Opinión
Ver día anteriorLunes 2 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Revolucionarios y contrarrevolucionarios
S

egún Gianfranco Pasquino (Diccionario de política), una depresión económica, injertada en una disminución de legitimidad y una crisis de representatividad, crea las condiciones objetivas de una revolución. Y cuando ésta logra producirse, porque un grupo aprovecha esas condiciones para intentarla, la revolución misma consiste, según Pasquino, en la sustitución de las autoridades políticas existentes y en la realización de cambios profundos en las relaciones políticas, la Constitución, las leyes y la esfera socioeconómica.

En eso estamos. Todo empezó con un golpe de Estado incruento. Cuando Miguel de la Madrid tomó posesión desplazó a la antigua clase política y puso en su lugar a un grupo tecnocrático que desde entonces está en el poder, al servicio de los llamados poderes fácticos.

Lo que parecía un simple reacomodo en la cúpula se transformó pronto en un empeño de cambiar a fondo el régimen político. Se trataba de remover los obstáculos a la dominación capitalista que caracterizaban al híbrido peculiar que emanó de la Revolución de 1910, con un ajuste sustancial del sistema. Poco a poco, particularmente en la gestión de Salinas, se desmontaron los pilares fundamentales del antiguo régimen y se produjeron cambios sustantivos en las relaciones políticas, el ordenamiento jurídico-constitucional y la situación socioeconómica. Por eso, a pesar de su signo conservador, es un empeño de alcance revolucionario.

Como es obvio, el funcionario De la Madrid, el gerente Zedillo o el ilegítimo Calderón no son líderes de esta revolución. Se trata de simples personeros de intereses específicos y grupos mafiosos, los cuales intentan cambiarlo todo para que nada cambie, es decir, tratan solamente de mantener sus posiciones de poder y el predominio de las relaciones sociales capitalistas.

Calderón está apresurando la venta del país y necesita entregar la mercancía. Por su debilidad e ineptitud políticas, sin embargo, y por la creciente resistencia que enfrenta, sólo puede profundizar la revolución neoliberal mediante el uso de la fuerza y la violación sistemática de la Constitución, las leyes y los derechos humanos. A medida que la gente se moviliza ante el empobrecimiento general, el continuo despojo y la cooptación o desmantelamiento de sus organizaciones, el aparato gubernamental se ve obligado a recurrir cada vez más a la violencia.

Sólo en los años recientes la resistencia a la iniciativa neoliberal se convirtió en oposición política, que en el contexto resultó contrarrevolucionaria: sería reacción a la revolución neoliberal. Esta corriente política tiene un objetivo de corto plazo: impedir que concluya el desmantelamiento del antiguo régimen, y otro de largo plazo: restaurarlo. Se trata de reconquistar el poder político por la vía electoral, a fin de restablecer y actualizar lo que los neoliberales han liquidado. En esta posición han estado casi todas las tribus, mafias y corrientes del PRI, el PRD y la morralla, que a menudo entran en complicidad abierta con los neoliberales, aunque así contradigan el evangelio socialdemócrata que pretenden impulsar.

Estas dos corrientes políticas parecen abarcar la totalidad del horizonte político y concentran la atención pública y experta, pero desde 1994 surgió una tercera opción. Los zapatistas, que se vieron a sí mismos como mera antesala de la revolución, intentaron convertir las condiciones objetivas de ésta en auténtico proceso de cambio radical. A lo largo de 15 años han subrayado que su empeño es pacífico y democrático y que no busca la mera sustitución de las autoridades políticas ni reformas cosméticas. Plantean abiertamente que se trata de modificar la estructura de clases del país para poner fin a las relaciones sociales capitalistas, con la conmoción simultánea de ideologías e instituciones, mediante la reorganización de la sociedad desde su base –desde abajo y a la izquierda– al tratar de reconstruir un país que a estas alturas sufre una devastación peor que la de una guerra.

La lucha actual tiene lugar en medio de creciente polarización, que a menudo se acerca al clima de guerra civil que caracteriza generalmente los procesos revolucionarios. Por la medida en que Calderón multiplica sus provocaciones, consolida sus alianzas formales e informales y su base social y acelera el establecimiento del régimen autoritario, aumenta continuamente la violencia y se vuelve indispensable tomar posición.

En esta coyuntura, persistir en la obsesión electoral, con la ilusión de que por esa vía será posible evitar la amenaza autoritaria –que está ya cumpliéndose– y revertir la destrucción neoliberal, se está volviendo contraproducente. Quienes están resultando meros compañeros de viaje de los neoliberales descubrirían demasiado tarde la manera en que contribuyeron a fortalecer la gestión del grupo al que pretenden oponerse –antes de que ambos desaparezcan, en medio de fuerte olor a azufre.