Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de octubre de 2009 Num: 763

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Vicente Gandía:
jardín del tiempo

CHRISTIAN BARRAGÁN

Lezama Lima y el otro romanticismo
GUSTAVO OGARRIO

Paradiso
(fragmento del capítulo IX)

JOSÉ LEZAMA LIMA

El hombre al que sólo lo calman los clásicos
CARLOS LÓPEZ

Los collages de
Rosa Velasco

MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

La cara artística de la Luna
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

“La Bamba” alemanista y la primera arpa jarocha
YENDI RAMOS

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

La mesa de mimbre, 1984

Vicente Gandía:
jardín del tiempo

Christian Barragán

La mirada de Vicente Gandía (Valencia, España, 1935) está habitada por la invocación de la presencia íntima de la naturaleza. Así lo dejó en claro el artista en su vasta obra plástica realizada desde principios de los años cincuenta del siglo XX, hasta los últimos días de su vida, acaecida recientemente en su casa en el estado de Morelos, lugar del que hizo su residencia en el mundo, pues su permanencia en el tiempo se haya cifrada en cada uno de sus enmudecidos y sobrecogedores cuadros.

Figuras humanas, mar, habitaciones abiertas, puertas, floreros, ventanas, frutos, estancias al aire libre, balcones, jardines, la tarde, el anochecer, el color, la luz, el silencio. Todos estos eventos forman el horizonte creado y recreado incesantemente por Gandía a través de paisajes y bodegones, de composiciones geométricas y abstractas, incluso. Sin embargo, parece sobreponerse por encima de este universo de obsesiones el asombro ante la vibración del espacio habitado, vivido, aun cuando sólo sea testimonialmente. No sería arriesgado advertir, de este modo, que el punto de vista acometido por Vicente Gandía en la pintura es precisamente la del testigo, la del amante que contempla el cuerpo amado en silencio, estático. Por lo que la impresión que perdura de sus telas en el espectador, traspuesta la observación miope, es la epifanía.


Jardín, 1994

Barajando los cuadros de Gandía como si fuesen las cartas que leen el destino de su más acabado trabajo, se revelan del mazo de su pintura Bañistas, Bodegón con concha y La sombrilla, acuarelas fechadas en el año de 1978, primera constancia de la madurez pictórica que confirmaría inmediatamente en piezas a base de acrílico como Interior con Philodendro, Esperando amigos, La mesa de mimbre, La miranda o Lugar para hablar, pertenecientes de inicio a fin a la década de los años ochenta. Es en este período que va de los años setenta y ochenta, siendo dueño de sí, de su facultad para “la modulación de los espacios y la orquestación de lo no dicho”, recordando la acertada reflexión del poeta y crítico de arte Miguel Ángel Muñoz, que Gandía conquistó dentro de su corpus y del arte la búsqueda de aquellos instantes en que la vida canta, callada y calma, ante su alma sorprendida y atónita, acaso nostálgica y extasiada en un mismo gesto que queda fijado en el lienzo del cuadro, y de la memoria.

Jardín es una obra posterior, de 1994, que también comparte esta misma condición testimonial, pues en ella se evidencia la visión furtiva de la luz emanando del espacio colmado de serenidad y mutismo, semejante al Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz. Respecto de la naturaleza de estas estancias privadas el escritor Fabio Morábito ha afirmado: “Un jardín es íntimo o no es un jardín.” Certeza de ningún modo ajena a la experiencia que suscita la vida y obra de Vicente Gandía. Y aún más, ya que, sin proponérselo, devela la hondura de su inolvidable presencia: “La ley del jardín es recomenzar entero en cada palmo de tierra, ensayar a cada paso una nueva idea de jardín, lo que explica la facilidad con que uno puede aislarse en un jardín y hallar en él su rincón favorito, su propio jardín dentro del jardín más grande.”

Ahora, percutido el corazón del artista por la voz de la muerte, deviene necesario volver –para las nuevas generaciones visitar por vez primera– y habitar el jardín que a lo largo de casi seis décadas Vicente Gandía construyó con paciencia y ahínco, y en el que, de algún modo, seguro encontraremos nuestro rincón favorito, nuestra vida íntima a fin de cuentas.