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¿La Fiesta en Paz?

Byron Gálvez, sin tema prohibido

L

a mañana del pasado martes falleció en un hospital de la ciudad de México el pintor, escultor y grabador hidalguense Byron Gálvez, un día antes de cumplir 68 años, pues había nacido el 28 de octubre de 1941 en Mixquiahuala, Hidalgo. Como todo talento en cierne, a temprana edad abandonó el apacible pero estrecho terruño e ingresó a la Escuela Nacional de Artes Plásticas en la capital del país.

Vida lograda en todos sentidos, con una obra reconocida y premiada nacional e internacionalmente, la partida física del maestro Gálvez me deja en lo personal una gran frustración, ya que después de haber tenido la fortuna de admirar, a mediados de los años 90, varios de sus espléndidos óleos de gran formato sobre el tema taurino y de acordar una entrevista sobre tan escabroso tema, incluso en las artes plásticas, por azares del destino en dos ocasiones dicha entrevista no se llevó a cabo.

De un colorido sólo equiparable a su imaginación creadora, la obra pictórica de Byron recogió lo mejor de la herencia plástica occidental y, como todo grande que se respete, se dio el lujo de incursionar también en el ignorado e incomprendido tema de los toros, en una serie deslumbrante, originalísima y casi desconocida que hasta ahora no alcanzó difusión ni editor. Pero así se las gasta nuestra (des)organización taurina, que inculta, desunida y sin antenas, no consigue rescatar las ricas expresiones culturales que aún inspira el rito táurico, como esa inolvidable, esencial serie del maestro Gálvez titulada Tauromaquia Pictórica. ¿Habrá quien la rescate?

Parafraseando al rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, mi distinguido paisano José Narro Robles (Saltillo, 1948) –¿será aquel jovencito de lentes, ensimismado y serio, con el que me cruzaba por la calle de Hidalgo, que nunca saludaba y que tenía cara de matado?, chale con el esfuerzo–, quien afirmó que sin un sistema de educación superior vigoroso y de calidad, una sociedad se condena a la maquila, a la medianía en el desarrollo, puede afirmarse que sin una baraja taurina con calidad de exportación, un país se condena a la dependencia de los espadas extranjeros, sean buenos, regulares o malos.

Así, junto al Juli, Ponce, José Tomás y Hermoso, que todavía meten gente a la Plaza México, Morante de la Puebla, Sebastián Castella, Miguel Angel Perera, José María Manzanares, Antonio Barrera, Cayetano Rivera Ordóñez, Daniel Luque y David Fandila, completan el elenco de diestros importados para el inminente serial, y quienes al margen de sus méritos en cosos peninsulares poco o nada invierten en publicidad previa a sus presentaciones en cosos mexicanos, sabedores del lamentable nivel mediático-taurino en el siempre hospitalario México, que también en materia de toros perdió la brújula o se le gastó el imán.