Opinión
Ver día anteriorDomingo 4 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Gloriosos 75 años
H

ace un siglo, igual que ahora con el bicentenario, estábamos en el frenesí preparatorio de los festejos del centenario de la Independencia. Porfirio Díaz, seguro de su permanencia en el poder, había iniciado los planes una década atrás y como contábamos con prosperidad económica –para los de arriba– se fue a lo grande, entre otras, contratando arquitectos italianos para que construyeran grandes edificios que mostraran la bonanza y modernidad de nuestro país.

Acompañados de escultores y artífices europeos llegaron Silvio Contri, que diseñó el Palacio de Comunicaciones, hoy Museo Nacional de Arte, y Adamo Boari, autor del Palacio de Correos y del de Bellas Artes. En los planes del longevo Díaz no estaba dejar el poder y menos cuando mostraba al mundo la grandeza mexicana con inauguraciones, grandes bailes y festejos múltiples, a los que asistieron delegaciones de todo el mundo.

Cuando las cosas se descompusieron y Díaz partió a Europa, los extranjeros que trabajaban en las obras aun inconclusas, como la que habría de alojar el Palacio Legislativo, cuyo estructura central terminó convertida en el Monumento a la Revolución, y el de Bellas Artes, se regresaron a sus paises de origen. El edificio que habría de ser la sede de las artes quedó inconcluso en el interior.

El proyecto original, que diseñó Boari, era como un gran invernadero que contemplaba un inmenso vestíbulo que daba paso a la sala de espectáculos y a una sala de fiestas, que seguramente pensaban utilizar con frecuencia Porfirio Díaz y su esposa, Carmelita. Las cúpulas iban a estar recubiertas de cristales translúcidos que permitirían el paso de la luz que tenía fascinado al italiano, e iba a propiciar la rica flora que colgaría profusamente de distintos niveles.

La obra del Palacio se retomó hasta la década de los 30, y hace 75 años, finalmente lo inauguró el presidente Abelardo L. Rodríguez con un proyecto totalmente diferente que diseñó el arquitecto mexicano Federico Mariscal. La nueva propuesta contempló utilizar exclusivamente mármoles mexicanos y realizarlo en estilo art-decó, que se prestaba para una decoración con formas prehispánicas. Por el 70 aniversario de la inauguración del recinto se llevó a cabo una importante renovación con el apoyo del World Monuments Fund, que aportó 400 mil dólares, y con eso se lanzaron a una obra magna, de la que hablamos en ese entonces y que le devolvió la belleza y grandiosidad al exterior, lo que incluyó el grupo escultórico de cobre hueco, que realizó el húngaro Geza Marotti a principios del siglo XX, que corona la gran cúpula. Por cierto, si desea apreciarlo al nivel de la mirada, en el edificio situado justo enfrente, bella construcción también art-decó, ahora convertido en Sears, suba al último piso, donde hay una terraza y una cafetería.

También va a poder apreciar el lustre del albo mármol de Carrara del exterior que es estilo art noveau, que se limpió. En el interior se amplió el foso para la orquesta, se arreglaron las butacas, se rebarnizaron los pisos y se remozaron los baños. Todo ello se hizo sin cerrar nunca el recinto, que es parte importante de la vida de muchos capitalinos, como lo estamos constatando ahora que la sala principal lleva varios meses cerrada por una obra mayor para modernizar las entrañas; ni modo, pero no sabe igual la ópera ni los conciertos en otros teatros, ojalá se reabra pronto.

Afortunadamente el resto del majestuoso edificio continúa funcionando: las salas de exposiciones, los salones en donde se realizan conferencias, presentaciones de libros y homenajes, la tienda, la librería y el restaurante, donde Luis Bello Morín, cada 15 días nos sorprende con platillos de la temporada, que enriquecen la carta habitual de suyo apetitosa. Ahora ofrece el manchamanteles, mole característico de esta temporada, preparado con pierna y costillar de puerco, plátano macho, piña, duraznos criollos y manzana. Una auténtica suculencia.