Opinión
Ver día anteriorMiércoles 23 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Calderón y el cambio disuelto
E

l pasado 2 de septiembre el señor Calderón ocupó la tribuna con la ambición no sólo de dirigirse al auditorio a modo ahí presente. Pretendía, en su fuero interno, trascender la reciente y atribulada circunstancia del país. Deseaba esquivar las críticas que se le acumulaban con enojos inaplazables.

El señor Calderón todavía quiere ser apreciado como el político valiente, el que encara la realidad y esboza la ruta para la gran transformación del México contemporáneo. Nada menos le conforta a su poca estatura y aires desmedidos de grandeza. Las cámaras de televisión y sus masivos alcances ya no le satisfacen. Miraba, con estudiada determinación, a la lejanía, hacia las cumbres de los cambios magistrales de ruta. Todo estaba previsto: los ademanes, el tono de voz, los énfasis, el decorado, la atención y los aplausos de la conspicua concurrencia, la construcción discursiva de simulado aliento. Nada quedó al azar ni se escatimaron costos para el relanzamiento de un guía de empaque a la medida de los enormes retos mundiales.

Sus apologistas reaccionaron con la vehemencia de los elogios previamente acordados. ¡El mejor discurso de su periodo!, se dijo por ahí. ¡Por fin se tendrán los cambios necesarios y no sólo los posibles!, escribieron otros. Una sabia actitud presidencial que escucha y asimila la crítica, que sigue consejos inteligentes, se argumentó con abrumadora coincidencia en una plaza pública crecientemente aceitada. Así, el ambiente se cargó de optimismo en medio de la abrumadora pesantez de la crisis que, por esos aciagos días, ya se había aposentado con severidad entre los mexicanos. Sin embargo, las expectativas fueron alentadas por los difusores del oficialismo aun en medio de evidentes signos de incredulidad generalizada. El vocinglerío desatado pudo, como en los peores tiempos de las unanimidades bajo consigna, tapar fracasos de gobierno, abrir esperas insustanciales y disfrazar el ambiente circundante de penas y desamparos.

A estas fechas, semana y media después de su intentona de despegue a la gloria, las esperanzas en los arrestos transformadores del señor Calderón han sido trastocadas por la contundencia de los hechos que circulan en sentido contrario a sus deseos. El paquete de ingresos y egresos que envió al Congreso para su estudio y aprobación negociada ha derrotado, con feroz contundencia, las débiles, mediáticas habladas del panista michoacano.

Ya nadie espera cambio alguno, sino mucho más de las mismas recetas del más añejo, torpe, injusto, depredador neoliberalismo. Los hacendistas de siempre han triunfado una vez más en la lucha burocrática por los dineros públicos. Se trata de esquilmar a las masas trabajadoras, a la llamada clase media en particular, porque a los abandonados por la historia ya poco les caerá de sorpresa sobre sus desvencijadas humanidades. Una vez más los incautos tendrán que sufrir las consecuencias de su mal informada credulidad.

El aparato productivo nacional que pudiera atender la deprimida demanda interna de la sociedad no será tocado por las políticas públicas de aliento, en especial aquellas que pudieran servir para contrariar el ciclo decadente, perverso, de la actual crisis. Las chicas y medianas empresas no cuentan, como es costumbre, en los altaneros designios del poder establecido. Ahí, en esas alturas, solamente se atienden los humores de grandes empresarios (los que financiaron y sentaron a Calderón en la silla presidencial), ésos que no pagan impuestos y reciben cuanta facilidad solicitan.

Los pequeños productores del campo deberán rascarse con sus uñas y continuará aumentando la dependencia alimentaria del país. Se dará una vuelta adicional a la llave de los acuerdos inconfesables entre las cúpulas decisorias. La cruenta vigencia de los fueros de real calaña ya fue sellada entre la penumbra de los corporativos empresariales. La prevalencia de esos privilegios que sólo rigen para con aquellos que dictan las órdenes en esta desamparada República. Tales personajes estarán exentos, como desde hace más de 40 años (desde Luis Echeverría) de cualquier contribución que pueda alterarles su insultante disfrute de lujos y facilidades. Los demás mortales habrán de acumular en sus bolsillos una cascada de impuestos: 2 por ciento por el consumo (IVA) pobreteado, 4 por ciento con el uso de cada uno de los servicios de telecomunicaciones (si se usan dos o los tres mencionados en el paquete, se forzará a un mayor desembolso).

A la cuenta se tiene que agregar 2 por ciento adicional de ISR. Como resto, una onerosa propina los espera por los consumos de gas, gasolina, diesel y electricidad. Y aquellos que son fumadores y bebedores de cerveza tendrán que pagar una cuenta adicional. En total, una verdadera sangría para millones (clase media en particular) que se verán afectados por cada una de tales exacciones sin que los ingresos se incrementen en forma siquiera proporcional.

¿Para qué quiere el oficialismo obtener tantos recursos adicionales?, esos 300 mil millones de que hablan los burócratas encumbrados y sus adláteres difusores. Los necesitan, aunque no lo digan, para afianzar la deteriorada conducción de los asuntos públicos, para la gobernabilidad, para apuntalar la ya bien cebada elite burocrática de estos tiempos malsanos. Pero también para satisfacer las urgencias de los gobernadores priístas, en especial los que tendrán sus remplazos en 2010 y los que anidan candidaturas presidenciales. Ellos requieren con premura echarle el guante a los incautos bolsillos de los mexicanos de a pie y rellenar las vacías arcas que les dejaron las pasadas elecciones, los negocios particulares y sus dispendios sin penalidades.

Sin contante y sonante no podrían enfrentar los pendientes compromisos con sus solas manos y gastadas voces, perderían cara, los baldarían para entregar las cuentas de éxitos que de ellos esperan sus patrocinadores. Estos personajes son los reales desarmadores de la incipiente transición democrática y zopilotean, con furia insolente, sobre los despojos de la hacienda pública. Exigen su ilegítima tajada y el señor Calderón, para cumplir con sus inquietos mandantes, cederá a tal empuje aunque tenga que amenazar (mejor dicho chantajear) a los ciudadanos con la influenza, tal y como lo anda haciendo en cada foro disponible.