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TOROS

Salvate, torito, salvate, exclaman turistas argentinas ante una torera cosida a cornadas

Por hambre, indios de Ecuador aprenden a torear para robar la fruta de las huertas

El ganado que difundió la fiesta brava en el río de La Plata llegó a Brasil desde Portugal: Gori Muñoz

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El diestro español Enrique Ponce durante la corrida de este domingo en TijuanaFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Lunes 2 de noviembre de 2009, p. a34

Durante la última función de la temporada chica 2009 en la México, a la hermosa novillera Hilda Tenorio –21 años de edad, siete de carrera artística, una cornada de 80 puntos de sutura en el rostro e incontables intervenciones quirúrgicas en los meniscos–, le tocó sentarse delante de un grupo de turistas argentinas que, a cada instante de la lidia, se ponían pálidas y suplicaban: ¡salvate, torito, salvate!, sin reparar jamás en que había en la arena seres humanos arriesgando el pellejo frente a los rumiantes.

No dejaba de ser paradójico que siendo Argentina el país que mata el mayor número de reses al año en el mundo, aquellas almas sensibles padecieran por los novillos que perdían la vida en el ruedo. La probable explicación de esa postura contradictoria le llegó a este cronista, semanas después, en la forma de un libro de la editorial Schapire, publicado en Buenos Aires en 1970, firmado por Gori Muñoz y titulado Toros y toreros en el Río de La Plata.

Obsequiado al autor de estas líneas por una querida viajera procedente de aquellas tierras, el volumen ofrece un conciso recuento de la forma en que la fiesta brava se expandió por todos los países de la América sometida a la corona española desde el siglo XVI. Afirma, con toda razón, que la primera corrida de toros en este continente la organizó Hernán Cortés, el 24 de junio de 1526, con ganado navarro que dio origen al criadero de Atenco (hoy en el estado de México).

En 1527, en Cuba, el acta de fundación de la ciudad de Santiago de los Caballeros prometió que le regocijaremos (al apóstol Santiago) con toros cuando los haya..., y vaya si los hubo, pues con el correr de los siglos la isla mayor del Caribe construyó cinco plazas fijas, hasta que la invasión estadunidense de 1898 puso fin al dominio español y a la tauromaquia. Pero no nos adelantemos. Gori Muñoz señala que el 20 de enero de 1567 Venezuela efectuó su primer festejo taurino en donde hoy se erige Caracas.

Más de 20 años antes, en 1543, Luis Alonso de Lugo había llevado a Colombia, desde Andalucía, 125 vacas y otros tantos toros que se multiplicaron generosamente. Poco después, otro hato de reses bravas criado en Navarra fue desembarcado en Ecuador con un extraño propósito: los religiosos separaron a los machos dentro de las huertas, para que embistieran a los indios que se metían a robar la fruta, cosa que los santos varones no habían impedido con perros guardianes. Pero como el hambre puede más que el miedo, los indios de Quito aprendieron a torear para alimentarse.

La fiesta nació en Perú, en 1540, con un festejo en la plaza mayor de Lima, en el que participó, dice Muñoz, y mató un toro con rejones el conquistador Francisco Pizarro a los 70 y pico años de edad y a uno de su muerte. En 1548 comenzaron a darse corridas en Cuzco y en 1555 la fiebre del toreo se propagó a Santiago de Chile, donde hacia 1612 ya había plazas fijas en los puertos de La Serena, Valparaíso y San Felipe, y la ciudad sureña de Concepción.

En cambio, el ganado bravo que difundió la fiesta en Paraguay, Uruguay y Argentina fue conducido por los portugueses desde la costa de Brasil hasta el estuario de río de La Plata. Concretamente, en Buenos Aires, la afición prevaleció hasta el 21 de marzo de 1871, fecha en que fue demolida la plaza de Montserrat (hoy plaza San Martín) y prohibidas las corridas para siempre, razón por la cual, tal vez, hoy por hoy las turistas de allá que visitan la México sin vínculos con el pasado de su patria, exclaman sinceramente conmovidas: ¡salvate, torito, salvate!