Opinión
Ver día anteriorSábado 5 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Migrar al ciberespacio?
E

l viernes concluyó en la Casa Universitaria del Libro el segundo Festival de Revistas Culturales, entre cuyas actividades se realizaron varias mesas redondas en las que se abordó el tema Edición, crisis y nuevas tecnologías.

Invitado por la institución organizadora, participé en una de esas mesas como representante de la revista musical Pauta. Con la complicidad de colegas enviados de Tierra Adentro, Punto de Partida y La Jornada Semanal, discutimos algunos de los temas señalados en el título del encuentro, los cuales dieron lugar, como suele ocurrir, a otros que son aún más importantes.

En efecto, el centro de la discusión fue la posibilidad (o necesidad perentoria, según el caso) de que las revistas culturales se publiquen en versión electrónica y puedan ser leídas y consultadas en Internet. ¿Cuál sería la motivación principal para que una revista cultural migrara a Internet? Las respuestas inmediatas son claras: porque es necesario actualizarse, porque es necesario atraer nuevos públicos, porque es necesario aprovechar al máximo las nuevas tecnologías, porque muy pronto van a desaparecer las revistas editadas en soporte papel.

Aquí interpolo, de mi propia cosecha, este añadido: al paso que vamos, en este país muy pronto van a desaparecer las revistas, punto, y no por consideraciones tecnológicas. ¿Qué futuro tiene el material de lectura, cualquier lectura, en un país como el nuestro, con índices tan abyectos y vergonzosos de lectura y con tantísima basura que se edita cotidianamente para consumo de las mayorías?

Bajo esta óptica, el meollo del asunto no es ya discutir si la revista en papel o la revista en Internet sino, de manera fundamental, la viabilidad de proyectos culturales de cualquier índole en una nación que es educada básicamente por el canal de las estrellas, y cuyas instituciones educativas formales están en manos (sí, así, como botín) de los personajes más deleznables, corruptos, venales e incompetentes que uno pueda imaginar.

Me parece una falacia suponer o afirmar que el advenimiento de la computadora y el Internet es automáticamente la panacea para las cuestiones de edición, distribución y difusión de las revistas culturales porque, de nuevo, existen problemas de fondo que deben ser resueltos antes de dejarse llevar de manera automática y acrítica por el canto de la sirena digital.

El caso de Pauta es emblemático. Se ha publicado, azarosamente pero sin interrupciones serias, a lo largo casi de 27 años, pero no ha sido fácil. En cada cambio de sexenio, en cada relevo importante en ciertas instituciones culturales, en cada sustitución de un funcionario clave, ha sido necesario realizar, una y otra vez, una agotadora y repetitiva labor de convencimiento sobre la bondad y la utilidad intelectual y educativa de Pauta, y una vez lograda precariamente cada prórroga de la vida de la revista, ha sido necesario enfrentar kafkianos procesos de licitación, comprobación, justificación y un largo etcétera.

Y encima de ello, resulta que a lo largo de los años Pauta ha tenido enormes problemas de distribución, lo que implica que una vez resuelta su existencia y continuidad, queda pendiente resolver su destino final, que son sus ávidos pero a veces frustrados lectores.

A primera vista, una publicación como Pauta es candidata ideal para migrar a Internet (conservando, o no, su edición en soporte papel) en el entendido de que, por ejemplo, sería posible escuchar fragmentos sonoros de los discos que reseño en la revista, o los trozos musicales que en sus páginas son objeto de análisis por musicólogos.

Sin embargo, la opción de migrar a Internet plantea sus propias interrogantes y problemas. De entrada, es falsa la facilista afirmación de que todo mundo tiene computadora.

Por otra parte, nada garantiza que aquellos lectores de Pauta en papel necesariamente se acercarán a la revista en su hipotética edición electrónica. En este sentido, está mal que me ponga yo mismo por ejemplo, pero si hay algo que tengo claro es que, por el momento, me rehúso a migrar mi lectura a una pantalla. Soy, todavía, papelófilo.