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A la Mitad del Foro

Gobierno tutor en busca de rector

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El presidente Felipe Calderón durante la 27 sesión del Consejo de Seguridad Pública en Palacio Nacional, el 26 de noviembre pasadoFoto José Carlo González
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uando descubrimos que México no era una isla y el cuerno de la abundancia era fábula para adormecer conciencias, la clase dirigente en trance de oligarquía encontró refugio en la economía mixta y en la firmeza de la rectoría económica del Estado que instituyó la Revolución y que adoptaron los del poder constituido para sobrevivir a la sombra de la estabilidad. Del desarrollo estabilizador, diría Antonio Ortiz Mena, el premiado post mortem con la presea Belisario Domínguez.

Mixta era la economía del globo mucho antes de imponerse la globalidad como método del flujo de capitales libres de toda regulación. Para no distraernos con filias y fobias, expresiones dogmáticas del neoliberalismo y del neoconservadurismo rumbo al naufragio. Regir, regular los movimientos financieros en la era de la instantaneidad electrónica. Ese era el imperativo ignorado y denostado por los dueños del dinero y los mandarines de la acumulación desaforada y la fantasía de valores en ascenso perpetuo. Se hundió la nave. La tormenta, diría Felipe Calderón, vino de fuera. Pero al quedarse a la deriva optó por las metáforas marineras, como José López Portillo, a quien se refirió como “algún predecesor mío (que) acuñó una frase impactante: ‘Soy responsable del timón pero no de la tormenta”’. Hoy, hemos sido responsables del timón con tormenta y sin ella, dice el michoacano.

Calderón utiliza el Nos mayestático. Pero cita a quien se autonombró último presidente de la Revolución y en realidad fuera el primero en presidir los gobiernos tutores; quien dejó a Miguel de la Madrid un turbio rompecabezas con las ruinas del poder constituido. Y botes salvavidas para uso exclusivo de los que se llevaron su dinero al extranjero, mientras López Portillo clamaba lastimeramente: ¡Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear! El país no se deshizo entre las manos de Miguel de la Madrid. Buscó respuesta al enigma en la reprivatización y en las reformas constitucionales que pospusieran la renuncia a la rectoría del Estado. Pero a la visión del jurista se impuso la convicción conservadora del funcionario formado en los círculos financieros del gobierno. Y llegó al poder el reformismo salinista.

Y procedieron a desmantelar las instituciones nacionales y a ignorar la rectoría del Estado. De la economía mixta ni recuerdo. Era el momento embriagador de la modernidad y la inserción al primer mundo; la acumulación de la riqueza en cada vez menos manos, la multiplicación de los pobres y la progresión geométrica de la pobreza. Llevamos cinco lustros de crisis recurrentes. Y la nave a la deriva. Del primer mundo llegó el fin del pasado. Pero el desastre mexicano es obra nuestra. Aferrados al dogma del cero déficit, dejan hacer, dejan pasar; atados al monetarismo usan el relevo de Guillermo Ortiz para devaluar la banca central; aferrados al origen patronal, persiguen al sindicalismo; y en lugar de rectoría del Estado, piden al rector Narro que presida la restauración de la junta de notables.

Mientras Calderón parafrasea a López Portillo, la tripulación oye el canto de las sirenas, los hombres de armas arrojan por la borda a quienes protestan por la falta de rumbo. Ya ofreció su decálogo a los gobernados el titular del Poder Ejecutivo. Y ahora revive la propuesta de reforma política: pero no hay quien se ocupe de lo urgente, de enfrentar la recesión, recuperar el crecimiento económico, formular objetivos concretos de una política social de Estado; invertir y no reducir el gasto público, garantizar alimentación, salud, educación y empleo a la mayoría abrumadora de la población que sobrevive en la miseria y padece hambre. Firme el timón para proseguir la política asistencial. Y seguir dando vueltas a la noria. Reformas electorales para simular que se avanza hacia la reforma política; un nuevo régimen y no una alternancia en el Ejecutivo que mostró desnudo al presidencialismo imperial.

Sin el poder derivado de la abyección, sin las facultades ajenas al poder constituído, es el Congreso donde se dicta la agenda política. Vigorosa y vigente la división de poderes, el pacto federal se reconstituye y los gobernadores ejercen las facultades expresas que la ley les señala en espacios de poder real. Hacen política y hacen políticos. Ya no acuden ante el secretario de Hacienda con el sombrero en la mano: llegan al Congreso de la Unión a negociar, a presentar sus proyectos y programas de inversión, con apoyo en las diputaciones de sus respectivos estados. De ahí la fuerza incontrovertible de Enrique Peña Nieto, de Fidel Herrera Beltrán, pero también de Ismael Hernández Deras, Eugenio Hernández, Félix González Canto, Humberto Moreira.

De ahí la conversión de la Conago en cuerpo colegiado, donde los gobernadores han podido convencerse y valerse del instrumento político por excelencia que es la concertación, el acuerdo en lo esencial por encima de los desacuerdos ideológicos o partidistas. En Durango se reúne la Conago y ahí tendrán que encontrar puntos de acuerdo que hagan viables los trazos gruesos de la reforma política del Ejecutivo. Más allá del paso de lo deseable a lo posible que propuso Felipe Calderón, volverlas acciones de lo real y lo posible. Ahí no unicamente los priístas han sabido llevar agua a su molino: Amalia García, del PRD, en Zacatecas; Marco Adame, del PAN, en Morelos, han hecho capital político con el nuevo instrumental al servicio del viejo federalismo.

A la mitad del sexenio confiesa Felipe Calderón que ha empezado el proceso de la sucesión presidencial; que a él no le importa dejar un sucesor a modo, sino dejar huella de su paso en el desempeño del cargo. Elogia la labor de Ernesto Cordero, su secretario de Desarrollo Social, crítico precoz y arrepentido del premio Nobel que expuso las fallas y errores del gobierno mexicano. Lo que se ve no se juzga: seis millones de mexicanos más en la pobreza; más desempleados; y un millón 250 mil niños padecen desnutrición crónica, condenados al subdesarrollo físico y mental.

De inmediato se publicaron listas de aspirantes del PAN a desplazar al nuevo delfín: Fernando Gómez Mont se excluyó; Santiago Creel y Josefina Vázquez Mota inamovibles entre nulidades como el gobernador de Jalisco. Pero abundan los aspirantes. Junta de pastores, cordero muerto, dice un viejo proverbio español. Con razón surgieron las suspicacias en torno a la iniciativa de relección de diputados, senadores y presidentes municipales. No es de Obregón la sombra del caudillo, es la de Quince Uñas, es la de Antonio López de Santa Anna. Es mal que padece la derecha en su delirio de cambiar la brega de eternidad por el alojamiento vitalicio en Los Pinos. De donde sacó al PRI Vicente Fox, el poder vuelve tontos a los inteligentes y enloquece a los tontos. Ahora, la tentación totalitaria, la inconmensurable estulticia de quienes ven la relección propuesta como vía para que Fox vuelva a Los Pinos.

Mal de muchos. Marcelo Ebrard se declara listo para la contienda. Y Carlos Navarrete se lanza al vacío en plena convención disolvente de la izquierda en Oaxtepec, Morelos.

Ante el acuerdo posible para la reforma del régimen en el ámbito de la Conago, Fidel Herrera le recuerda a Felipe Calderón el ¡ahora o nunca, señor Presidente!, de Sebastián Lerdo de Tejada a Benito Juárez.

O cabrestean o se ahorcan, dirían Villa y Zapata, cuya entrada a la ciudad de México quiso escenificar el SME.