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El agrupamiento danés-británico Theater of Voices iluminó el templo de La Valenciana

Stimmung, de Stockhausen, un hito en la historia del Cervantino

Seis oficiantes con los pies desnudos dirigieron una meditación profunda de 70 minutos

El compositor alemán escribió la obra después de contemplar pirámides en Oaxaca y Yucatán

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El grupo danés-británico Theater of Voices durante un ensayo de la partitura Stimmung, de Karlheinz StockhausenFoto Klaus Holsting
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Periódico La Jornada
Viernes 23 de octubre de 2009, p. 3

Guanajuato, Gto, 22 de octubre. Lo mejor del Festival Internacional Cervantino (FIC) número 37 pasó de noche: sólo unos cuantos afortunados disfrutaron de una de esas experiencias que solamente ocurren una vez en una existencia: el agrupamiento danés-británico Theater of Voices puso en vida Stimmung, partitura monumental de Karlheinz Stockhausen, y trascendió los límites de un concierto de ejecución técnica insuperable, un recital de cualidades musicales de excelencia, para ubicarse como una ceremonia íntima, un ritual de encantamiento, una extensa meditación, profunda, de 70 minutos, una iluminación interior que quedará para la historia de la música en México.

Pasó de noche también porque ocurrió en horario nocturno. Al revés de lo que se ha convertido en una tradición: los domingos cervantinos ocurren al mediodía sobre las montañas que rodean a Cuévano, en el Templo de la Valenciana, esta vez parecía un error de impresión en el programa general: a las 20 horas del sábado anterior se congregó una breve multitud (para una obra de Stockhausen, 80 personas ya es multitud) frente a las puertas del templo.

También es costumbre, una de esas malas costumbres que de manera increíble no se han corregido en tantos años de Cervantino, que las largas filas que se suelen formar los domingos sean sometidas a las inclemencias del incinerante sol de otoño, el viento frío también quemante, porque las puertas las abren cinco minutos antes del concierto.

Esta vez tuvieron clemencia del escaso público que se acuclillaba, se hacía ovillo contra la barda lateral del atrio o hacía calistenias, como el director del Instituto Goethe, Volkbert Näther, como buen alemán ducho para convivir con el frío más intenso, que hacía elegantes ejercicios contra el viento gélido, y así se multiplicaban entre el escaso público las actitudes mentales y corporales que evocaban las de Amelie Nothomb en su hermoso libro Ni de Eva ni de Adán, cuando ella vive su iluminación en las montañas heladas de Japón.

Todo se conjuntó entonces la noche del sábado en las montañas que circundan la ciudad de noble piedra y cerco campirano, Guanajuato. La sesión frente a las repentinas ráfagas violentas de viento helado, la visión hermosa de las montañas iluminadas, las luces de Cuévano valle abajo, todo eso fungió a manera de purificación para el ritual: el Templo de la Valenciana a oscuras, eso explicaba lo inusitado del horario del concierto.

La única luz era una esfera plantada en medio de una mesa circular, alrededor de la cual lucían seis micrófonos especiales, de capucha redonda y amplia y seis cojines para meditación.

Entraron seis seres de pies desnudos, ropas de lino holgado, gesto hiératico, seis cantantes daneses y británicos para dirigir la ceremonia, tres mujeres, tres hombres, en posición de flor de loto: las sopranos Else Torp y Miriam Andersen, la contralto Randi Pontoppidan, los tenores Wolodymyr Smishekewych y Chris Watson, el bajo Jakob Bloch Jespersen, mientras el fundador de Theater of Voices, Paul Hillier, dirigía con la mente desde la semioscuridad en un rincón del templo.

Precisamente a Paul Hillier se debe la tercera de las grabaciones discográficas, conocida como Versión de Copenhague, que existen de esta partitura que escribió Stockhausen en 1968, luego de un viaje intenso por Oaxaca y Yucatán, donde estuvo horas y horas, en posición de flor de loto, observando y meditando frente a las maravillas arquitectónicas que construyeron los antiguos zapotecas y mayas.

