Opinión
Ver día anteriorMartes 1º de diciembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Joseph Ratzinger vs. Fernando Gómez Mont
F

ernando Gómez Mont, secretario de Gobernación de México, quiso apoyar a la Iglesia católica, al Partido Acción Nacional y a los congresos estatales que han aprobado reformas para penalizar el aborto, introduciendo como prueba una experiencia personal, para evidenciar, según él, la identidad entre la persona y el cigoto (célula resultante de la unión entre el óvulo y el espermatozoide). Al hacerlo, nunca se percató de que su argumento es completamente contrario a los postulados del Vaticano, que consideran las tecnologías de reproducción asistida, en particular la fertilización in vitro (FIV), moralmente inaceptables.

Quiero aclarar primero que la experiencia revelada por Gómez Mont me parece algo muy respetable. Los avances en el conocimiento y en las tecnologías reproductivas constituyen medios válidos desde el punto de vista médico y científico para enfrentar la infertilidad. Yo he tenido contacto directo con muchas personas y parejas que han recurrido a estas tecnologías, independientemente de su sexo o condición, y que son felices, al igual que el secretario de Gobernación, al poder procrear un hijo o una hija mediante la FIV.

Parecería que esta modalidad de fertilización fuera un acto en favor de la vida, pero el Papa Benedicto XVI no coincide con lo anterior. La instrucción Donum Vitae (documento elaborado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, firmado en 1987 por el entonces cardenal Joseph Ratzinger) condena la FIV. En primer lugar porque durante este procedimiento generalmente se forman varios embriones, de los cuales se busca que sólo uno se implante en el útero materno, mientras los restantes son congelados o desechados.

Dentro del dogmatismo de la Iglesia católica, que postula la identidad entre el embrión y la persona humana, estaríamos frente a la confesión de un asesinato múltiple. Por otro lado, la masturbación, que es el medio para obtener las células sexuales masculinas que son empleadas en estas tecnologías, es considerada por la Iglesia católica un acto moralmente reprobable.

Pero la instrucción vaticana logra hacer abstracción de estos inconvenientes, lo que da como resultado un documento de enorme trascendencia, pues permite evidenciar que para esta Iglesia existen valores superiores a la defensa de la vida. Veamos:

El Donum Vitae sostiene que es moralmente injustificable la fecundación de una mujer no casada, soltera o viuda, independientemente de quien sea el donador. El documento dedica un apartado a explicar por qué la procreación humana debe tener lugar en el matrimonio. En otras palabras, más importante que dar vida lo es el contexto en el que ésta se produce, es decir, el matrimonio. Por eso se establecen distintos grados de condena moral en el caso de las tecnologías de reproducción asistida.

Cuando la FIV es heteróloga (cuando los espermatozoides provienen de personas distintas al esposo, por medio de la donación) recibe en el documento un juicio moral negativo, pues se vulnera claramente el sacramento del matrimonio.

Cuando la FIV es homóloga (si los gametos provienen del esposo), la condena es menos severa aunque se mantiene, pues: “…aun considerada en el contexto de las relaciones conyugales de hecho existentes, la generación de la persona humana queda objetivamente privada de su perfección propia: es decir, la de ser el término y el fruto de un acto conyugal, en el cual los esposos se hacen ‘cooperadores con Dios para donar la vida a una nueva persona’”.

Pero hay en este documento un caso muy interesante: el de la inseminación artificial (IA). Aquí no existe el tema de la creación de embriones sobrantes, pues consiste en depositar el semen de un donador anónimo (IA heteróloga) o del esposo (IA homóloga) en el tracto genital femenino. La condena moral persiste en ambas modalidades, aunque en diferentes grados, pues incluso en el segundo caso, de acuerdo con el Donum Vitae (que cita un decreto del Santo Oficio), a esta técnica le faltaría: “… la relación sexual requerida por el orden moral, que realiza, el sentido íntegro de la mutua donación y de la procreación humana, en un contexto de amor verdadero”.

En conclusión: primero, para la Iglesia católica todas las tecnologías de reproducción asistida, desde la inseminación artificial hasta la clonación, pasando por la FIV, son moralmente condenables. Segundo, por encima de la defensa de la vida, se encuentra el contexto en el que ocurre la procreación. El matrimonio y especialmente el acto conyugal (el coito entre los esposos) son las únicas vías moralmente lícitas para traer al mundo nuevos seres humanos. Así, la fotografía más primaria de un hijo o una hija moralmente aceptable para la Iglesia católica no sería la de un cigoto, sino que entraría inevitablemente en la categoría triple equis.