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Invertíamos 2 millones de pesos en reparar un transformador, afirma Javier Gutiérrez

Electricistas calificados, formados en la labor diaria, ahorraron millones a LFC

A precios de hace 10 años, arreglarlo en un taller privado costaba 15 millones, sostiene

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Grados académicos, no tenemos. Nos formamos y nos graduamos en nuestro trabajo al ascender cada paso del escalafón. Y no somos ningunos improvisados, afirma Javier Gutiérrez Aguilar, electricista jubilado de Luz y Fuerza del Centro que laboró 28 años en un taller del organismoFoto Francisco Olvera
 
Periódico La Jornada
Viernes 16 de octubre de 2009, p. 10

A propósito del barril sin fondo que con los años se convirtió Luz y Fuerza del Centro (LFC), Francisco Javier Gutiérrez Aguilar, trabajador jubilado del taller mecánico, tiene una experiencia ilustrativa, relacionada con el mantenimiento de los millones de transformadores que existen en la ciudad de México.

Definida por la empresa como área no sustantiva, desde 1982 la administración de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro insistió en desincorporar los talleres y entregar las tareas que ahí se realizaban a negocios particulares.

“A precios de hace 10 años –señala el experimentado electricista que ocupó en su vida laboral la protosecretaría de escalafón en el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME)– reparar un transformador en nuestros talleres costaba 2 millones de pesos. Mandarlo componer a un taller particular costaba 15 millones. Nuevo se conseguía en 20 millones.

Fue el SME el que impidió que el administrador, Jorge Gutiérrez Vera, nombrado por el gobierno, cerrara los talleres. Échele lápiz. ¿Cuántos millones de pesos se ahorró Luz y Fuerza contando que al año se recibían, en promedio, mil 500 transformadores tronados?

El taller de la Verónica

Gutiérrez Aguilar trabajó durante 28 años, de 1970 a 1998, en el taller eléctrico que por décadas funcionó en unas antiguas caballerizas, en los tiempos en que se mantenía el novísimo sistema eléctrico con transporte de recua de mulas en las primeras décadas del siglo pasado, ubicadas atrás del edificio de la avenida Melchor Ocampo, al que los electricistas llaman, quien sabe por qué, la Verónica.

El modelo de la empresa comprendía, como lo empezaron a hacer en las industrias más modernas de Estados Unidos, la integración de todas las áreas del proceso productivo. Por eso se desarrollaron los talleres mecánico, automotriz y de diesel, entre otros.

A principios de los años 70, lo que entonces se llamaba taller de transformadores tenía 60 trabajadores. Para entonces despuntaba la expansión sin medida de la ciudad de México. En poco tiempo fue necesario duplicar el número de empleados a 120.

El transformador es parte vital en el sistema de electrificación; de ninguna manera se debería considerar su mantenimiento como área no sustantiva.

Un transformador es una caja negra ubicada en lo alto de ciertos postes, en pozos subterráneos o en pedestales. Es el dispositivo que permite transformar la corriente de alta tensión que corre por las líneas aéreas o subterráneas en baja tensión para ser distribuida al servicio de los usuarios. Antes de llegar a estas cajas, que en ocasiones, especialmente en tiempo de lluvias, truenan, la electricidad viaja por cables de alta tensión sostenidos por torres metálicas desde las presas y plantas generadoras como las de Laguna Verde, Chicoasén o Malpaso.

La ciudad de México tiene dos anillos concéntricos de distribución: uno de 400 mil voltios y otro de 200 mil. Del segundo, la corriente se distribuye a subestaciones que reducen la tensión a 85 mil voltios. Luz y Fuerza maneja transformadores que reciben 23 mil voltios para distribuirlo a las redes. La Comisión Federal de Electricidad maneja transformadores de 6 mil voltios, menos modernos.

La humedad y la sobrecarga, generalmente provocadas por el constante aumento de aparatos eléctricos en el caso del servicio doméstico, dañan el sellado y la calidad del aceite parafínico de los transformadores. Con los años, el taller mecánico de LFC desarrolló técnicas nuevas de reparación y demostró a la empresa la posibilidad de ahorrar hasta 90 por ciento con mano de obra calificada interna. Sin embargo, la administración siempre escamoteó a los trabajadores los materiales necesarios, como cartón aislante y aceites especiales.

“Cuando un transformador se quema –continúa Gutiérrez–, los técnicos de líneas áreas o de cables subterráneos acuden a repararlos. Algunos están tan especializados que lo hacen con las ‘líneas vivas’, sin que se corte el flujo eléctrico. Reparado el daño provisionalmente, el transformador se traslada al taller, donde se realizan las pruebas de alta precisión que entrañan para el trabajador lo que se conoce como riesgo eléctrico, que no es otra cosa que el peligro de ser electrocutado.”

El técnico jubilado explica en qué consiste el procedimiento: nuestro trabajo implica entrar a áreas energizadas y maniobrar con líneas vivas que llevan cargas de 23 mil, 85 mil y 400 mil voltios. Hacemos las pruebas aplicando cargas de 171 mil voltios (85 mil x 2 + mil) a dos metros de distancia. Todos nuestros sentidos entran en tensión: oído, vista, precisión de movimientos. Esta maniobra la realizamos entre 30 y 50 veces al día. ¿Y todavía nos dicen que somos unos privilegiados?

Para Gutiérrez Aguilar el taller mecánico fue su escuela, su universidad, su especialización y hasta su posgrado.

Grados académicos, no tenemos. Nos formamos y nos graduamos en nuestro trabajo al ascender cada paso del escalafón. Y no somos ningunos improvisados, remata. En todo el mundo se reconoce nuestra calidad.