutarse acepta las condolencias tardías que le brindan sus parientes lejanos, las frases de consuelo que le repiten sus suegros, las expresiones solidarias de otras madres que se inclinan al oído de los niños que llevan de la mano y les murmuran: ¿Sabes quién es ella? La mamá de Jade. ¿Te acuerdas que siempre íbamos a sus cumpleaños?.

Cada domingo Angelina entra en el cuarto de su hija. Abre la ventana, verifica que su ropa esté en orden y aunque sepa que su niña, su tesoro, nunca volverá a tenderse para dormir en su camita abomba la almohada y canta el fragmento de la canción predilecta de Jade: Una niña hermosa que en un bosque se perdió,/ era tan bonita que hasta el Sol se sorprendió./ En vivir por siempre allí, ella consintió./ Se convirtió en cascada y en el bosque se quedó. Riqui ran, riqui ron: vamos a mecernos al sillón.

III

Antes de abandonar el cuarto, Angelina baja la muñeca y se pone a revisarla. Le complace ver que los caireles siguen derramándose sobre los hombros de Rosa, que el sombrero conserva la margarita blanca y en el vestido permanece intacta la graciosa ondulación de los holanes. Jade levantándole la falda a su muñeca para comprobar que tiene calzones.

Hay una foto que ilustra ese momento. Angelina no necesita mirarla para recordar la expresión maliciosa de Jade: su niña, su tesoro que nunca volverá a entrar en ese cuarto y ya jamás le pedirá que la autorice para llevarse a Rosa a la guardería.

Angelina devuelve la muñeca a su lugar, se sienta en la cama y desde allí la contempla. Al mirar sus ojos brillantes, sus mejillas rosadas, su sonrisa para siempre fresca siente una mezcla de rabia y ternura. El sicólogo le ha dicho que su reacción es natural, que tal vez un día sienta el impulso de hacer pedazos a Rosa. Pero él tiene confianza en ella; sabe que no se dejará llevar por ese arranque y que un día verá a la muñeca con naturalidad, como un recuerdo más de hija.

Piensa que de no haber sido por su celo –quiero que Jade la conserve, para que cuando sea grande pueda regalársela a su hija– la muñeca se habría quemado en el incendio de la guardería como su niña, su tesoro. Vuelve a sentir enojo hacia Rosa. No es justo que siga allí, reinando en ese cuarto, mientras que de su hija no quedan más que cenizas, ropa, zapatos, juguetes y un álbum de fotografías con varias páginas inutilizadas.

Angelina no le ha confesado a nadie, ni siquiera a Lucio, que hay momentos en los que la desesperación le dicta un mal consejo: incendiar el cuarto para que desaparezca todo lo que hay en él. También Rosa. Llora, se debate en la duda, se arrepiente y promete desechar la idea para siempre. Se estruja las manos, cierra los ojos y repite lo que tanto le ha dicho el sicólogo: tiene que aceptar la realidad.

Hay otra realidad: la que está atrapada en el álbum fotográfico. Lo abre y se demora contemplando las imágenes. Le encanta ver a Jade en brazos de sus abuelos, mostrando su primer diente, aprendiendo a caminar de la mano de su padre, vestida de indita, corriendo en Chapultepec, abrazando a su muñeca.

En ese cuarto Angelina deja correr sus pensamientos –es otra recomendación del sicólogo–: en secreto se arrepiente de no haberle permitido a su hija llevarse su muñeca a la guardería. Con su prohibición le causó dolor a su niña, a su tesoro. Necesita disculparse con ella, explicarle, imaginarse que la perdona. Comprende que eso es imposible, pero aun así se hinca, gime, implora.

Angelina no espera respuesta ni advierte el brillo que se acentúa en la mirada de Rosa.