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Melón, 60 años de sonear

Con Carlos Daniel Navarro, Lobo, grabó Amalia Batista, todo un clásico de la música tropical

 
Periódico La Jornada
Viernes 31 de julio de 2009, p. a40

Jicamo y saoco han sido los ingredientes de una vida que él califica de fructífera y que, a juzgar por lo logrado, sin lugar a dudas lo es, y que se extiende a las seis décadas de andar en la tarima.

Luis Ángel Silva Nava, en el mundo musical más conocido como Melón, gracias a que así le apodó el Fufú, que tocaba la conga y a quien le caía yo mal, empezará este sábado en Cuernavaca los festejos por sus 60 años de andar en esto del son, bajo los auspicios del Instituto de Cultura de Morelos y su directora, Martha Ketchum.

Sentado a la mesa de un restaurante del Centro Histórico –del que es cliente cotidiano– y acompañado por Roberto Millán Cruz, su contemporáneo y admirador, Melón abre la bolsa de sus vastos recuerdos y afloran memorias que traen lo mismo seriedad que risas y hasta cierto sudor ocular.

Al tiempo que encara un humeante caldo de verduras, rememora sus comienzos en 1949, con Los guajiros del Caribe, una estancia de 12 años en Estados Unidos, donde alternó con los grandes de un movimiento al que muchos rehúsan darle esa denominación, pero la vox populi ha bautizado como salsa, aunque no sea otra cosa que una variación del son.

Rememora también sus años de gloria con el fallecido Carlos Daniel Navarro, con quien formó un binomio que en realidad fue sexteto, pues otros cuatro músicos integraron aquel inolvidable grupo de Lobo y Melón a lo largo de 13 años, y que popularizó temas considerados clásicos, como Amalia Batista, Juancito Trucupey y Niebla del riachuelo, por sólo mencionar tres de un grueso archivo.

En la calle Naranjo, de la colonia Santa María la Ribera, hace casi 80 años vino al mundo este hombre que nació para cantar, como recita en una décima; estudió en las escuelas del rumbo, jugó futbol con equipos de calibre de la colonia, como el Oviedo, en el que otro valor de la canción, José Alfredo Jiménez, también levantó polvo en el deporte llanero.

A la vez que hinca el tenedor en una papa, Melón comenta que fue hijo de un peluquero al que un golpe de suerte le cambió la vida al pegarle a un premio principal de la lotería. El todavía Luis Ángel, aspirante a tenedor de libros, trabajó en una fábrica de clavos antes de entrarle de lleno al canto sonero, cuando en la capital del país la vida nocturna bullía para todos los sectores sociales, desde el pomadoso Ciro’s, en el hoy abandonado hotel Reforma, hasta los cabarets de barriada, en donde ya sonaban fuerte los ritmos afrocaribeños.

En uno de esos lugares, el Macao, en la esquina que forman Bolívar y Mesones, Melón empezó sus andanzas musicales. De ahí vinieron estancias con otros grupos como Los diablos del trópico, conjunto del cubano Juan Bruno Tarraza; las orquestas de Chucho Rodríguez y de Ray Montoya. También hizo coros en algunas grabaciones de RCA Víctor, hasta que Carlos Castillo, empleado de la casa grabadora, pasó por la calle de Humboldt y escuchó un armónico y pegajoso sonido que brotaba del inmueble marcado con el número 8, antro donde Lobo y Melón ya atraían a la parroquia bailadora.

Vinieron después las grabaciones. Para el primer long play faltaba un tema para completar la docena. Amalia Batista, basado en una opereta cubana, fue metido casi con calzador para hacerle compañía a otros que igual hablan de personajes y que con el tiempo se tornaron clásicos, como Juancito Trucupey, Andrecito y Margarito.

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Melón cultivó el estilo son-bop y el scat-chua-chua, fusiones del son cubano y el jazzFoto María Luisa Severiano

Rítmicamente, Melón rebana una milanesa y comenta que la fama y la fortuna acompañaron la emisión de discos, de los que un millón llegaron a venderse y le redituaron al grupo incontables giras a Estados Unidos. Los oyentes, hispanos y anglosajones por igual, colmaron los clubes nocturnos y los grandes escenarios como el Palladium de Los Ángeles.

A la mitad del plato fuerte, la plática retrocede a los inicios, de cuando Tarraza, el músico cubano, formó un conjunto que en verdad honraba el calificativo de estrellas con el que el pianista antillano se presentaba en las boites de nuit capitalinas. La alineación incluía a Alejandro Cardona, en las trompetas; Caramelo, cuyo nombre de pila no viene al caso y además no lo recuerda, y Lucas; Pedro Zamora Peregrino, pariente de la gran Toña La Negra, estaba en el bongó; su hermano Toño en las congas; Humberto Cané en el bajo y Rafael Mora El Morro, “que le metía con singular alegría a la mota, en la guitarra.

Ése, reconoce el homenajeado, fue el primer escalón que subió, pues Tarraza quedó impactado por sus interpretaciones a composiciones suyas, como Vendré por ti y Corazón enfermo, lo que le valió quedrase como el cantante titular.

Algunos comensales, los de más edad, reconocen a la distancia a Melón, pero uno de ellos se acerca a la mesa y le dijo: “Me da gusto saludarlo y aprovecho para decirle que nadie canta Niebla del riachuelo como usted”.

El plato va quedando vacío y los recuerdos van hacia la escena nocturna en la década de los 50, que era agitada, aunque terminaba temprano. La avenida Juárez, con sus tiendas, galerías, hoteles y uno que otro barecillo, tenía un toque cosmopolita. Precisamente en el salón Versalles del hotel Del Prado, Melón empezó a atraer la atención.

Se ordena el postre y cuenta que años después, ya como solista, pasó una larga temporada en Estados Unidos. Una discrepacia con el entonces líder del sindicato de los músicos, Venús Rey, le cerró las puertas para trabajar en México y hubo que emigrar.

En la Urbe de hierro

Sin dinero, pero con amigos, Melón, cultivador del estilo son-bop y del scat-chua-chua, fusiones del son cubano y el jazz, cruzó en inumerables ocasiones el trayecto entre la costa oeste, California, y Nueva York. En la llamada Urbe de hierro alternó con grandes como los hermanos Palmieri (Charlie y Eddie ); con Johnny Pacheco, integrante de los mundialmente famosos Fania All Stars y con él grabó un par de discos, uno de los cuales llegó a estar 26 semanas consecutivas en el primer lugar de la lista de popularidad neoyorquina, hazaña que pocos mexicanos han logrado. Asimismo, se dio la oportunidad de grabar con Lou Pérez uno de los temas de la cinta Baile caliente.

A punto de liquidar lo consumido, Melón hace notar que en su audición sabatina, a partir de las 19 horas, en el Teatro Ocampo (Galeana esquina Rayón), estará acompañado por sus Lobos, jóvenes atrilistas que se han formado en los talleres que ha impartido en el Centro Nacional de las Artes, y por Luis Lozano Cachimba, su pianista de hace 60 años.