Sonidos armónicos

Inicia el ritual: entran los 12 pies desnudos. Los cantantes-oficiantes abren, siempre en posición de flor de loto, con una salutación budista hacia el centro de la mesa redonda, hacia la luz de la lámpara esférica. Lo que sigue es una partitura serial y tonal, de arquitectura que de tan compleja resulta muy sencilla.

Colocan los micrófonos especiales contra sus barbillas y entonan una nota que sonará, una sola nota y sus sobretonos, un Si bemol, durante los siguientes 70 minutos y se elongarán para la eternidad. Las tres damas y los tres caballeros de la mesa redonda emiten lo que se conoce como sonidos armónicos: una línea melódica central de la que después de un instante y según la capacidad de quien la entona, le nacen sonidos parásitos de gran belleza.

De los labios de los cantantes daneses y británicos nacieron entonces orquídeas. Las orquídeas son parásitos. Esos sonidos se tornaron en colores: primero verde esmeralda tierno, casi fluorescente, luego lila del color de las flores de jacaranda, luego rojo, naranja y al final dorado. Se escuchaban colores.

He aquí la música de las esferas en todo su esplendor. La para muchos inalcanzable armonía de esos cuerpos celestes y perfectos, también conocida como el sonar de los arcángeles. El sonar de los cuerpos perfectos en el cosmos. Ese acuerdo insólito entre ciencia y metafísica. La armonía. El equilibrio.

Todo transcurre en la armonía: al cerrar los ojos se escuchan los colores. Al abrirlos se escuchan los colores. Regalo de la vida. Olivier Messiaen escuchaba colores, escribía música en colores. El fenómeno físico se llama sinestesia.

Experimentar la sinestesia en un concierto es más que un privilegio. Es una manera de iluminación.

La palabra alemana stimmung tiene varios significados: armonía, emociones positivas, serenidad, paz interior, un estado del alma. Al si bemol eje se sumaron invocaciones a divinidades (¡Ahura-mazda! ¡Vishnu!), palabras en sánscrito, en alemán, inglés y en náhuatl (xochipili), en repeticiones a manera de mantra que conducen al trance, a un estado de meditación profunda.

En un concierto extraordinario, digamos la Quinta Sinfonía de Mahler dirigida por Gustavo Dudamel, uno llora de emoción en el Adagietto, el cuarto movimiento; en un concierto de Mozart, ejecutado al piano por Mitsuko Uchida, uno exulta de felicidad.

En esta obra, Stimmung, de Karlheinz Stockhausen, las emociones son superiores. El alma despega y se hace uno con el cosmos, uno viaja sin moverse de su sitio, logra privilegios tan grandes como el poder de la sinestesia, un estado de serenidad y paz interior indestructible. Una iluminación.

A las invocaciones a las divinidades, a ese si bemol repetido en cantinelas de entresueño, de vigilia concentrada en la sinestesia, se unió también un poema erótico escrito por el propio Stockhausen, en el equilibrio cabal de lo divino con lo terrenal.

Todo giró en círculos perfectos: la salutación inicial se convirtió en salutación final de los cantantes y puso también en vida otro texto, el significado cabal del término sánscrito Namasté Sat Nam: yo honro el lugar dentro de ti donde el Universo entero reside. (Y la música suena en la oscuridad del templo y lo vuelve laico y lo ilumina). Yo honro el lugar dentro de ti de amor y luz, de verdad y paz. Yo honro el lugar dentro de ti donde cuando tú estás en ese punto tuyo, yo estoy en ese punto mío, somos sólo Uno.

Esto sucedió en el festival Cervantino, la noche del sábado. Difícilmente habrá, en todos los largos días que faltan, algo que supere esta experiencia.

Fue así como lo mejor del Cervantino 37 pasó de noche.