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Toros

Mansada del prestigiado hierro de Julio Delgado frustra la tercera corrida

Con oficio y temple, Manzanares baña a sus alternantes Manolo Mejía y Calita

Ante una pobre entrada, el alicantino cortó dos orejas y contrastó niveles de torería

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El torero Manolo Mejía lidia a Diputado en de la tercera corrida de la Plaza MéxicoFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 23 de noviembre de 2009, p. a42

Don Mario Aguirre me dijo: cuando los empresarios más ricos del mundo, mexicanos por cierto, afirman que no es su obligación hacer toreros, y los empresarios españoles nos siguen mandando buenos toreros, capaces de dar espectáculo independientemente de los bueyes que lidien, alguien debe estar haciéndose pendejo. Pues sí, contesté.

Coahuila, como la mayoría de los estados de este buen país, suele ser discreto para sus cosas, como si cacarear logros modestos fuese afrenta y confesar sus predilecciones resultara vergonzoso. Así, entre ganaderías mansas pero favoritas de figuras chafas, o que la apuesta por el subtema de los toros resulte políticamente incorrecto al inaugurar muy a la sorda un museo de la cultura taurina en la capital del estado sin informar a nadie de tan grave atrevimiento porque no conviene para las de ilusiones del mandatario en turno, no obstante ser la cuna de leyendas toreras como Armillita el único, o genios como el sistemáticamente devaluado fotógrafo El Saltillense, el talentoso pianista Salvador Neira, el fastidioso torero El Glison, el imaginativo productor de televisión Pedro Torres o incluso el tal Páez, el gobierno de Coahuila nomás no se anima a pronunciarse. Vamos, como que una extemporánea disciplina partidista mata su obligada imaginación.

En la tercera corrida de la temporada grande en la Plaza México se lidió una mansada del prestigiado hierro coahuilense de Julio Delgado, sin otro mérito que crear toros descastados y tontos para lucimiento de genios valencianos y aspirantes locales.

Pero como en el cartel no estaba el figurín al que lo mismo se le aplaude un estornudo que un flato, independientemente de la fiera que tenga enfrente, el escaso público tuvo que padecer los afanes de tres alternantes con distinta suerte en el sorteo y contrastada actitud en su profesión.

José María Manzanares, el hijo de aquel portentoso torero de Alicante que bien pudo haber sido el más grande de su tiempo pero que se atuvo a la mediocridad del momento, pechó primero con Director, con un gramo más de transmisión comparado con sus descastados hermanos, con el que tras recibir en varas un refilonazo cuajó una inteligente faena por derechazos con la muleta a media altura, cambios de mano, rematados con soberbio pase de pecho o inspirado pase de trinchera, y al que su peón Francisco Javier Amores había colocado dos cuarteos precisos por los que fue llamado al tercio. Tras un pinchazo en banda, es decir, sin haber tocado al toro, Manzanares hijo se volcó en dramático estoconazo, convencido de que matador es saber dar una muerte digna a un toro. Con merecida oreja dio la vuelta al ruedo.

Con su segundo, Manzanares plasmó un memorable recorte con la capa, impidió que la fiera fuese picada, ligó numerosos derechazos sin transmisión y colocó otra estocada entera y trasera por la que el generoso juez Eduardo Delgado soltó otra pueblerina oreja a la altura del rigor de la salinizada Plaza México. Faltaba más.

Por su negligente parte, tanto Manolo Mejía como Calita, nomás no pudieron aprovechar a los boyancones que les tocaron en suerte, y entre la falta de sello y la carencia de celo prefirieron salir en maestritos, como si la vida fuese eterna y no los instantes de una intensa, irrepetible tarde.