Opinión
Ver día anteriorMartes 11 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Zelaya
E

n medio de presiones retrógradas, Barack Obama va definiendo su política exterior. Sus declaraciones iniciales de un mundo cercano a lo multipolar han ido cobrando mutaciones que son algo más que matices de las que parecen haber sido –o son– sus convicciones. Está claro que no son esas convicciones las que decidirán, sino el complejo de los intereses internos estadunidenses y las intrincadas negociaciones interpartidistas.

El mundo nuevo de Obama no incluye, lo dice claramente Perogrullo, la renuncia de Estados Unidos a continuar intentando mantener indefinidamente la dominación básica en el planeta, compartida dosificadamente con otras potencias del mundo desarrollado.

El caso de América Latina es paradigmático. Pese a la penetración de otras potencias europeas y, en tiempos recientes, de China, Estados Unidos parece decidido no sólo a afirmar que se trata de su, su, su, territorio de influencia mayor, sino de recuperar el terreno perdido frente a esas otras potencias.

Obama fue categórico al precisar el asunto de las bases militares en Colombia. Estados Unidos poseía ya bases militares en Ecuador. Con la llegada al poder de Rafael Correa, el acuerdo militar llegó a término. En tanto, Colombia hacía tiempo que había montado sus propias bases militares. Es con éstas que el gobierno de Obama ha firmado un acuerdo de colaboración, muy bien venido por Álvaro Uribe, bien venido –a la torera– por Michelle Bachelet, de Chile, y por el inefable señor Alan García, de Perú, pero débilmente rechazadas por Argentina, Brasil y el previsible rugido de Chávez, todo acompañado del discretísimo silencio de Calderón. Por supuesto, con ese acuerdo con Colombia, Estados Unidos dice a América Latina, militarmente aquí estoy, para contribuir a la seguridad continental; ¿y qué incluye la tal seguridad?

El extraordinario discurso de Obama en la Universidad de El Cairo, sus titubeantes cambios de ruta en el caso de Irak, su nuevo diálogo con las potencias europeas, su nuevo trato con el grupo BRIC, hablan del propósito de ejercer un dominio mundial, diferenciado, con suaves y elegantes guantes de seda –no con las brutales patadas del texano adocenado–, pero un dominio que quiere ser hegemonía: quiero decir, dominio aceptado por los subordinados, que lo son en distinta medida. Por supuesto, cuenta con que este propósito no podrá cumplirse en todos los rincones, y cuenta también con que otras potencias quieren ocupar un lugar más espacioso en el mundo globalizado.

De ahí que haya tomado la delantera en la búsqueda de la salida de la crisis económica global, y haya dispuesto –aún no se ven los contenidos específicos– un jalón significativo a la educación del conjunto de la sociedad estadunidense y un impulso sin precedente a la ciencia y la tecnología.

Pero he aquí que un país política y económicamente insignificante, como Honduras, lo ha metido en algunas honduras sorprendentes. Primero, que tanto los tradicionales como los recientes países con un discurso antiyanqui (Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador) resultan ahora los más exigentes en demandar una decidida intervención de Obama, a efecto de que salga el señor Micheletti, y reponga en su lugar al curioso señor Zelaya.

Obama no quiere a Micheletti, pero tampoco a Zelaya. Por eso la posición inicial de repudio al golpe de Estado, y la exigencia discursiva de que fuera repuesto a su lugar el señor Zelaya, se han convertido en la búsqueda de un acuerdo para reponer la democracia en Honduras. Naturalmente éste es un proceso complejo que lleva su tiempo. El necesario para que termine el periodo constitucional de Zelaya, con él fuera del gobierno. El asunto no es contra Zelaya, sino contra Chávez.

Aún no se escribe la ruta política de Zelaya. Llegó al poder con 28 por ciento de los electores, pero apoyado por los empresarios, especialmente la oligarquía terrateniente y, por supuesto, por el Ejército. De pronto se volvió un Zelaya que no era el de los empresarios y las razones detrás del cambio no acaban de aclararse. Todo parece reducirse a su ambición de una relección tipo chavista. Abolió las leyes contra la delincuencia que derivaban de la Constitución de 1982 y que ser-vían para perseguir a los dirigentes de luchas sociales y a todo lo que oliera a izquierda; se adhirió al Alba-TCP, manejada por Chávez, aumentó significativamente los salarios mínimos, todo lo cual, al parecer, le abriría el camino a la relección; pero quiso procesar ese camino mediante una consulta no vinculante y no constitucional, que, como se sabe, tenía como propósito buscar el acuerdo de los hondureños para que en los comicios de noviembre se colocara una cuarta urna para votar un referendo y cambiar la Constitución mediante una Asamblea Constituyente.

Frente a tal pretensión, la clase política, los empresarios y el Ejército lo pusieron anticonstitucionalmente fuera de su país. En tanto, dadas las decisiones de gobierno de Zelaya, sus bases sociales han ido creciendo y enfureciendo. El riesgo de una asonada y un baño de sangre está a la vista.

En tanto Chávez, frente al acuerdo militar de Estados Unidos con Colombia y frente al caso de su presunto pupilo Zelaya, ha decidido comprar ¡tanques de guerra! ¿Rusia se los venderá por encima de los acuerdos a que ha llegado con Estados Unidos? ¿Contra quién disparará el coronel Chávez? ¿Con qué cara podrá seguir sosteniendo Obama estar con la legalidad si no pone su influencia en las instituciones internacionales que deben reponer las instituciones legales en Honduras?