Opinión
Ver día anteriorDomingo 6 de diciembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Vuelta la burra al trigo
L

as recientes inundaciones que ha padecido la ciudad y zonas conurbadas, que han causado la destrucción de casas y bienes de inumerables personas, vuelven a traer a la luz el tema de los orígenes de ese problema que no hemos podido resolver, a pesar de conocer sus causas desde hace siglos.

En 1902 el ingeniero Mariano Téllez Pizarro presentó un informe sobre los hundimientos que estaba padeciendo la ciudad de México, estudiados a detalle por el ingeniero Gabriel Oropeza, quien realizó siete nivelaciones de 1860 a 1898. Quedó claramente determinado que una de las principales causas era la extracción excesiva de agua del subsuelo. Esto llevó a la realización de múltiples estudios por un grupo de expertos ingenieros, peritos en los distintos ramos de la profesión, quienes hicieron una serie de propuestas que no fueron atendidas.

Esta parece ser nuestra historia, los técnicos proponen soluciones –en México sin duda tenemos de los mejores–, pero los gobernantes encargados de realizarlas las supeditan a los intereses políticos y ahí se atora la cosa. En estos momentos está muy claro que si no se hacen obras urgentes en el drenaje profundo, que no ha tenido por años un mantenimiento adecuado, la catástrofe que sucedió hace semanas en Valle Dorado se puede repetir con mayor magnitud en distintas partes de la ciudad. El asunto es que en la solución intervienen tres gobiernos de tres partidos políticos distintos y si en este caso no se pone el interés público sobre el político, como dice mi tía Manina, se masca la tragedia.

Hace unos años comentábamos que por el hundimiento que padece el Centro Histórico los restos de los antiguos templos y palacios mexicas están surgiendo de las entrañas de los antiguos lagos, poniendo en riesgo las construcciones que erigieron sobre ellos los conquistadores españoles. Medio en broma, medio en serio, el arqueólogo Eduardo Matos, quien sacó a la luz los vestigios del Templo Mayor, dice que los dioses prehispánicos se están vengando, saliendo a la superficie y destruyendo la arquitectura española.

Esta particular problemática de la ciudad de México es consecuencia de sus orígenes. La audacia que tuvieron los mexicas al fundar su ciudad en la parte mas baja de la cuenca, en unos islotes que sobresalían de las aguas de cinco hermosos lagos que la rodeaban, marcó su destino. En los islotes edificaron sus templos y palacios principales y en los alrededores crearon sus barrios, con el ingenioso sistema de chinampas, esas que aun podemos admirar en Xochimilco. Así surgió una urbe prodigiosa, cruzada de canales, que lograban la mayor parte del tiempo un equilibrio de las aguas. Sin embargo, no estuvieron libres de inundaciones. Para evitarlas, realizaron varias obras hidráulicas, entre otras, un sólido dique, que separaba las aguas saladas del lago de Texcoco de las dulces del de México. La mayoría de estas obras se destruyeron con la conquista. Ya hemos hablado del desequilibrio que ocasionó que se cegaran las acequias, con objeto de que los hispanos tuvieran calles para sus caballos y carruajes. Esto agudizó los problemas de invasión de las aguas. En lugar de aprender a convivir con ellas, como lo hicieron nuestros ancestros mexicas, la solución fue comenzar a sacarla de la cuenca, batalla imposible de ganar, como lo estamos viendo.

El tema es preocupante e inacabable, pero ya es hora de comer. Como estamos por la colonia Roma, vamos a la esquina de Orizaba y Puebla, al restaurante Stampa de Mar. En una bonita casona afrancesada, con yesería y pisos originales, como el nombre lo anuncia, sirve riquísimos pescados y mariscos. Tres favoritos: chilpachole de jaiba, arroz tumbada y pescado a la talla, acompañados con una cerveza bien fría o si prefiere, con una copita de vino blanco ¡seco!