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Por diferencias con Moscú, Minsk busca un acercamiento con la Unión Europea

Concluyen las maniobras militares de Rusia y Bielorrusia con la presencia de sus presidentes

Participaron cerca de 12 mil 500 militares, 200 tanques y vehículos blindados, y unos 40 aviones

Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 30 de septiembre de 2009, p. 23

Moscú, 29 de septiembre. Durante casi tres semanas, el flanco occidental del espacio ex soviético devino eventual teatro de guerra para las magnas maniobras militares, las más grandes en los últimos 25 años en esa zona, que Rusia y Bielorrusia concluyeron este martes.

Con asistencia de los respectivos presidentes, el ruso Dimitri Medvediev y el bielorruso Aleksandr Lukashenko, en el polígono de Obuz-Lesnovksy, en las afueras de la ciudad de Brest, Bielorrusia, unidades selectas de sus ejércitos realizaron hoy acciones conjuntas para neutralizar a un agresor imaginario.

Desde el pasado 8 de septiembre, cerca de 12 mil 500 militares, 200 tanques y carros blindados, así como 40 aviones y un centenar de helicópteros de combate, participaron en las distintas fases de estos ejercicios, que ambos países declararon como de eminente carácter defensivo.

En contra de lo que pudiera parecer, los ejercicios coincidieron con un momento bajo en la relación bilateral de estos vecinos eslavos, con una agenda aún cargada de divergencias y resentimientos.

La reunión que celebraron los mandatarios hace un mes, en el balneario ruso de Sochi, en la costa del Mar Negro, sólo sirvió para poner de relieve las diferencias, que en esta ocasión –de acuerdo con la información disponible– tampoco ha sido posible resolver.

Aliados formales, las primeras fisuras surgieron hace más de un año cuando Moscú empezó a utilizar los suministros energéticos como medio para presionar a Minsk, que hasta ahora no cede y rechaza hacer las concesiones de orden económico y político que le exige el Kremlin, a cambio de suministrarle gas natural a un precio razonable, subvencionado.

Trascendió que Lukashenko se opuso a entregar a empresas rusas el control de los gasoductos que cruzan el territorio de Bielorrusia y tampoco quiso reconocer la independencia de Abjazia y Osetia del Sur, repúblicas separatistas de Georgia, patrocinadas por Rusia.

Ello provocó en Moscú una reacción colérica, la absurda guerra de la leche, como denominó la prensa local la repentina prohibición –ya levantada– de importar a Rusia cualquier producto lácteo de Bielorrusia, importante rubro de sus exportaciones, pretextando una supuesta violación de la normativa sanitaria.

La cuerda se tensó todavía más al posponer este año Moscú la concesión ya pactada de un crédito por 500 millones de dólares a Minsk, que respondió negándose a firmar el acuerdo para crear las fuerzas de despliegue rápido de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (de varios países de la ex Unión Soviética), cuya presidencia rotatoria tampoco se da prisa en asumir desde junio.

No sorprende, por tanto, que continúe sin concretarse el proyecto de crear un sistema conjunto de defensa antiaérea entre Rusia y Bielorrusia, anunciado con bombo y platillo en febrero anterior, al tiempo que Lukashenko, en busca de alternativas políticas, trata de propiciar un acercamiento con la Unión Europea que, al parecer, ya no considera tan autoritario a su gobierno.