Opinión
Ver día anteriorDomingo 4 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El parricida del bulto
U

no de mis mayores entretenimientos de viaje ha sido leer el crimen que tenga acaparada a la prensa local. Recientemente, en el norte de España, me tocó el caso del Parricida del bulto.

Un hombre en sus tardíos treintas, de origen suizo, vendedor de guantes para hombre, y con antecedentes siquiátricos por actos de violencia contra su madre, su hermana, su esposa y su hija, había llegado a C., en busca específica de su progenitora, en el medio conocida como Antonia, La Tabernera.

Años atrás, Antonia Fontcalent, de Alicante, había emigrado a Suiza. Ahí se había casado con un comerciante italiano de apellido Caroduro y había parido a su primogénito, apodado Fisto, y a Sara, su hija menor. Al tener que divorciarse del padre de sus dos hijos por motivos de violencia, ella había regresado a España con Fisto y Sara, entonces menores de edad.

Según las diferentes autoridades sucesivas, de chico Fisto fue etiquetado como niño problema, de joven como delincuente y de adulto como perturbado. Después de que su propia madre tuviera que denunciarlo por agresiones, Fisto había sido internado en cuatro ocasiones en distintos centros siquiátricos penitenciarios.

Desde su primer internamiento, había sido diagnosticado toxicómano con trastorno esquizoide.

Cuando cumplió la medida de su último encierro se le impuso la inapelable prohibición de comunicarse con su madre durante un año y siete meses. Además, se le privó del derecho a la tenencia y al porte de armas a lo largo de un año y dos meses. Fisto salió del centro siquiátrico con la orden de alejamiento en una mano y la obligatoria medicina para su enfermedad en la otra.

Para observar el dictamen de no contactar a su madre por ningún medio ni motivo, Fisto regresó a Suiza, acompañado de su mujer y su hija, en aquel momento adolescente.

Meses antes del desenlace parricida, cuando él abandonó el medicamento, su esposa lo abandonó, incapaz de tolerar más sus crisis de violencia. La hija los había abandonado a los dos tiempo atrás, apenas se supo embarazada por su padre. Su denuncia consta en actas en los juzgados correspondientes suizos, su paradero es desconocido.

Fisto acababa de descender del tren que lo había transportado, de la pequeña ciudad del sur de Suiza en donde vivía, a C. De la estación de ferrocarril se había dirigido sin desvíos a buscar a su madre al Rincón del Azar, el bar que ella regenteaba y, tras una discusión en la que ella se negó a prestarle dinero, según declaró un parroquiano testigo que pidió no ser identificado, y que se enteró de los hechos desde un escondrijo en el que se protegió mientras ocurrían, con un puñal y un cuchillo de grandes proporciones en las manos enguantadas, después de asestarle varios cuchillazos a su madre en el costado izquierdo, Fisto le cortó la cabeza y cerró los ojos, como si temiera que los ojos abiertos de ella lo petrificaran.

Desnudo de la cintura para arriba y con una cinta en la frente, el parricida, en lo que encontraba un trapo en donde envolver la cabeza, la mantuvo en la cocina. A las nueve de la noche fue visto vagando y divagando por la plaza de la iglesia. Según los testigos que se fueron sumando, el asesino erraba con su bulto ensangrentado a la vez que, acariciándolo, visiblemente decaído balbuceaba: La he matado y ahora está callada. Te quiero mucho, mamá.

Al franquear una vez más las puertas del centro siquiátrico penitenciario Fisto, El Parricida del bulto, pareció respirar de alivio.

Igual que su esposa y su hija, la madre de Fisto lo había denunciado varias veces, incluso ante las cámaras de televisión pública. Describió las agresiones de las que había sido víctima por parte de él, hizo advertencias, desesperadas y contundentes, apeló a la justicia y a la sociedad. Dijo: Una desgracia muy grande recorre a mi familia, una espada pende sobre nuestra cabeza. Mi hijo es bueno, pero de pronto se convierte en malo. Aunque a nosotros ya nos ha destrozado, mientras no nos mate, no se va a detener, pero no fue escuchada.

Al ser notificada, Sara Caroduro Fontcalent, hija de la decapitada, hermana del parricida, requirió de servicios sicológicos de urgencia.

Sólo en los casos más graves, la justicia opta por enviar a los adultos perturbados al siquiátrico penitenciario, es decir, siempre que cuente con la voluntad del perturbado en cuestión.