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El escritor dialogó con centenares de personas mediante una teleconferencia en la FIL

Sólo en el espacio esparciremos la vida y llegaremos a vivir para siempre: Bradbury

“Me preocupa que no estemos ya en Marte, establecer la civilización y de ahí a Alfa Centauro’’

En entrevista con uno de sus biógrafos, dijo que escribió Fahrenheit para defender los libros

Foto
Ray Bradbury desde Los Ángeles, en la pantalla, ayer durante la teleconferencia con el escritor estadunidense a quien se rindió homenaje como parte de las actividades de la FIL de GuadalajaraFoto Arturo Campos Cedillo
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 1º de diciembre de 2009, p. 6

Guadalajara, Jal., 30 de noviembre. Desde Los Ángeles, Ray Bradbury (Chicago, 1920) se teletransportó a Guadalajara y cientos de personas pudieron apreciar su disgusto porque el futuro manifiesto de la humanidad quedó detenido desde que hace 40 años se llegó a la Luna y no se dio continuidad a la conquista del espacio con la colonización del planeta Marte.

“Desde que el hombre llegó a la Luna nos debimos quedar ahí, colonizarla para preparar el viaje a Marte, que es nuestro destino. Cuando se lanzaron los primeros cohetes yo era un locutor de radio y uno de los que entrevisté me dijo que cuando llegáramos a Marte no habría marcianos; yo le dije: ‘cállese, nosotros somos los marcianos’.

“A mí lo que me preocupa es que no estemos ya en Marte; deberíamos haber colonizado Marte, debimos tener estaciones en la Luna desde hace 40 años. Tenemos que hacer una base para hacer los viajes a Marte, establecer la civilización en Marte y de ahí a Alfa Centauro.

El hombre del futuro es un hombre del espacio, y sólo así vamos a seguir esparciendo nuestra vida y así podremos llegar a vivir para siempre, dijo con una vertiginosidad digna de su convicción premonitoria.

En teleconferencia transmitida esta tarde en el salón 4 de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, insuficiente ante la demanda de público ansioso de escuchar al escritor de 90 años de edad, que dice aún recordar a qué sabía la leche materna, el momento de su circuncisión a los cinco días de nacido y las películas que vio desde los tres años de edad cuando su madre lo llevaba al cine, Bradbury se manifestó listo para escribir al menos otros 30 libros, el más próximo ya en galeras, antes de ratificar que se considera un hombre –como todos– inmortal.

La entrevista en vivo la realizó uno de sus biógrafos, Sam Weller, sentado a su derecha en lo que podría pasar por una estación espacial de no estar Bradbury vestido de saco y con una bufanda multicolor, sentado en una silla de ruedas, con un cuadro de la ciudad de Los Ángeles a la espalda, algunos libros sobre un mueble y un globo terráqueo a escala.

La transmisión se hace in-teractiva cuando en la parte final de la presentación jóvenes presentes en la FIL también interrogan al autor de Crónicas marcianas.

La prodigiosa memoria del homenajeado a distancia, como parte del programa de actividades de Los Ángeles, ciudad invitada de honor del encuentro editorial, parece irrefutable cuando a la velocidad de la luz hace recuentos de la primera ocasión que vino a México, tan precisos 65 años después que hasta recuerda que en Guadalajara se hospedó en un céntrico hotel que todavía está en servicio a tres cuadras de la catedral metropolitana.

“Yo nací en Chicago y cuando estudié la secundaria mi mejor amigo era Eduardo Barrera y a través de él entré en contacto con su familia hispana; nos veíamos como hermanos. Yo era muy pobre, no tenía ni para el tranvía. A los 20 años me pasé a vivir al centro de Los Ángeles, donde había un estudio de cerámica; ahí hice nuevos amigos chicanos, empecé a conocer bien la cultura chicana. Luego empezó la guerra y seguimos en contacto todos estos amigos, de todos recuerdo su nombre, incluso escribí un cuento corto sobre esas épocas (…) En 1945 fui a México, me fui a Cuernavaca, a la costa, y luego volví a subir y me fui a Guadalajara y me quedé en el hotel Fénix de Guadalajara, era un hotel que tenía un precio baratísimo. El viaje siguió en Pátzcuaro, en Janitzio, para pasar la noche de Muertos en ese lugar; me quedé toda la noche en el panteón el Día de Muertos. Algo que me impresionó fue ver a las señoras sentadas en las tumbas junto con sus hijos; esa imagen se ha quedado conmigo desde entonces”, rememoró.

Bradbury recordó que en ese viaje a México conoció a John Steinbeck en una casa privada en la ciudad de México y luego ambos fueron a desayunar a otra casa adonde fueron invitados.

Se sentó frente a mí, tenía un ojo azul y otro café y se me quedó viendo con mirada retadora. Yo no creía que estaba frente a uno de los grandes novelistas de Estados Unidos, una persona que había moldeado mi vida; era para mí imposible estar desayunando con mi héroe. En ese viaje conocí también al fotógrafo Gabriel Figueroa.

–¿Qué tan importante ha sido el cine para el desarrollo de su imaginación? –preguntó Weller a Bradbury.

–He visto todas las películas que se han hecho. Mi mamá era una fanática total, desde los tres años me llevaba. Íbamos tres o más veces a la semana, cuando era adolescente veía hasta 16 películas por semana. Todo mi dinero lo gastaba.

Por 10 centavos yo podía ver una función doble. Además, los fines de semana iba a las matinés, así que cuando tenía 20 años había visto unas dos o tres mil películas y eso desde luego que impactó mi trabajo de escritor.

–¿Eso contribuyó a que también se convirtiera en guionista?

–Mi deseo comenzó con Jim Kelly y ahora ser guionista es parte de mi vida. John Huston me invitó a Irlanda a escribir el guión de Moby Dick. Yo le dije que no, pero la insistencia de Huston me convenció finalmente. Así, una mañana me miré al espejo y me dije que era Herman Melville y terminé 30 páginas en un día. Así que, cuando tenía 33 años de edad, fui Melville por un día.

–Para quienes no la conocen, ¿podría hablar un poco de la historia de cuando escribió Fahrenheit 451?

–Había estado casado durante un año, tenía poco dinero, vivíamos en un lugar muy pequeño. Deambulé por la biblioteca de la UCLA, bajé al sótano y busqué. Había 12 máquinas de escribir por 10 centavos podías rentar estas máquinas.

“Me fui a mi casa, tomé una bolsa de monedas, me la llevé a la biblioteca y ponía moneda tras moneda. En nueve días gasté nueve dólares, nueve días escribiendo la primera versión de Fahrenheit. Qué tal, ¿eh? nueve días para la primera versión.”

–Pero, ¿por qué la escribió, qué lo motivó?

–Quise escribir algo para advertir a las personas sobre proteger las bibliotecas, los libros. Yo no estudié en la universidad porque era muy cara, así que toda mi formación la hice en las bibliotecas públicas.

–Cuando la escribía, ¿pensó que podría llegar a ser una obra maestra de la literatura estadunidense?

–Todas mis historias las amo; fue un trabajo de amor, mi cuerpo está cubierto con esas ilustraciones invisibles y cuando sudo mis historias entran en vida y se cuentan. Entonces Fahrenheit fue bastante fácil de escribir.

“Había una jovencita que me ayudó a escribirlo, Clarisse McClellan, esa misma muchacha que también le dijo a Montag que amaba los libros.”