Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de octubre de 2009 Num: 763

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Vicente Gandía:
jardín del tiempo

CHRISTIAN BARRAGÁN

Lezama Lima y el otro romanticismo
GUSTAVO OGARRIO

Paradiso
(fragmento del capítulo IX)

JOSÉ LEZAMA LIMA

El hombre al que sólo lo calman los clásicos
CARLOS LÓPEZ

Los collages de
Rosa Velasco

MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

La cara artística de la Luna
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

“La Bamba” alemanista y la primera arpa jarocha
YENDI RAMOS

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 


Ilustración de Juan Gabriel Puga

“La Bamba” alemanista
y la primera arpa jarocha

Yendi Ramos

Heredero de los fandangos y del canto hondo veracruzano, el compositor y músico Andrés Alfonso Vergara (Tlacotalpan, Veracruz, 1922), es conocido como un virtuoso intérprete del arpa jarocha, pero no como creador de este instrumento ni como quien adaptó el viejo son de “La Bamba” como himno alemanista.

Al ritmo de “Ay arriba y arriba/ y arriba irá/ yo no soy marinero/ soy Alemán”, un grupo de jaraneros entonaba la música de propaganda del entonces Partido Democrático Mexicano, cuando se enfrentaron opositores y simpatizantes de Miguel Alemán Valdés quien fue presidente del país a finales de los años cuarenta. Fue así como la primera arpa jarocha fue destruida.

Estos hechos tuvieron un punto en común. Dentro de los músicos estaba don Alfonso Vergara, contemporáneo de Andrés Huesca, cantante e intérprete conocido como el precursor, junto con Nicolás Sosa y el mismo Vergara, del son jarocho en la llamada época de oro de este género musical.

El Centro Histórico de Ciudad de México fue el escenario, según cuenta don Alfonso con una mirada serena, casi distraída, haciendo un esfuerzo por recordar cómo pasó todo: “Gobernación estaba a media cuadra. Ahí, un grupo de empleados de Bucareli formaron algo así como la Vanguardia Veracruzana Alemanista para la campaña de don Miguel. Los policías que trabajaban en la prisión para extranjeros eran paisanos, cantantes, poetas, pero eran policías, entonces nos hicimos muy buenos amigos de ellos. Hicimos amistad con el Lic. [Fernando] López Arias y nos envió a la palomilla que trabajaba en Gobernación. Fue como empezamos la campaña. Un día estábamos en la calle de Tacubaya y se armó un borlote. Total que el chamaco que traía mi arpa, la nueva, la primera, la dejó botada y la rompieron”.

Buscando cuerdas de tripa

Don Alfonso Vergara no evoca fechas. Cuenta que llegó a Ciudad de México porque su mamá estaba enferma. Durante un año, mientras estuvo en tratamiento, él trabajó como cobrador en una ruta de microbuses, después como carpintero, oficio que no abandonó y que le permitió crear un arpa cómoda, “pues antes se tocaba sentado porque se usaba una pequeña”, y agrega:

Las cuerdas del violín y del arpa eran de tripa de borrego o de gato. Ahí por Garibaldi había un señor que las vendía. Llegué ahí y compré un montón.

–¿Para qué quieres tantas cuerdas? –preguntó el dueño de la tienda.

–Es que estoy haciendo un arpa.

–¡Un arpa! –respondió–. Cuando termines me la traes. Aquí junto vive Andrés Huesca.

Yo ya sabía quién era don Andrés Huesca, era el alma jarocha, iba a cantarles a los paisanos y ahí se juntaba con otros jaraneros. Así es que hice otra, porque la primera ya la habían destruido en la campaña. Cuando regresé, el dueño de la tienda me dijo: “El arpa la tiene Andrés Huesca y dice que no te la quiere dar.” “¿Cómo que no me la quiere dar?”, le dije, y fuimos los dos a ver a don Andrés Huesca.

–Quióbole –saludó Huesca a Vergara en un tono amigable–. Me quedo con ella, ¿cuanto vale? –agregó.

–No, pues yo no sé ni lo que vale.

–Pues yo me quedo con ella. Me quedó a la pura medida y tiene un sonido muy bonito. Te la pago, te doy lo que quieras. No sé, ve lo que vale un arpa grande en Michoacán o donde sea, pero yo me quedo con ella.

Total que no sé si me la pagó o no. Pero ahí fue donde empecé a ganar mucha amistad con él.

La tercera es la vencida

“La segunda arpa también fue destruida”, continúa don Alfonso. “Supe que en una gira de don Andrés Huesca le pidieron que cantara en la inauguración del Cine Río de Acapulco. Una señora andaba de mitotera de allá para acá y en una frenada la rompió. Después de ésa le hice otra más, que creo que se la quedó un amigo.”

De La Villa a otros encuentros

Una vez recuperada, la mamá de don Alfonso regresó a Tlacotalpan pero él no. Tomada la decisión de quedarse en la capital del país, fue a la casa de sus papás para pedir permiso, como era la costumbre.

“En la ciudad, una vez caminando hacia La Villa me encontré a un viejito tocando el arpa en una fondita. De la plática comenzamos a cantar.” Así inició una breve pero intensa carrera artística, hasta que formó parte de los grupos Tierra Blanca, Los Costeños y Medellín. Como miembro de la Asociación Nacional de Actores participó en películas como Qué verde era mi padre y La mulata de Córdoba en 1945.

Don Alfonso Vergara fue criado en las antiguas fiestas huastecas. La tradición oral veracruzana dice que la jarana es para gente grande, pero él recuerda haberla tocado desde pequeño. No sabe cuándo ni cómo, pero tuvo que ser entre tarimas fandangueras y el polvo del zapateado.

Sentado en una mecedora de su casa, en el puerto de Veracruz, don Alfonso convierte esa plática mesurada que conservaba al inicio de la entrevista en un canto y en uno que otro verso.

Se disculpa por no tener los detalles, pero pareciera que en él aún resuena la música que ejecutaba al lado de Pedro Infante, Pedro Vargas y Rosita Quintana, entre muchos otros, así como las risas de Tin Tan cuando planeaban recorrer las costas de Sudamérica en una de las tres embarcaciones que llevaron por nombre Tintavento.

“Le ayudábamos a Tin Tan a cuidar el barco. Un amigo, Julio Diego, era maquinista, yo pescaba. A veces, los tres jugábamos cartas en las noches. Ya estaba completa la tripulación: íbamos a irnos de puerto en puerto”, remata don Andrés.

¿Registró alguna vez el diseño de las primeras arpas que construyó?

–Para qué, si todo mundo ve que otro hace una cosa y la hace también, y ya.

En cuanto a la adaptación de “La Bamba” como himno alemanista, ¿qué representa esa campaña para usted en la actualidad?

–Yo me siento orgulloso porque me tocó hacerla y popularizarla y difundirla.

Don Alfonso alza su dedo índice y recita: “Y aunque lo quiere la gente/ lo pregunta con afán/ si será nuestro presidente/ el licenciado Alemán.” No hay modo de cuestionar esa emoción a sus ochenta y siete años; es verdadera, quizá también ingenua. Con humildad, concluye diciendo que la época de oro del son jarocho no fue en su tiempo, sino ahora: “ahora todo mundo lo toca, todo el mundo lo conoce”.