Opinión
Ver día anteriorJueves 3 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Alternancia a la japonesa
C

omo algún analista subrayó, las dos elecciones generales más recientes en países del Grupo de los Siete, es decir, en alguna de las mayores economías industriales, han tenido resultados trascendentales: la de Estados Unidos, en noviembre pasado, llevó por vez primera a un afroestadunidense a la presidencia, y la de Japón, el 30 de agosto, expulsó del poder, no por primera vez, pero de modo contundente, al Partido Liberal Demócrata (PLD), que lo había mantenido en las más de cinco décadas pasadas desde que el país recuperó la capacidad de autogobierno tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Ignoro el equivalente japonés del eslogan echar al PRI de Los Pinos, pero eso fue precisamente lo que hicieron los electores del sol naciente con el PLD. En 1993, una variopinta coalición circunstancial había conseguido la hazaña, pero sólo logró mantenerse en el poder algo menos de un año. (Este acontecimiento recordó el éxito electoral obtenido en México en 1988 por una coalición similar, el FDN, rechazado por el equivalente mexicano del PLD.) Ahora, todo indica que el cambio de preferencias políticas en Japón ha sido muy profundo y que, en efecto, se ha producido una alternancia a la japonesa.

La derrota del PLD fue largamente anunciada. Se ha dicho que por lo menos desde inicios de los 90, cuando Japón cayó en su prolongada glaciación deflacionaria, ese partido perdió toda legitimidad política para mantener el monopolio del poder. Su efímero destierro en 1993 fue un presagio. Sin embargo, hace menos de cuatro años las fortunas del PLD revivieron de manera impresionante de la mano de Junichuro Koizumi, líder improbable por las distancias que lo separaban de los barones del partido, desprestigiados, pero controladores de todas las cuerdas del poder. Varios de ellos fueron humillantemente derrotados en sus propios distritos (prefecturas) por candidatos jóvenes, bisoños, mujeres la mayoría, conocidos en los medios como asesinos de gigantes. Estos fracasos de los grandes operadores políticos en el poder reflejan la amplitud del vuelco electoral registrado en una votación en la que participaron siete de cada 10 electores registrados: el PLD perdió dos tercios de las curules que ocupaba: de 300 pasó a 119. Se coincide en apreciar que el factor que más contribuyó a la derrota fue el cansancio con un liderazgo desgastado, inefectivo y crecientemente corrupto. Pesaron también las dificultades económicas y financieras, exacerbadas por la crisis.

El aluvión electoral en favor del PDJ (Partido Democrático del Japón), fundado en 1996 y liderado por Yukio Hatoyama –que asumirá el cargo de primer ministro en dos semanas–, carece de precedente: casi triplicó, al multiplicarlo por 2.7, su número de asientos en la cámara baja de la Dieta, llevándolo de 115 a 308, nueve menos de los dos tercios. No será sencillo reunirlos. El socio lógico, el Partido Social Demócrata, sólo aportaría siete. Aliarse con el Kokumin Shinto (Nuevo Partido Popular), con tres asientos, sería difícil y costoso. Otros, como los nuevos partidos Nipón y Daichi, aportarían apenas uno o dos votos. Nadie duda, sin embargo, que el sólido mandato recibido por Hatoyama se traducirá en un gobierno estable y efectivo.

En lo interno, se espera un gobierno más próximo a la gente y a sus necesidades, es decir, un gobierno que muchos analistas convencionales no dudarían en descalificar de populista. Sin duda, el primer gran tema a resolver será el desempleo, que se ha ampliado a casi 6 por ciento y se ha traducido en una caída muy perceptible de las condiciones materiales de vida. Hatoyama ha ofrecido una agresiva política para acelerar y apuntalar la recuperación de la actividad económica, que apenas se insinuó en el segundo trimestre de 2009. Una deuda pública del doble del PIB –que, según se mida, es el tercero o segundo del mundo– limita las opciones de política anticíclica, aunque se prevé financiarla, en parte, con la erradicación del dispendio en el gasto público. Hay también compromisos claros para potenciar el combate a la corrupción y el corporativismo, sinónimo este último del régimen sostenido desde 1955 por el PLD.

La expectativa mayor despertada por la alternancia a la japonesa corresponde, sin embargo, a las relaciones internacionales. Antes de la jornada electoral, Le Monde (29/8/09) señaló que ha renacido el debate sobre el papel de Japón en el mundo, sobre las relaciones con Estados Unidos, sobre la conversión de China en potencia económica, financiera y estratégica, y sobre la opción nuclear. Quizá no sea exagerado suponer que, a punto de cumplirse 65 años del fin de la guerra, se ha llegado al cierre del ciclo histórico de posguerra, caracterizado por el control de Estados Unidos sobre las opciones internacionales de Japón, una suerte de protectorado ahora obsoleto, expresado en la Constitución de posguerra, impuesta por la potencia vencedora, que Hatoyama ha prometido reformar sustancialmente.

El elemento crucial de esta complicada ecuación de variables múltiples es, sin duda, la relación sino-japonesa. Hatoyama ha declarado que interrumpirá el infeliz hábito de sus predecesores de visitar el Santuario Yasukuni, que guarda, entre otros, los restos de criminales de guerra, dando un importante primer paso. Se entiende que va a ir mucho más allá. La posibilidad de equilibrar el eje Tokio-Washington con un cada vez más poderoso y significativo eje Tokio-Pekín sería un gran acontecimiento para la construcción de nuevos balances de poder global. En el largo plazo, participar en el surgimiento y consolidación de nuevos vértices para un mundo multipolar, cuyo fulcro se mueve de América del Norte a Asia oriental, sería el gran cambio provocado por la alternancia japonesa de 2009.