Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de agosto de 2009 Num: 754

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Tres cuentos
JORGE DEGETAU

Envío
LYDIA STEFÁNOU

El secreto de los últimos musulmanes en España
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista con LUCE LÓPEZ-BARALT

Casa Lamm: quince años de memoria plástica
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

Medio siglo de El almuerzo desnudo de Burroughs
EDUARDO ESPINA

La espada de Rubén Darío
ALFREDO FRESSIA

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Alonso Arreola
[email protected]

Lobos de mar

A Joe Mendelson

Se anunciaba como “Rockin' The River Cruises” (algo como Cruceros para Rockear en el Río). Zarparía dos veces, primero a las 7 pm y luego a las 9. Las expectativas de hacer algo inusual en la ciudad me orillaron –literalmente– al muelle 83 del río Hudson, al costado oeste de Manhattan, en Nueva York. Con algunas experiencias previas a propósito de Los Lobos, supuse que el concierto sería bueno, pero no imaginé qué tanto ni que se desarrollara de manera tan extravagante. Vayamos por partes.

No pude apartar los boletos por teléfono. Se me informó que quedaban pocos y que debía ir con anticipación si deseaba subirme al “crucero”, un barco para quinientas personas que distaba mucho de su promesa, pero que bastaba para cumplir con un trayecto que incluso pasaba frente a la Estatua de la Libertad y la Isla Ellis, símbolos de eso que la genealogía Bush y tantos más se encargaron de olvidar y hacerle olvidar al pueblo gabacho. Porque sí, esa noche más que otras se trataba de gabachos, de gringos a quienes se brindaba la oportunidad de navegar al lado de los mayores titanes del rock latino: Los Lobos, por un momento transformados en eso que llamamos “viejos lobos de mar”.

Primero pensé que la mala suerte me jugaría una mala pasada. No alcanzamos entradas para el primer viaje y la fila de entusiastas parecía interminable. Para colmo, casi todos tenían reservaciones hechas días antes, así que casi no lo creíamos cuando nos entregaron esos cartoncitos de a 50 dólares cada uno. Sonrientes, la mayoría de quienes aguardaban en el muelle eran anglosajones de edad madura y avanzada. Cosa curiosa, no ubicamos más que unos pocos latinos. ¿Razones? ¿Crisis, olvido de las leyendas? Por la mente pasaron esas tristes imágenes de la última visita de Los Lobos a nuestro país, hace un par de años, cuando se presentaron en el escenario principal del Festival Vive Latino para ser abucheados por miles de adolescentes seguidores de Panda.


David Hidalgo

Negociando con una dominicana unos boletitos tipo quermés para las bebidas (¡de 7 a 12 dólares cada una!), nos sorprendió la llegada de una nave cargada de entusiastas venidos de un sueño. Todavía bailando, claramente afectados por los efluvios de la vid, confirmaron a quienes estábamos en tierra que la idea acuático-musical valía la pena. Así abordamos, interesados en ver cómo uno de aquellos transportes dedicados al patriótico turismo matutino, era transformado de noche para convertirse en un escenario flotante.

Subidos al segundo piso, la desilusión inundó nuestros pulmones. El “escenario” estaba a ras de suelo, mirando de costado, protegido por un techo menor a dos metros de altura. En proa y popa había sillas plegables, por lo que para ver y oír algo medianamente aceptable sólo quedaba apiñonarse directamente frente a los instrumentos. Cosa incomprensible, en lugar de aprovechar la longitud del barco los productores decidieron que el audio, tal vez para una mejor promoción durante el viaje, saliera a lo ancho.

Puestos entonces en el límite de una cadena resguardada por dos elementos de seguridad, esperamos hasta que aparecieron, alegres y también afectados por sus muchos brindis previos, César Rosas, David Hidalgo, Conrad Lozano, Louie Pérez y Steve Berlin. Relajados, bromistas, despreocupados, al son de “Evangeline” dictaron la salida del puerto. Seguramente durante el primer set interpretaron su propio repertorio. Seguramente en el camerino, tras el vino y las cervezas, decidieron que en esa noche tropical de Nueva York los atrapados del crucero tendríamos que aguantar lo que les viniera en gana. Y así fue. A nadie hicieron caso pese a tenernos a un metro de distancia. Lo suyo fue palomear covers ajenos, más una que otra rola propia, cual banda de amigos cantineros. Entrándole a sonidos relevantes para quienes mamaron a Ritchie Valens y José Alfredo Jiménez tanto como a Hendrix y los Beatles, pusieron a prueba extrema los bulbos de sus amplificadores y las cuerdas de sus guitarras Fender, y salieron triunfantes.

Con gracia, autoridad, poder y crudeza nos echaron encima “Crossroads” (Robert Johnson), “Bertha” (Grateful Death), “Not Fade Away” (Buddy Holly), “Volver, Volver” (Fernando Z. Maldonado) y varias más, para finalmente rematar con una brutal versión de “La Bamba”, sí, ¡pero sobre el ritmo y los acordes de “Wild Thing”, de Chip Taylor! Ayúdeme el lector a decir “¡impresionante!”. Medio borrachos, irreverentes y caprichosos, pasándose una bolsa de palomitas, brindando con su marinera audiencia, dos encores no bastaron para quienes clamábamos por “Más y más” y “Charmed”; para quienes seguramente nunca volveremos a ver a Los Lobos sobre el agua, tan a gusto, recomponiendo el aire frente al sereno estar de esa Libertad metálica que hace mucho, pero mucho tiempo, daba la bienvenida a los inmigrantes de ultramar.